Francisco nos inspira en este Año Santo Cuaresma es la Esperanza de un Pueblo que camina

Francisco nos ha dado hace unos días, su mensaje para la Cuaresma de este año Santo, que se titula “Caminemos juntos en la esperanza”. Cada una de estas palabras definen la cuaresma como proyecto del Reino de Dios.
Cuaresma es caminar
“Caminar» evoca el éxodo bíblico de la esclavitud hacia la liberación de la tierra prometida. Es un proceso liberador que puede tardar mucho tiempo, a veces toda una vida de búsqueda. Pero es una travesía con sentido, que cree en una Promesa que no falla. Tenemos esperanza porque Él nos espera y da sentido al cansancio del itinerario.
Caminar también evoca el método de Jesús: “sígueme”. La conversión es un seguimiento a su persona y discernir permanentemente si es a Él a quien seguimos o a nosotros mismos, a nuestro grupito de iluminados, a nuestras ideologías hechas de Babel y soberbia.
Para descubrir lo que nos espera, hay que seguirlo en las claves del Evangelio, en los signos de los tiempos, en los bienaventurados de todo tipo y en la comunidad de discípulos. Es la efímera historia humana convertida en Historia de Salvación para siempre. Él nos ama primero cada día y nos dice como a Zaqueo: hoy tengo que ir a comer a tu casa.
Cuaresma es un poliedro de muchos aspectos, que se va armando, ordenando, hacia la Pascua. Un poliedro en el que todos somos necesarios, incluye inteligentemente a todos los seres humanos. Incluso la Creación anhela esta plenitud (Rom 8,21)de cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia. (2 Pd 3,13).
Cuaresma es una metáfora del viaje de la humanidad hacia su destino. Un viaje encabezado por precursores, adelantados llenos de Gracia, muestras gratis de una humanidad nueva. Son la levadura oculta, el trigo que crece de noche y junto a la cizaña que no nos deja en paz. Son los santos de la puerta de al lado y las semillas del Verbo esparcidas en todos los puntos del universo que multiplican sus talentos de misericordia hasta la Parusía.
Convertirse es recordar que somos peregrinos, que no hemos llegado, no somos perfectos o terminados. Necesitamos un largo trayecto para que el Amor de Dios transforme nuestras conductas, puntos de vista y sesgos difíciles de cambiar, provocados por el egoísmo y la vanidad.
Caminar implica tiempo, condición humana que, impulsada por el Espíritu Santo, produce una historia nueva llamada Reino de Dios. Los discípulos de Emaús fueron descubriendo al Señor en el caminar juntos, fueron desprendiéndose de los velos que les impedían comprender. Así, liberados de la ignorancia del significado de los acontecimientos, descubrieron plenamente su Presencia Resucitada, fuente de toda Esperanza.
Ellos fueron descubriendo que lo esencial no era la “autopercepción” de su dolor, la nostalgia de una ausencia amada o la utopía de un proyecto inexistente. La Sagrada Escritura que les iba explicando Jesús, hizo arder su corazón por lo esencial de aquella historia compartida. “Es olvidándose de uno mismo como uno se encuentra y amando como se es amado”. Ni “mente en blanco” ni meditación introspectiva, sino la mirada que descubre el Tú que nos ama intensamente…en los que comparten el camino de este mundo hacia la vida entera.
Cuaresma es aprender a quedarnos con lo esencial. Requiere darnos cuenta y reparar el daño que hemos producido y abandonar las estructuras que dejaron de tener sentido. Es dejar de defender individual o corporativamente lo “indefendible” de nuestros errores pasados y presentes.
Lo contrario es la religión que adormece de aquellos que creen que lo tienen “todo resuelto” con sus prácticas piadosas mal llamadas “de toda la vida”. La teología negativa nos purifica de esas imágenes reductivas de Dios que se nos van adhiriendo culturalmente.
Porque si bien es cierto que la fe que no se hace cultura no es verdaderamente asumida (JP II), también la fe a la vez que se encarna sigue siendo una instancia crítica de todas las culturas, sino la sal pierde su sabor y es domesticada por los brujos de la tribu.
El amor de Dios es expansivo, requiere liberarnos una y otra vez de las imágenes de un dios pequeño hecho a nuestra medida, un ídolo que ya no sorprende ni cuestiona, ni hiere verlo en los sufrientes.
En este sentido de peregrinaje cuaresmal, Francisco, con los pies en la tierra, nos despierta de las ensoñaciones de una espiritualidad burguesa y nos conmueve con la peregrinación real y forzada de «tantos hermanos y hermanas que hoy huyen de situaciones de miseria y de violencia, buscando una vida mejor para ellos y sus seres queridos».
Ellos golpean a la puerta de las sociedades de abundancia y derroche que olvidaron cuando padecieron necesidades y migraron por el mundo. Hoy, en la Cuaresma de este Año Santo, el Papa pone el foco en los millones de personas, en aumento, que huyen de sus países de origen depredados y se encuentran con las murallas “meritocráticas” de los países que los esquilman, les “externalizan sus costos” y los abastecen para las guerras.
Francisco comparte una reflexión: «¿Cómo me dejo interpelar por esta condición? ¿Estoy realmente en camino o un poco paralizado, estático, con miedo y falta de esperanza; o satisfecho en mi zona de confort?»
Cuaresma es el caminar de un Pueblo
En su mensaje, Francisco nos recuerda que este camino hemos de realizarlo «juntos». Porque «los cristianos están llamados a hacer camino juntos (…) salir de nosotros mismos para ir hacia Dios y hacia los hermanos». Ir en la misma dirección es una invitación a comprobar «si en nuestra vida, en nuestras familias, en los lugares donde trabajamos, en las comunidades parroquiales o religiosas, somos capaces de caminar con los demás, de escuchar, de vencer la tentación de encerrarnos en nuestra autorreferencialidad».
A nadie se le escapa la fuerte presencia del concepto teológico “Pueblo” en Francisco, para denominar la Iglesia y que fuera proféticamente anunciado por el Concilio Vaticano II. Un concepto que no se queda en la institucionalidad tridentina y decimonónica de “sociedad perfecta”, sino que recoge matices mucho más amplios, tanto sociológicos como bíblicos.
“Pueblo” es una imagen más compatible con la de “Iglesia en salida” y “hospital de campaña”, realidades en proceso y no institución “definitiva” para amurallarse con cánones y anatemas en vez de puentes y diálogo. Resume una experiencia de fe comunitaria porque somos persona y sociedad como la Trinidad, que nos creó a su imagen. La barca de Pedro fue enviada por Jesús no para hundir a otros sino para rescatar a todos.
Prescindir de este elemento social es reducir el cristianismo a este individualismo y narcisismo rampante que impregna nuestra época. Un individualismo de la imagen en redes de vanidad y ostentación. Y que incluso nos vende espiritualidades intimistas y elitistas, que evaden el compromiso social por un mundo mejor.
Peregrinamos con un Pueblo, con “un nosotros de fraternidad abierta e inclusiva” que vence el infierno de la soledad egoísta que nos tienta a cada paso. El Reino de Dios es la aspiración de Jesús para que “todos seamos uno en el Amor” (Jn 17) “Ya no hay judío ni gentil, esclavo ni libre, hombre ni mujer, porque todos ustedes son uno en Cristo Jesús. Y ahora que pertenecen a Cristo, son verdaderos hijos de Abraham. (Gal 3,28). El “sentir con la Iglesia” de san Ignacio de Loyola se convierte así en un ímpetu misericordeador que abraza a todos, como y desde el Corazón de Jesús.

