Sucedió un 8 de diciembre
Sucedió el 8 de diciembre de 1841, día solemne de la Inmaculada Concepción. Yo llevaba medio año de sacerdote, y poco más de un mes en Turín.
Estaba revistiéndome los ornamentos sagrados para celebrar la Santa Misa. El sacristán, al ver un jovencito en un rincón, lo invitó a que ayudara como monaguillo.
- No sé ayudar en la misa -respondió él avergonzado-.
- Eres un animal -le dijo el sacristán furioso-. ¿Entonces, a qué vienes aquí?
Agarró el mango del plumero y lo emprendió a golpes en las espaldas y la cabeza del pobre muchacho, que echó a correr.
Yo vi la escena y le grité en voz alta:
- ¿Qué hace usted? ¿Por qué le pega?
- ¿A qué viene a la sacristía, si no sabe ayudar a misa?
- Es un amigo mío. Llámelo enseguida, que tengo que hablar con él.
El muchacho volvió asustado.
Llevaba la cabeza rapada y la chaqueta sucia de cal. Me di cuenta de que era un inmigrante. Seguramente que en su casa del pueblo le dijeron que cuando estuviera en Turín fuera a misa. Y él había venido a misa, pero no se ha atrevido a sentarse entre la gente bien vestida, por eso entró a la sacristía, deseando no ser visto.
Yo le pregunté amablemente:
- ¿Has oído ya misa?
- No
- Ven a oírla. Después quiero hablar contigo de un asunto que te va a gustar.
El jovencito aceptó. Al acabar la misa nos fuimos al coro, detrás del altar, y con cara sonriente empecé a preguntarle:
- Amigo, ¿cómo te llamas?
- Bartolomé Garelli.
- ¿De qué pueblo eres?
- De Asti.
- ¿Qué oficio tienes?
- Albañil.
- ¿Vive tu padre?
- No, murió ya.
- ¿Y tu madre?
- También murió...
- ¿Cuántos años tienes?
- Dieciséis.
- ¿Sabes leer y escribir?
- No.
- ¿Sabes cantar?
- No -me respondió, enjugándose los ojos y mirándome fijamente a la cara, casi maravillado.
- ¿Sabes silbar?
Entonces Bartolomé se echó a reír.
Eso era lo que yo quería. Empezábamos a ser amigos.
- ¿Has hecho la primera comunión?
- Todavía no.
- ¿Te has confesado alguna vez?
- Sí, cuando era pequeño.
- Y ahora, ¿vas al catecismo?
- No me atrevo, los chicos pequeños se ríen de mí...
- Y si yo te diera catecismo aparte, ¿vendrías?
- Con mucho gusto.
- ¿Aquí mismo?
- ¡Siempre que no me peguen!
- Puedes estar tranquilo, ahora eres mi amigo, y nadie te tocará. ¿Cuándo quieres que empecemos?
- Cuando usted diga.
- ¿Ahora mismo?
- Con mucho gusto.
En aquel momento nos arrodillamos y yo recé un Avemaría. Puedo asegurar que todas las bendiciones que nos han llovido del cielo son el fruto de aquel Avemaría, rezada con fervor y recta intención.
Al terminar el Avemaría hice la señal de la cruz. Me di cuenta que Bartolomé hacía algo que poco se parecía a la señal de la cruz. Y, para empezar, le enseñé a hacerla bien, y le expliqué por qué llamamos a Dios “Padre”.
Al acabar le dije:
- Me gustaría que volvieras el próximo domingo, Bartolomé.
- Con mucho gusto.
- Pero no vengas solo. Traé contigo a tus amigos.
Tres días más tarde, que era domingo, en la sacristía entraron nueve muchachos que iban buscando a su amigo Don Bosco. Había nacido EL ORATORIO.
Y pocos meses después el Oratorio ya se iba encarrilando: acudían muchos jovencitos para confesar y comulgar. Después de misa se daba una breve explicación del Evangelio. Por la tarde, catecismo, canto de coplas religiosas, breve instrucción, letanía de la Virgen y bendición. Durante los intervalos, se entretenía a los muchachos agradablemente con juegos diversos...
Pero todo eso ya lo contaré más detalladamente otro día. Hoy sólo quiero añadir una cosa: el día del encuentro con Bartolomé era una fiesta de la Virgen, día de la Inmaculada. Y las cosas más importantes siempre empiezan de la mano de María, que por algo es Madre, Maestra y Auxiliadora.
Hasta aquí Don Bosco. Brevemente, tres cosas que siempre me han llamado la atención de su texto:
- Don Bosco estaba convencido de que la fecha del 8 de diciembre no era casualidad. Que su obra no era iniciativa suya, sino de María. Ella cuidaba de aquellos a quienes nadie cuidaba.
- Su pregunta "¿Sabes silbar?" para ganarse la confianza de Bartolomé retrata su ssitema educativo: confiar en que los jóvenes siempre tienen valores positivos de los que hay que partir. No se trata de hacerles sentir malos o inútiles, sino todo lo contrario.
- ¿Cuándo o dónde hacer algo por los jóvenes necesitados? Según las palabras de Don Bosco, ahora mismo y aquí mismo. Hay cosas que no pueden esperar.