Ayuda mutua entre vístimas del machismo

La Fundación Luz Casanova –en honor a la fundadora de las Apostólicas y entidad jurídica que colabora con las administraciones– trabaja en la atención a mujeres maltratadas, en estos momentos busca encontrar otros recursos –entre empresas, entidades sociales, donantes particulares y comunidades cristianas– que les permitan mantener y consolidar los programas en marcha y responder a las nuevas emergencias sociales, además de insistir de nuevo a las administraciones públicas para que no bajen la guardia frente a la violencia machista.
He aquí dos testimonios que manifiestan que son posibles otras relaciones.

En primera persona
María José, de 53 años de edad, lleva siete años separada. Tiene dos hijos, un chico que ahora tiene 25 años y una chica de 22. Esta licenciada en psicología y auxiliar administrativo en la administración pública llevaba casada 20 años y siete de noviazgo. Su ex era arquitecto técnico, de cierto prestigio, muy religioso, muy sociable y muy educado, pero la sometió a maltrato psicológico y amenazas humillantes. Frecuentaba mucho el bar, la dejaba sola en las tareas domésticas y en el cuidado del hijo y la hija. Siempre subrayaba con desprecio que él “traía el dinero a casa” y que lo que ella ganaba “no era nada”. Vivía con miedo, bajo insultos y reproches constantes, controlada al minuto, siempre “metida en casa” sin relaciones sociales; aterrorizada con una sola mirada de su marido, que solía conducir borracho y violentamente cuando ella iba de copiloto, bajo la amenaza de que cualquier día “te tiro por la ventana”. “Vivía en una cárcel, en un tormento cotidiano”, según confiesa.
Era incapaz de contar a nadie lo que pasaba en casa, no tenía marcas de agresiones físicas y pensaba: “¿Quién me va a creer?”. Hasta que tras el primer trimestre del curso 2005, su hija llegó a casa con casi todas las asignaturas suspendidas. En la entrevista con la tutora de su hija, le preguntó las razones del bajón académico y acabó derrumbándose: “Le conté todo de golpe”, recuerda. Echando mano de un coraje que creía olvidado -y gracias a la ayuda de sus familiares y amistades- logró llevar a juicio a su marido, que en primer instancia fue condenado y obligado a alejarse de ella por orden de la magistrada, ya fallecida, Raimunda de Peñafort. Al tiempo, buscó ayuda psicológica y social, que acabó encontrando en la Fundación Luz Casanova.
“Avancé mucho, en relativamente poco tiempo; después de todo, tenía un trabajo fijo, los jesuitas -titulares del colegio de su hija- nos ayudaban mucho, mi ex pasaba la pensión, aunque cuando podía, hacía de las suyas...”, rememora María José, quien, de primeras, prefirió no participar en las sesiones grupales. En cambio, relata, “cuando se formó el segundo grupo de terapia con mujeres víctimas de la violencia, me dijeron que podía haber alguna compañera con características parecidas a las mías y ya me animé a participar, yo estaba en vías de recuperación y me sentía fuerte”.

De victima a colaboradora

“Siempre pensé que si hubiera encontrado antes alguna persona que me comprendiera y me hubiera prestado ayuda, me habría ahorrado muchos tormentos”, asegura María José para explicar por qué cuando se sintió recuperada decidió seguir vinculada con la Fundación Luz Casanova. “Estaba agradecida y, de algún modo, quería devolver lo que habían hecho conmigo”, añade. Así nació el proyecto “Nosotras contamos”, una ramificación del servicio de las Apostólicas que permite a las mujeres contar con un espacio de relación y de autoayuda, también de alerta, sobre posibles nuevas relaciones de pareja peligrosas, una vez que han roto con la historia de violencia padecida.
María José lidera junto con otras compañeras en circunstancias parecidas la iniciativa que permite a las víctimas de la violencia machista reconstruir sus biografías. “Les doy mi teléfono y les digo a las compañeras que me pueden llamar siempre. A veces quedamos para ir al cine, para tomar una caña o para pasear. Buscamos actividades que sean gratis o cuesten poco... A veces se trata de dejar que alguien se desahogue y otras de cambiar de tema para no estar siempre hablando de lo mismo”. También se esfuerza por encontrar trabajo a sus compañeras, muchas de las cuales se enfrentan sin redes de apoyo ni habilidades suficientes –a veces, hasta desconociendo el castellano– a la dura tarea de mantenerse económicamente independientes, socialmente útiles y emocionalmente sanas.
“Somos como una familia”, de las bien avenidas, claro. “Estaba en una cárcel hasta que rompí las cadenas y me vi aflorar como jamás pensé que lo podría hacer, así que, si ahora veo o intuyo que hay mujeres que puedan estar pasando por lo que yo pasé, siento la necesidad de hacer lo que me hubiera gustado que alguien hubiera hecho conmigo. Resulta que, además, haciendo esto, recibo mucho afecto, me llenan de cariño y soy feliz cuando reímos juntas”. Es una mujer que ha dado el paso de seguir combatiendo la violencia de género, cuando las administraciones aflojan.
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