Un hombre nuevo: "Era como si hubiera vuelto a nacer" El día que Ignacio vio claro

El día que Ignacio vio claro
El día que Ignacio vio claro

"Y estando allí sentado, se le empezaron abrir los ojos del entendimiento; y no que viese alguna visión, sino entendiendo y conociendo muchas cosas, tanto de cosas espirituales, como de cosas de la fe y de letras; y esto con una ilustración tan grande, que le parecían todas las cosas nuevas"

Se me antoja que aquel día tuvo Íñigo algo semejante a lo que cuenta los que vienen del lejano Oriente y llaman la “iluminación”, o una ilustración, como decimos aquí, tras la que el hombre ve definitivamente claro y aprecia el verdadero valor de las cosas, el sentido de la vida y como una ciencia infusa.

CUANDO IGNACIO VIO CLARO

Lo más sublime le ocurrió a Ignacio de Loyola en Manresa un día del caluroso agosto de 1522. Como acostumbraba, se alejó de la ciudad como una milla, rumbo a la iglesia de San Pablo. Caminaba junto al Cardoner, que iba refrescante y caudaloso, y se sentó junto al río con la mirada perdida en sus aguas.

"Y estando allí sentado, se le empezaron abrir los ojos del entendimiento; y no que viese alguna visión, sino entendiendo y conociendo muchas cosas, tanto de cosas espirituales, como de cosas de la fe y de letras; y esto con una ilustración tan grande, que le parecían todas las cosas nuevas. Y no se puede declarar los particulares que entendió entonces, aunque fueron muchos, sino que recibió una grande claridad en el entendimiento; de manera que en todo el discurso de su vida, hasta pasados sesenta y dos años, coligiendo todas cuantas ayudas haya tenido de Dios, y todas cuantas cosas ha sabido, aunque las ayunte todas en uno, no le parece haber alcanzado tanto, como de aquella vez sola. Y esto fue en tanta manera de quedar con el entendimiento ilustrado, que le parescía como si fuese otro hombre y tuviese otro intelecto, que tenía antes".

El viaje de tus sueños, con RD

San Ignacio



Se me antoja que aquel día tuvo Íñigo algo semejante a lo que cuenta los que vienen del lejano Oriente y llaman la “iluminación”, o una ilustración, como decimos aquí, tras la que el hombre ve definitivamente claro y aprecia el verdadero valor de las cosas, el sentido de la vida y como una ciencia infusa. Dicen que el que recibe este don místico no puede comunicarlo plenamente a los demás, pero ya nunca pierde la paz y la felicidad interior. Ahora sí, Íñigo era un hombre completamente nuevo, que ardía como un ascua y sentía al mundo y a sí mismo como un trasvase de amor; veía “cómo Dios habita en las criaturas, en los elementos dando ser, en las plantas vegetando, en los animales sensando, en los hombres dando entender; y así en mí dándome ser, animando, sensando, y haciéndome entender; asimismo haciendo templo de mí seyendo criado a la similitud y imagen de su divina majestad”, como escribiría en su hermosa “Contemplación para alcanzar amor”. Ahora sí, el sabría para siempre que amor era mucho más que un sentimiento.

Era como si hubiera vuelto a nacer. Se sentía con un entendimiento y un corazón nuevos. Anonadado, se levantó y se hincó de rodillas delante de una cruz de piedra que había allí cerca, a dar gracias a Dios. ¿Nacería en aquel momento la raíz de su oración preferida? Quizás la musitó entonces sin palabras: “Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer; Vos me lo distes, a Vos, Señor, lo torno; todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta”. Las aguas del Cardoner seguían blandamente su curso, pero él ya no las veía igual.

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