Cree en el evangelio y te convertirás

El tiempo que nos ha tocado vivir es un tiempo desafiante, entre otras cosas porque es el nuestro. Es desafiante en el sentido que nos incita, nos provoca y nos impulsa. Aunque en seguida me asalta la duda ¿De verdad me siento provocado, o me siento desamparado, o no siento ninguna inquietud, o simplemente me dejo llevar, como el tapón de corcho, por la corriente de lo que “se piensa”, “se dice”…?

Reconozco que el tiempo actual me está apasionando cada vez más, entre otras cosas porque lo estoy viviendo como una oportunidad de vivir más plenamente. Son tantos los aspectos y situaciones de la vida que me invitan a tomar una postura personal, que a veces tengo la sensación como si comenzara a vivir, a pesar de mis muchos años.

Estoy dándome cuenta que, a través de toda relación con las personas, con la vida, con Dios, tengo la ocasión y la capacidad de entrar en relación conmigo mismo y de comprender que mi mundo interior se refleja, se proyecta al exterior, como también el entorno se proyecta sobre mí. Un ejemplo puede ayudar a comprender lo que quiero decir. Muchas personas recordarán el antiguo proyector de diapositivas - nada tiene nada que ver con las nuevas tecnologías digitales de hoy-, que a través de un dispositivo de luz proyectaba la imagen en la pared, lo que en su tiempo era todo un éxito para que la familia o el grupo pudiera ver las imágenes. Haciendo una traslación diría que la diapositiva soy yo que me proyecto en las otras personas con las que me encuentro, las situaciones en las que participo, etc.



Ahora me percato que, lo que hacía antes cuando quería cambiar algo, trataba de cambiar la imagen proyectada sobre la pared, en vez de reemplazar la diapositiva para comprenderme. Realmente la imagen que hay en la pared es una proyección, una ilusión, no es mi realidad. De esta forma lo que trataba de cambiar era algo externo a mí. En definitiva me empeñaba en cambiar mi imagen externa, pero lo que no hacía era reemplazar la diapositiva que soy yo y está dentro de mí.

Reconozco que, con gran paz y esperanza, estoy cambiando de perspectiva. Veo en todo encuentro, en toda experiencia, en toda relación, en cualquier situación una ocasión para entrar en contacto más profundo conmigo mismo y, desde ahí, vivo y puedo aportar lo más singular y propio y, a la vez, sentirme profundamente unido con los demás con la naturaleza y con Dios. Cuanto más me reconozco en lo profundo de mi mismo, más siento la necesidad de salir a compartir, a acoger lo original y único de los demás.

Desde esta visión estoy viviendo el ejercicio de la cuaresma como un ejercitarme en acoger el evangelio y no tanto en cambiar la imagen que se proyecta en la pared de la vida. Lo que de verdad me importa es acoger la buena nueva de Jesús y seguirle. Creo que lo primero es acoger el evangelio y después viene la conversión. Para mí hoy, la frase del evangelio “convertíos y creed en el evangelio”, la traduzco en “Creo en Jesús y le sigo”…
Esto me ha ayudado a superar la crisis que durante tanto tiempo he vivido en mi vida y en mi quehacer pastoral. Lo que yo hacía al proponerme y proponer acciones pastorales concretas para vivir y celebrar la cuaresma, eran actos, plegarias, acciones puntuales que realmente pretendían cambiar la imagen que proyectaba, lo que era un simple cambio cosmético, puesto que quedaba reducido al periodo cuaresmal, sin incidencia en mi vida y en mis relaciones, y eso me producía frustración, desengaño y cansancio.

Estamos viviendo otros tiempos. Ya no hay aquel “microclima” que establecía unas condiciones exteriores que favorecían la práctica de ciertos rituales, como la abstinencia y el ayuno, el vía crucis, los sermones, los viernes de cuaresma, los ejercicios espirituales, las procesiones y un largo etc.

Ahora lo comprendo mejor, en la cuaresma se pretendía crear un ambiente externo que influyera en las personas. En el fondo se daba por supuesto que la mayoría de las personas “creíamos”, por eso lo que había que mantener era esa “creencia” con esas acciones y ritos externos.

Hoy, en un mundo globalizado, pluri-religioso, digital, de vida acelerada, del tirar y usar…, he tomado la decisión prioritaria de acoger, reconocer, aceptar en mi vida el Espíritu de Jesús para ello dedico un tiempo personal en el que expreso mi confianza y dejo que él obre en mí vida.

Sencillamente me estoy dejando conducir por una confianza en Jesús que va creciendo con los años. Me ayuda el dedicar tiempo a acoger la experiencia de fe que nos transmiten los evangelios. Entiendo que esto no es cuestión de tiempo cronológico aunque se llame cuaresma, porque hoy decir que es tiempo cuaresma no es decir nada, a lo más a la mayoría de las personas les evoca otros tiempos.

Es por eso que desde la experiencia vivida desde hace algunos años creo que, en la situación social y eclesial actual, hay que optar decididamente por promover la iniciación o reiniciación en el encuentro personal con Jesús, lo que no quiere decir individualizar la fe, puesto que la fe es fruto del testimonio y del intercambio, sin ellos no puede haber fe auténtica y autentificada. Precisamente lo que yo echo en falta es el poder intercambiar la fe en un tiempo y espacio compartido, pero no me es fácil encontrar personas dispuestas a compartir, puesto que están habituadas a realizar determinados ritos y plegarias juntos, pero yo voy a seguir en el empeño.
Este tiempo, pues, es un tiempo de paciencia y de compromiso para crear condiciones en las que se posibilite y fomente el encuentro con el Espíritu de Jesús, por eso me he propuesto y hecho la propuesta de vivir esta cuaresma de 2017 como una oportunidad para seguir a Jesús.

Escucha esta audición: “Jesús” de Ain Karem:



Buena travesía más allá de la Pascua.

Nacho
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