Belial, el espíritu del Capitalismo.
Habría que hacerse la pregunta tras más de cien años de la publicación de la famosa obra de Weber sobre la ética protestante y el supuesto "espíritu del capitalismo". Según la conocida tesis de la obra de 1906, la ética protestante, especialmente la calvinista, dieron apoyo a un nuevo espíritu epocal que permitiría el surgimiento del capitalismo en el siglo XVI con toda la fuerza que hemos podido constatar. El principal elemento de esta ética sería la visión del enriquecimiento como signo externo de la predestinación divina para la salvación, de ahí que el estigma católico sobre la riqueza perdería su fuerza y permitiría el surgimiento de la burguesía como nueva clase social legitimada para el ejercicio de todos los poderes sociales. La tesis de Weber implica que el capitalismo requiere de alguna motivación ajena a su misma dinámica interna para poder legitimarse ante los hombres y en su foro interno. El capitalismo estaría, en sí mismo, deslegitimado, pues no responde a las verdaderas necesidades humanas. Aunque esto no lo defendió Weber, creo que es posible colegirlo de su reflexión, al menos así lo han hecho Luc Boltanski y Ève Chiapello en su imprescindible "El nuevo espíritu del capitalismo" (Akal 2002). Su posición es que el capitalismo requiere de algo que lo legitime limitándolo, ese es su espíritu, lo que hace que el capitalismo no derive, llevado por su lógica interna, en la destrucción completa del orden social.
El capitalismo es, en cierta manera, un sistema económico y social absurdo. En él, los hombres y mujeres que forman la sociedad pierden su dignidad: el que trabaja porque pierde la propiedad de su trabajo, y el que posee el capital está encadenado a un proceso insaciable, sin fin, que lo destruye como persona. El capitalismo es el peor de los modos posibles de organizar la vida humana, sin embargo es el que se ha impuesto y gobierna la vida de más de 7.000 millones de almas. Esto es así porque ha conseguido inocular una justificación suficiente como para que todos lo acepten, de buen o de mal grado, pero lo acepten. La violencia física no es suficiente para explicar el por qué del triunfo del capitalismo, necesitamos algo más: su espíritu. El espíritu del capitalismo es la ideología que justifica el compromiso con el capitalismo (p. 41). En general, esta ideología o espíritu (geist) conlleva tres principios que se repiten hasta la saciedad en la mente y los corazones de todos los que habitamos el capitalismo: progreso, eficiencia y libertad.
El proceso de adoctrinamiento tiene dos momentos. Uno, el momento constructivo del espíritu humano. Todos los hombres, se nos enseña, necesitamos ser libres, autodeterminarnos sin que nadie nos imponga lo que debemos ser o qué debemos hacer. En segundo lugar se urga en nuestras apetencias internas para resaltar la necesidad del progreso material como medio para saciar todas nuestras necesidades, ansias y apetencias. Sólo el progreso material permitirá que todos y cada uno podemos satisfacer nuestros apetitos y anhelos. Por último, se identifica este proceso de producción material con una organización eficaz y eficiente, que asigne correctamente los recursos para la generación de riqueza, pues sólo la riqueza nos permitirá satisfacer nuestros apetitos y ser realmente libres.
El segundo momento es el identificativo: estos tres pilares de la vida feliz y plena: libertad, progreso y eficiencia son los pilares del capitalismo. El capitalismo es el sistema económico, social y moral que permite ser libres a los hombres alcanzando el mayor nivel de desarrollo material con la mayor eficacia posible. La adhesión al capitalismo ha sido posible durante varios siglos porque los hombres hemos aceptado, primero por la fuerza y después de buen grado, que este modelo social es el mejor de los posibles, o el menos malo de todos.
Boltanski y Chiapello van un poco más allá de la simple indentificación de la ideología que legitima el capitalismo. El espíritu del capitalismo no es sólo ideología, también es un limitador del capitalismo (Katechon según feliz expresión que Desiderio Parrilla ha acuñado tomada de la Biblia). Sin el limitador, el capitalismo acabaría devorando todo, hasta a la propia humanidad, pues su lógica es la creación incesante de lucro y su reinversión para generar más lucro, en una círculo sin fin que acaba con la autodestrucción de la humanidad. El limitador, o katechon, es su espíritu, aquello que le permite no salir de ciertos parámetros donde es posible su conservación. Así, ha habido dos espíritus del capitalismo y estamos asistiendo al tercer espíritu, según Boltanski y Chiapello. El primer espíritu del capitalismo está vinculado con la figura del burgués inversor, del hombre de familia, de un ser que busca la relación y el contacto con los demás y que su riqueza está al servicio, por tanto limitada, de la justificación de su salvación a los ojos de los demás y de la Iglesia o religión. Es un espíritu que pone la relación familiar, la obtención del buen nombre o la fama y la memoria de los deudos por encima de la lógica del lucro. Este límite, este espíritu, fue útil hasta finales del siglo XIX, cuando entra en escena el segundo espíritu del capitalismo, ligado al nacimiento de las grandes empresas o corporaciones.
