Pequeñeces gigantescas © El Concilio Vaticano II vs la Tradición. ©
De modo que, si lo que se pretende es dar cédula de identidad católica a las manipulaciones y adulterios prodigados en el último medio siglo sobre nuestra milenaria religión, no hay duda de que no podemos permitirlo. Haga y diga lo que quiera la jerarquía, mal llamada apostólica a partir de tal supuesto, el fiel católico queda obligado a "la corrección fraterna"; y si no sirviera hacerlo "en lo secreto", como probado está que no, a acudir a las más altas instancias y a los medios públicos de opinión.
Tradición y Concilio Vaticano II
En Radio María, el lunes 17 del corriente, le preguntaron a un obispo sobre las fuentes de la fe. A lo que aquél contestó, cito de memoria: "El Concilio Vaticano II dice que la Revelación se funda en las escrituras y la tradición." Es la verdad que la Iglesia ha defendido desde su nacimiento. Aunque en realidad solamente deberíamos hablar de tradición pues que las escrituras no son más que tradición escrita.
Repito, porque hay que subrayarlo, que lo que parece ominoso es que la respuesta quiera fijar el tiempo conciliar del Vaticano II como si la Iglesia surgiera por arte de birli birloque a partir de aquella asamblea. Y esto es muy peligroso porque no es de recibo, como mínimo intelectualmente, referirse a principio tan básico como las fuentes de la Revelación hurtándole la primera de todas, la tradición en que la Iglesia se origina. Mucho más y mucho antes que en las escrituras.
La Iglesia no nació el 8 de diciembre de 1965
Aunque hoy tantos católicos de registro así lo crean, un concilio no puede ser lo que define o señala los fundamentos de nuestra religión. Los concilios sólo son asambleas consultivas que nada pueden dictar sin la anuencia comprometida del Papa, durante su curso o después de la clausura.
Tradición vs Escrituras
Finalmente pasemos a recordar que la tradición tiene autoridad muy superior a las Sagradas Escrituras. ¿Que cómo me atrevo a 'tal osadía'? Porque es sobre ella que se asienta todo lo bueno, y lo único, de aquellas: La promesa de un Salvador. Así lo dijo Moisés Maimónides en el s.XII: "Todas las escrituras se explican en el anuncio del Mesías." El mismo Dios que según el profeta Isaías bajaría al mundo a enseñarnos, y gracias al cual los humanos dejamos de vagar como sonámbulos por el misterio de la vida.
La tradición madre de las escrituras
Sin embargo, por desgracia, la tradición se desprecia hasta el punto de que, hoy, muchos católicos no pueden tomar esta Iglesia como la Iglesia de siempre. (Que si deja de ser la de siempre ya no es católica.) Gran parte de su jerarquía se ha desprovisto, como suicidas orgullosos, de la autoridad que se engendra en la tradición. Nada sorprendente cuando llevamos medio siglo viviendo en el modernismo, gobernados por modernistas que han desacralizado los sacramentos, muy en particular la liturgia; escondido y vejado el sacrificio que todo sacerdote en su ordenación se obligó a ofrecer, y en muchos detalles también la presencia real eucarística. Además, nos han introducido la lucha de clases mediante la opción proletaria, para lanzarnos, por alienante ramplonería a lo que llaman amor preferencial por los pobres, y no exactamente los de Yahveh.
Así, hemos desertado de evangelizar a las clases dirigentes, método seguro de ganar la sociedad para Cristo. Peor todavía, nos han devaluado a Cristo poniéndole al nivel - en Asís, también este papa Benedicto - de dioses incomprensibles. Y hemos subordinado cualquier certeza a la especulación y al aventurismo, soberbia descomunal de los neo-teólogos. De ahí el antropocentrismo que disuelve la idea de pecado en una inmoralidad que el hombre, ahora deificado, puede permitirse.
Resultado: Mil millones de católicos registrados pero el "Cash Flow" de las colectas y las donaciones reducido a menos de la mitad del de 1957, en lo que respecta a valores del IPC. (Comparación fácil con los anuarios pontificios.)
Lo que vaya a ocurrir después de esto en nada ha de sorprendernos. Pero sí aterrorizarnos, porque estas cosas, por su pervertida naturaleza, o simplemente por justicia divina, no pueden seguir impunes durante mucho tiempo.
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