Pobres y pobreza - VII: Los orígenes humildes

La supuesta virtud de "los orígenes humildes" tomó carta de naturaleza cuando a partir de Juan XXIII el filtro pauperista empezó a aplicarse hasta para los candidatos a obispo, incluido el de Roma. En España, todavía con más éxito si se acompañaban, esos "orígenes", con el absurdo aval de algún pariente con años de cárcel... Absurdo, pues probablemente esa cárcel se correspondería con delitos de persecución a la Iglesia.

Es significativo que este filtro se promovió por quien, Angelo Roncalli, ya en sus años universitarios destacó como ferviente admirador de Marc Sagnier y discípulo –mejor decir camarada- de Ernesto Buonaiuti. Sin que fuera molestia o reparo que ambos, Sagnier y Buonaiuti, recibieran serias condenas de Roma.

Sagnier, fue fundador del Movimiento Le Sillon (El Surco) que el Papa San Pio X desmontó en sus principales postulados con la encíclica "Notre charge apostolique", significativamente ignorada en una selección de sus "Escritos doctrinales" que, en España, publicó Ediciones Palabra.

De Buonaiuti podemos decir que quedó marcado como el mayor exponente del modernismo, por lo cual fue objeto de excomunión mayor, de la que quiso librarse alegando su antifascismo. Razón indiferente con el rigor doctrinal del Santo Oficio, pero que sí le valió para mostrarse como perseguido ante sus amigos y seguidores.

"Orígenes humildes..." ¡Viva la colectivización! ¡Cuánto pueden engañarnos títulos bien estudiados! Parecido a esas palabras que los traductores llaman falsos amigos, los orígenes humildes son cortina de humo para el nuevo clasismo proletario. No se captaron, como en anteriores épocas, a las generaciones - siglos de fe heredada en la cuna - de familias modestas pero bien formadas en religión, sino entre los que ven en la Iglesia una solución de vida.

Y no es que la llamada de Cristo decaiga, es que han decaido los encargados de cosechar sus frutos. El Evangelio es el mismo y los hombres yo diría que hoy mucho más necesitados de conocerle.

La nueva hermenéutica de los orígenes humildes es un ardid de ruptura que se ha hecho carne del cuerpo eclesial. Con su criba hacia abajo la bitácora de la nave de Pedro tiene muchos borrones. Forzadas muchas diócesis a navegar con oficiales de cuchara, sus pasajeros pasan la singladura con el chaleco salvavidas o tirándose al mar.

Es de cajón que no se puede reedificar la Ciudad de Dios escogiendo los materiales más baratos de la sociedad. No los "más baratos" por ser pobres, sino por sus bajas motivaciones. Es la Iglesia, sobre todo la diocesana de los últimos lustros, la que debe examinarse si no habrá desviado su esfuerzo hacia lo más fácil, hacia un funcionariado rutinario que está sentado en sus casas parroquiales y en sus iglesias vacías a espera de que vaya un fiel a confesarse, y resulte que no es la hora. Este proletarismo de recluta al recorrer el escalafón es imparable metástasis de una institución que desde su fundación subió grados de excelencia en todos sus objetivos, así como para todos sus miembros.

La oposición a esta natural excelencia se muestra en que los nuevos curas dicen que quieren ser “uno más entre la gente común”. Que alguien me diga qué sentido tiene esto. Claro, si somos un pueblo de sacerdotes nos hacen creer que todos estamos ordenados. ¿Honraremos mejor a los pobres imitándoles? No, más parece una burla. Porque esa supuesta facilidad de convivencia se traduce en que las facultades de su sacerdocio la gente no las tome en serio.

"Iguales a la gente común". ¿A qué gente? No conozco "gente tan común" que celebre la Eucaristía matinal con el pijama debajo de las vestiduras... Esa propuesta y supuesta igualdad es ya en sí misma contraria al plan de Dios que nos quiso hacer singulares e irrepetibles. El mimetismo populista lleva a la falta de aseo, a la manga ancha en criterios elementales de la vida de piedad, moral o Catecismo. Induce a considerar el premio al esfuerzo como "una injusticia social". ¿Puede un sacerdote con años de formación y costes para la Iglesia - que somos todos - ser "uno más entre la gente común"? Un sacerdote es un sanador y educador de almas que debe cuidar para Dios. Como dice el Diccionario RAE: "hombre consagrado a Dios, ungido y ordenado para celebrar y ofrecer el sacrificio de la misa". No me digan que es uno más.

El filtro de los “orígenes humildes” hay que revisarlo. Es contrario a la universalidad de la Iglesia, no garantiza la santidad de intención, gregariza al clero hacia una ideología disidente y, encima, Dios lo castiga con una cuenta de resultados en quiebra técnica de fieles, de sacerdotes y de colectas.

Los "orígenes humildes" son malos vientos para una barca que lleva décadas "haciendo agua por todas partes".
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