LA HOMOSEXUALIDAD Y EL SACERDOCIO CATÓLICO ©
Si nos ceñimos al meollo religioso la actitud de la Iglesia frente a la homosexualidad es muy sencilla de entender. Pero antes de explicarnos conviene señalar algunos engaños que nos colocó la llamada teología progresista. Que no es teología ni por mucho que nos empeñáramos tampoco sería de la Iglesia. Uno de sus más relevantes engaños es interpretar nuestra fe y entender su moral bajo la sola luz de la criatura; esa fijación concupiscente por hospedarnos en el Punto Omega teilhardiano. Asimismo la demagogia de los teólogos “de ideas avanzadas” (suponiendo avance resucitar postulados del s.XVIII) menosprecia nuestro destino eterno, en tanto que criaturas, y nos escamotea nuestra condición de redimidos por Jesucristo, en cuanto que católicos.
Los jesuitas Rahner y Teilhard, junto al eterno frustrado Martini (q.e.p.d), como kamikazes desviaron su mira del Dios encarnado hacia el hombre endiosado, tal que inocente emanación sin mancha alguna de soberbia o egoísmo. (Esta afición a escaparse del dogma oculta sin duda complicaciones subconscientes de entre las que la homosexualidad no es la menor.) La pastoral de no pocos prelados (?) ante la homosexualidad, resbalando de la tolerancia a la misericordia y de ésta a la protección, es fruto natural de la nueva glorificación de la criatura, desprendida de y difundida por la Nueva Compañía de Jesús -«¡Jesús qué Compañía!»- y las cosechas marxistas previamente trabajadas por su prepósito general el P. Arrupe. Gran catástrofe, y a la vez venturoso destape, es que entre los papables que se barajaban para el cónclave que siguió a la renuncia de Benedicto XVI fuese elegido finalmente el candidato más populista, edición aumentada de las enseñanzas de los citados, el también jesuita Jorge Mario Bergoglio, hoy Papa Francisco.
Paso ahora a la reflexión central sobre esta incompatibilidad entre homosexualidad y sacerdocio católico. Si sorprendente es que un fiel seglar, p. ej., este que les escribe, defienda y confirme esa incompatibilidad, más lo es que en la Iglesia actual se permitan propuestas locas que quieran impugnarla pregonando un disparatado "derecho de los homosexuales al sacerdocio". El hecho probado es que la homosexualidad es una atracción hacia el mismo sexo no originada en un enamoramiento transitivo sino en el deseo “homologador” del propio ego. Se trata de un egoísmo escondido, un buscarse a sí mismo en la idolatría del placer sexual como vía de autoafirmación, lo cual le inhabilita para el Sacramento del Orden. Ese amor de sí mismo, ese amor "in-vertido", aparta al homosexual del sacerdocio porque es imposible unirlo a la persona de Cristo -in persona Christi- que es Quien ejerce los sacramentos. Muy especialmente el de la Eucaristía y el Santo Sacrificio.
Pero, por el honroso deseo de ser compasivos y buenos prójimos nos preguntamos cómo debemos acoger a aquellos que no se gustan en su rijosidad y coprofilia. Los que se ven atrapados en exclusivos círculos corporativos y que, superándose a ellos, quisieran ser sacerdotes católicos. Sinceramente, para esto son inútiles las recetas de ‘misericordina’ que Pedro, el Romano, -"sólo soy el Obispo de Roma" - nos propone repartir. Es como si a los estreptococos que enferman todo un organismo les ofreciéramos nuestra compasión y no la penicilina que los echa afuera a todos. (¡Ay! Los pobres estreptococos a los que se les conculcan sus "derechos esenciales de existir".)
Por cierto, la palabra misericordia significa “poner el corazón con el que es miserable”; es decir, compadecerse de la miseria ajena. Pero, ¿compadecernos de una desgracia nos obliga a adoptarla? Cuando alguien se hunde en un pozo de arenas movedizas ¿la misericordia consiste en echarnos al pozo a morir con él? ¿La misericordina con el drogadicto es hacernos nosotros drogadictos? Señores, el Talmud ha infectado de pederastia - peste horrenda que solo se combate con fuego - a la Iglesia católica... después de apoderarse de su economía. Ahora viene el gran paso de emponzoñar lo más sagrado, su sacerdocio. ¿Son dignos de vestir el cárdeno recuerdo del martirio quienes declaran que los homosexuales tienen dones y virtudes que ofrecernos? No; claro que no. Porque una cosa es reconocer humildemente la debilidad de nuestra condición humana, la distorsión que el pecado de Adán nos causó a todos, y, otra, reclutar como sacerdotes de la Iglesia a los afectados con la involución degenerativa de la homosexualidad.
Jesucristo, el mejor de los jueces, pues sabe de toda conciencia, ya hará con cada vida lo que a Él le mueva, pero nosotros, la Iglesia, no podemos. Hemos de preservarla del mal ofreciendo a Dios todo honor y toda gloria. Esto no es crueldad con nadie, es profilaxis y salud. Es también, no lo orillemos, rechazo frontal a la consecuente y fatal boutade hija de un Concilio engañoso que después de medio siglo sigue todavía en entredicho. Lo que nos destaca que lo que sí es crueldad, a la par que loca blasfemia, es dejar a la Iglesia a merced de semejantes irrefrenables prosélitos de la villanía, por muy obispos y cardenales que se tengan. Por cierto, a esos del 'Sínodo del progreso' ¿nadie les excomulga como herejes? ¿nadie les suspende a divinis...? Como mínimo esto, porque lo debido sería tirarles de cabeza al Tiber.
He citado de pasada el proselitismo. Curiosa paradoja de este siglo resulta que se nos proponga renunciar al apostolado y que parezca justo, equitativo y saludable el proselitismo homosexual. ¡Qué progreso…! La ONU, el Presidente de los EE.UU., la señora Clinton, los mass media, el originalísimo "Obispo de Roma", el Sínodo... ¡de la Familia! Hay que pellizcarse para saber que no es una pesadilla.
Empiezan a oírse voces sobre si tal vez debería instituirse en la Iglesia algo parecido al Santo Oficio con delegación directa del Papa –¿Cuál papa, oiga? ¿Quién? ¿Dónde está?- pues es de meridiana evidencia que la ambición de carrera, la "ingeniería financiera" (3), las sociedades secretas y la homosexualidad conforman en su cuerpo una pócima mortal.
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(1)
Link vinculando al documento vaticano referido.
(2)
Link vinculando a un estudio científico, veraz y desapasionado de ideología acerca del problema de la homofilia.
(3)
Quien primero utilizó este concepto fue Meyer Lansky, capo de la Mafia norteamericana.
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Entrevista con el autor.