Una vida sencilla

Una vida sencilla
Una vida sencilla

«La humildad y la sencillez son las llaves maestras para abrir todas las puertas del mundo» (Zoraima Sánchez).

La sencillez y la humildad son dos virtudes hermanas que caminan juntas. «La humildad es andar en verdad», decía nuestra Teresa de Jesús.

La verdadera humildad, por lo tanto, rompe con los esquemas tradicionales de asemejar esta virtud a la sumisión sin cuestionamiento, al desprecio personal ante otra persona. La persona humilde reconoce lo que está bien y lo que está mal y su palabra proclama la verdad, duela a quien le duela. Se siente agradecida por tantos dones como ha recibido, pero asume también el esfuerzo para mejorar personalmente, relacionándose más armoniosamente con los demás, trabajando por un mundo mejor.

Una persona humilde es, a la vez, un hombre o una mujer sencilla. No busca ni pretende dignidades, que le llamen don o doña, padre o madre, excelentísimo/a… Se sienten como en su casa cuando las relaciones son de familiaridad, amistad, cercanía, buen humor… Cuando alguien intenta ser sencillo, una de las primeras cosas de las que se desprende es de su afán por poseer. Hace suyas las hermosas palabras del salmo 130:

Señor, mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros, no pretendo grandezas que superan mi capacidad; sino que acallo y modero mis deseos, como un niño en brazos de su madre.

La sencillez de vida, la humildad en el trato con los demás y en la relación con uno mismo, nos van conduciendo leve pero efectivamente por el sendero de la plena humanización. Poner todos nuestros deseos en tener, acumular y defender por cualquier medio lo que poseo, nos lleva a todo lo contario: al egoísmo, el aislamiento, la desconfianza hacia los demás, la deshumanización.

La sencillez en la relación con los demás, en la forma de vida, en la administración de los bienes, en el compartir con total normalidad todo lo que se tiene, sea el dinero, el tiempo, la casa, los conocimientos, la intimidad y los sueños… caracterizan, provocan y seducen a quien sea que se mueva en su órbita.

Porque en la sociedad que vivimos tan complicada, tecnificada, despersonalizada… hay que saber resituarse y simplificarse. Que las horas, el tiempo lo podamos administrar nosotros correctamente, sin que nos agobie la falta del mismo que sentimos siempre. Que la búsqueda del bienestar material no absorba todos nuestros recursos, nuestra mente, nuestros deseos. Que el anhelo y la necesidad de dedicarnos espacios a nosotros mismos, no nos haga olvidar el contacto diario con la familia, los amigos, la gente que más sufre.  

Esta es la espiritualidad de una persona que intenta, día tras día, ser más humilde y sencilla. Viviendo el momento presente con atención, cuidando, acompañando, consolando, gozando en plenitud cada acontecimiento. Reconociendo que la sencillez no es ninguna pérdida, ni desinterés, todo lo contrario, es lo que confiere una gran dignidad a la persona. Los hombres y mujeres más sencillos muestran en su porte una cordialidad que invita al diálogo, a la confianza, a la imitación. Hay algo tan sencillo en su manera de ser y en su trato, que les trasciende…  

«Felices quienes en su trato son sencillos de corazón, quienes no buscan relaciones con los poderosos, sino con la gente más humilde».

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