San Pablo: un apóstol especial
| Gabriel Mª Otalora
Pablo fue uno de los seguidores más importantes que tuvo Cristo, y a la vez con mayores singularidades. Fue contemporáneo de Jesús pero no le conoció. Fue fariseo en su juventud, como aparece en el martirio de Esteban, y un perseguidor acérrimo de judíos seguidores de Jesús que le aceptaban como Mesías. De ahí se transformó en uno de sus grandes apóstoles -evangelizadores- por toda la cuenca del Mediterráneo. Pero, como todo proceso transformador de calado, no comenzó enseguida con la predicación, sino que se retiró tres años al estudio y la oración.
De los 27 libros del Nuevo Testamento, 13 se atribuyen a Pablo; él mismo es el protagonista de buena parte del libro Hechos, escrito por su amigo Lucas. Escribió 7 cartas y otras 5 proceden de seguidores que escribieron en su nombre, utilizando el material de sus cartas. Dichas epístolas, escritas apenas 20-25 años después de la muerte de Jesús, son anteriores incluso de la redacción de los evangelios. De hecho, son los únicos escritos que se conservan de la primera generación cristiana.
Una de sus mayores aportaciones es la ruptura del concepto de la salvación en función de la pertenencia a un pueblo, ni siquiera en función de la observancia de una ley. Dios ha intervenido en la historia mediante el envío de su Hijo como Buena Noticia para toda la humanidad.La Buena Noticia incluye a extranjeros, esclavos, a los no circuncisos y las mujeres. Es una de las grandes señas de identidad de Pablo, la abolición de límites en los destinatarios del Mensaje por causa del sexo, raza o razón social, algo que hoy sigue siendo audaz a la vista de las reticencias de no pocos seguidores de Cristo. Solo por esta exhortación y el papel que jugaron las mujeres en sus comunidades -del siglo I-, merece no ser tenido por como un machista.
Tuvo una gran personalidad y criterio para limar diferencias con la comunidad de Pedro en Jerusalén en torno al entonces trascendental tema de la circuncisión de los nuevos seguidores cristianos.
Hay que detenerse en el papel cualificado que desempeñaron muchas mujeres en aquellas primeras comunidades paulinas: “Ya no hay varón ni mujer, todos sois uno en Cristo“ (Gal 3,28). Febe, Prisca, y Áquila, María, Junia y su esposo Andrónico, las hermanas Trifena y Trifosa, Pérside, Julia… Como afirma Vidal García, las mujeres colaboradoras surgieron en buena medida porque las casas, ámbito principal de la actividad de las mujeres, era la base fundamental de la misión paulina. Pero ello testifica, al mismo tiempo, la vigencia en la misión paulina del principio mesiánico de la igualdad del varón y de la mujer. Pablo llega a elogiar a Febe por su trabajo como diaconisa y también a Junia (Rom 16).
Quiero destacar la importancia que Pablo da a la oración, tan devaluada hoy, sobre todo la oración de escucha: Os exhorto a la oración, a las intercesiones y acciones de gracias por todos (1 Tim).
Junto a lo anterior, me parece extraordinario lo que se ha venido en llamar el Himno al amor de san Pablo en su primera Carta a los Corintios, unido en lo esencial con el Cantar de los Cantares del Antiguo Testamento, en la medida que el deseo de amor que habita en todas las personas es lo esencial humano. La fuerza transformadora y sanadora del amor no tiene parangón, ya sea en la experiencia de amistad, en el matrimonio, en la relación con Dios o con el hermano desconocido necesitado, que viene a ser algo similar. Ni siquiera el Evangelio tiene un texto tan directo y conciso como este de Pablo, sin duda un canto a lo mejor del ser humano para practicar en todo tiempo y lugar.
A la vez, el apóstol Pablo supo acoger los valores positivos de la filosofía de su tiempo, y como le parece bueno, lo recomienda a la comunidad de Filipos: “Todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta” (Filp 4, 8). Pues eso, que relaeamos a san Pablo con espíritu sinodal, que seguro que estaría muy de acuerdo con el Papa.