De tanto mirar sin ver

Estamos ya en al segunda semana de Adviento de 2009. Siempre me ha llamado la atención lo poco que aprovechamos los cristianos un instrumento excelente para retomar en Cuaresma o en Adviento nuestra vida cristiana. Me refiero a las lecturas de las eucaristías que nos ofrecen los leccionarios posconciliares, muy pensados y escalonados, especialmente los de Adviento.

Algunos van buscando a veces descubrir nuevos mediterráneos espirituales, cuando les bastaría con dedicar un rato diario a reflexionar y orar con estas lecturas para ponerse las pilas en su seguimiento de Jesús.

Por ejemplo hoy, viernes de la primera semana de adviento (ciclo C), las lecturas nos hablan del ver, de dejar de ser ciegos, como metáfora de la salvación que nos llega con Jesús. El texto de Isaías dice que “Aquel día los ojos de los ciegos verán sin tinieblas ni oscuridad” (Isaías 29, 17-24). En el salmo repetíamos que “El Señor es mi luz y mi salvación” (Salmo 26). Y el texto de San Mateo nos contaba que “cuando Jesús salía de Cafarnaúm, lo siguieron dos ciegos, que gritaban: “¡Hijo de David, compadécete de nosotros!” […]. Entonces les tocó los ojos […] y se les abrieron los ojos” (Mateo 9, 27-31).

Cuánta gente, cuántos jóvenes, hoy no encuentran el sentido de la vida, no ven la luz, quizá por saturación de luces, focos y rótulos luminosos varios. Cuántas lucecitas fugaces que nos deslumbran momentáneamente y luego no nos llenan en absoluto. Cuánta superficialidad en las iluminaciones consumistas de las grandes ciudades durante todo el mes de diciembre, para gastar y gastar, y perderse lo único importante de toda esta “lumi-movida”

Que no nos extrañe luego que tantos acaben deslumbrados con tantos estímulos visuales, pero ciegos a lo esencial, como ya vio Antonio Machado hace ya más de 70 años:

¡Ojos que a la luz se abrieron
un día para, después,
ciegos tornar a la tierra,
hartos de mirar sin ver!
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