Dos Sínodos especiales
| Gabriel Mª Otalora
La Conferencia Episcopal Alemana ha decidido propiciar un debate sobre la reforma necesaria en la Iglesia católica a partir de los abusos sexuales. Y lo enmarca en un debate sinodal en el que se tratarán asuntos como el papel de la mujer en la Iglesia, la homosexualidad o el celibato, pese a que la ortodoxia vaticana advierte que dichas cuestiones son competencia exclusiva de la Iglesia universal cuando, curiosamente, en otro Sínodo no menos importante como el de la Amazonia debate parecidas cuestiones bajo el aliento del Papa Francisco.
La persona que impulsa el sínodo alemán es el presidente de los obispos alemanes, Reinhard Marx, miembro del reducido consejo que asesora al Papa en las reformas de la Iglesia en general y de la Curia romana en particular. Los católicos alemanes se han tomado en serio la recomendación del Papa en el sentido de escuchar a la sociedad civil y ahora se topan con la rigidez jurídica de la jerarquía. Lo cierto es que la Iglesia católica más rica del mundo se desangra en seguidores: solo en 2018, doscientos mil católicos dejaron la Iglesia para no pagar el impuesto religioso allí establecido mientras existe una desbandada de sacerdotes que ha reducido drásticamente el clero católico en Alemania, pasando de 17.000 que había en el año 2000 a tan solo 1.161 en 2018.
La Iglesia alemana, de seguiren el inmovilismo, va a convertirse en un factor social residual sin capacidad para influir evangélicamente en la sociedad. En la Amazonia, la Iglesia católica es pobre y tampoco llega a muchos lugares debido a la grave escasez de sacerdotes y medios para estar y hacer comunidades de fe. El porcentaje de sus fieles también ha descendido al 50 %.
Dos realidades diferentes con sustratos comunes que quieren tratar cuestiones parecidas, trascendentales para la vida de sus comunidades: el papel del laicado y de la mujer en particular, el celibato, los viri probati, sacerdotes casados… y ambas realidades eclesiales han elegido el formato sinodal para ponerse a trabajar en el camino de las reformas que entienden necesita la iglesia católica con urgencia. En ambos casos también se han producido una resistencia por parte de quienes entienden que ellos son los guardianes de los planes de Dios leyendo el evangelio al revés, me temo, alejando así la esencia evangélica de la práctica y del ejemplo.
Lo verdaderamente importante de estos dos Sínodos no es, a mi entender, lo que algunos medios eclesiales conservadores destacan entre desazonados y amenazadores con un cisma: la cuasi inmutable ortodoxia de las normas que no hace sino ocultar el control y el poder eclesial de una institución clericalista incapaz de adecuarse al evangelio pretextando que sus normativas son de derecho divino cuando el verdadero derecho divino arranca del amor, se orienta hacia el amor y desemboca en una Buena Noticia universal -katholikós- para todos.
Por encima de las normas de la iglesia institución está el fundamento de evangelizar. Y la resistencia paradigmática a ambos Sínodos se encuentra en el temor a que el celibato pueda ser opcional. Pero como dice el Concilio Vaticano II, el celibato “No se exige por la naturaleza misma del sacerdocio” (PO 16). Es decir, que no debería ser un requisito esencial para ser sacerdote la condición de célibe sin cuestionar a quien tenga vocación para serlo. Donde algunos quieren ampliar la fortaleza de los carismas para llegar mejor a todos, otros siguen inasequibles al inmovilismo absoluto poniendo todas las manzanas de su fe en el cesto equivocado, perdiendo de vista el Mensaje de Jesús y sus formas de entender las normas y el poder cuando se trata de mostrar el rostro del Padre.
Mejor harían todos esos expertos en las profundidades históricas del catolicismo en fijarse en la desbandada de fieles que nuestro mal ejemplo produce erosionando lo esencial: el anuncio con el ejemplo del Evangelio. Sobra la soberbia, el clericalismo y la casta funcionarial en torno a un centro de poder como es el Estado de la Ciudad del Vaticano. Falta misericordia, humildad y ofrecer una Iglesia Pueblo de Dios participativa, en oración de escucha y cercana a los más necesitados. Bienvenidos sean ambos Sínodos, porque son la puerta para el aire fresco que necesitamos. Ya veremos si el viento llega como brisa, frescachón o vendaval.