Cuaresma es Esperanza
Es un tiempo que nos recuerda que la vida cristiana es Esperanza que vence al sinsentido de un mundo y una iglesia sin Amor expansivo, acogedor, inclusivo.
La Esperanza cristiana es la respuesta a esa profunda percepción de Samuel Becket cuando escribió “Esperando a Godot”. Su existencialismo ateo lo hizo miembro destacado de un grupo llamado “teatro del absurdo”, una postura sin esperanza matizada por un particular sentido del humor, entre negro y sórdido.

En esta obra habla de una espera que no espera nada, la pérdida de la ilusión, la desorientación humana, de nuestra condición de seres naufragados, de cómo buscamos todo el tiempo alicientes para vivir y encontrarle a la vida un sentido y cómo ese sentido se nos escapa de las manos, cómo nos pasamos la vida esperando no sabemos muy bien qué. Parafraseando a San Pablo en el Areópago, “lo que vosotros esperáis sin conocer, eso os anuncio yo.”
La gran ascesis cuaresmal es redescubrir los motivos de nuestra Esperanza (1 Pd 3,15), salir al encuentro de quienes Dios ha puesto en mi camino y escuchar atentamente. Escuchar nos libera de la autorreferencialidad tanto individual como institucional. Todo nos habla de Dios, por eso Cuaresma es afinar el oído ya que la "la fe nace de escuchar" (fides ex auditu) (Rm 10, 17). Por eso dice el salmista "Yo pongo toda mi esperanza en Tí Señor y confío en tu palabra. Espero en mi Señor como el guardia espera ansiosamente a que amanezca.(Salmo 130)
La última palabra que explica Francisco es la «esperanza». Esperanza «de una promesa», porque como escribió Benedicto XVI en la encíclica Spe Salvi, «el ser humano necesita un amor incondicionado». Y ese amor, es Jesús, porque «la muerte ha sido transformada en victoria y en esto radica la fe y la esperanza de los cristianos, en la resurrección de Cristo». La Esperanza es la certeza de un Gran Amor que da consistencia a todo.
La cuestión es: «¿Vivo concretamente la esperanza que me ayuda a leer los acontecimientos de la historia y me impulsa al compromiso por la justicia, la fraternidad y el cuidado de la casa común, actuando de manera que nadie quede atrás?» (Francisco)
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