El segundo espíritu responde a la necesidad gigantista del capitalismo. Los monopolios, las corporaciones, requieren un nuevo tipo ideal de hombre: el director de empresa o el gerente asalariado. Racionalidad, planificación y referencia al bien común aseguran la adhesión de las gentes al capitalismo. Precisamente surge este espíritu cuando las revoluciones marxistas habían podido situar un referente opuesto del que el capitalismo toma el modelo: gestión central planificada. En el caso del capitalismo se trata de las corporaciones, frente al Estado soviético. Este nuevo espíritu, que surge a principios del XX y abarca hasta los años ochenta, permite limitar el ansia productivista mediante la sumisión del proceso productivo al bien social dentro del Estado de Bienestar. Permite la creación de estructuras de integración de la población: seguridad social, seguro de desempleo, pensiones públicas, educación y otros elementos que hacen aceptable el capitalismo para todos los que integran el proceso productivo. Libertad, progreso y eficiencia parecen estar vinculadas al bienestar producido por este capitalismo corporativo, pero algo va a cambiar todo esto. Por un lado, la caída del bloque soviético y la pérdida de legitimidad de la crítica al capitalismo; de otro, la caída acelerada de la tasa de ganancia. La mundialización del capitalismo llevará al límite su capacidad de generar lucro y esto disminuirá, por una ley física, a rendimientos decrecientes. Nace un nuevo capitalismo que requiere un nuevo espíritu.
El nuevo capitalismo está asociado a lo que hemos llamado globalización. Se trata del proceso por el que el capitalismo acaba fagocitando el planeta entero, todos los pueblos, sistemas sociales y elementos de comunicación. Ahora, sí, el capitalismo se identifica con este mundo. Es un capitalismo que requiere, según la tesis defendida por Boltanski y Chiapello, de un espíritu capaz de limitar su voracidad. Como en los espíritus anteriores, el tercero debe incluir en sí lo nuclear de la crítica al capitalismo. Si en el primer capitalismo se criticaba su incapacidad para incluir a la familia, su espíritu era el del burgués familiar; si en el segundo se criticaba la injusticia lacerante, su espíritu era crear dimensiones de justicia dentro del sistema; ahora, en el tercer espíritu se trata de integrar la crítica, en este caso el ecologismo, la diversidad sexual y el pluralismo religioso. Pero esto nos lleva al origen de la crítica, a Marx.
Marx calificó la religión como opio del pueblo, como el espíritu (geist) de una situación carente de espíritu. En esta identificación se ha pasado por alto que para Marx, la religión es el espíritu del capitalismo. Eso mismo es lo que propuso Benjamin en su "Capitalismo como religión". En un primer momento, el capitalismo utilizó la religión imperante para legitimarse, volvemos a Weber, pero hoy no requiere ya de ninguna religión, pues él mismo se mostrado como la verdadera y única religión. El capitalismo es una religión en sí mismo porque lleva de forma inherente sus propios medios de legitimación. Bien es cierto que necesitó de un espíritu que lo limitara en su loca carrera hacia el abismo de su propia lógica, pero hoy, tras mundializarse, tras llegar a ser todo en todas las cosas, el capitalismo no requiere de ningún espíritu. Cualquier límite sería su muerte, por eso se ha deshecho de sus límites, de su espíritu. No hay nuevo espíritu del capitalismo, mas tampoco capitalismo tal cual, solo hay capitalismo como nueva religión. O, mejor, solo hay religión, la nueva religión en la que se integran las legitimaciones y la acción productiva. Es una religión del culto y el rito: el culto al progreso y la acumulación, al crecimiento económico y la adquisición; y el rito del consumo, del consumo de productos materiales y, sobre todo de productos inmateriales, el consumo de sí mismo (Quessada), donde el hombre se ha convertido en su propio explotador (Byung Chul Hang).
El capitalismo ya no necesita espíritu, pues no puede permitir límites. Cualquier limitación es su muerte, pero sin límites morirá por inanición al acabar con el huesped. El capitalismo ha devenido un proceso sin fin de producción y consumo ritualizado, donde el hombre rinde culto a su propio egoísmo y la codicia no es sino la virtud suprema. Si tuviéramos que identificar esta religión lo haríamos con la imagen bíblica de Belial. Creo que la única manera honesta de salir hoy de esta eterna condena que es el capitalismo es matarlo por inanición. Dejar de colaborar, dejar de producir en y para él, dejar de consumir y consumirse en él. Construir una realidad alternativa, que no sea de este mundo, esa es la única solución.