Matar a Pablo Iglesias
Reformular el proyecto exige abandonar la posición de hiperliderazgo y hacer una propuesta de construcción de abajo a arriba de la organización. La máquina de guerra electoral debe ser abandonada si no se quiere caer en un caudillismo que acabe sometiendo la organización entera a los deseos de uno o de un pequeño grupo, una camarilla que posee la razón histórica y que la lleva a cabo mediante decisiones incuestionables e incuestionadas. Para esto, hay que poner en práctica lo que los movimientos latinoamericanos, desde el zapatismo, llevan implementando desde hace más de veinte años: "mandar obedeciendo". Esto es fundamental para transformar la realidad de España. No podemos pretender cambiar la estructura jerárquica y dictatorial de los partidos políticos emulando sus formas de actuar. Mandar obedeciendo es una forma de decir que el poder es un servicio, que todos estamos de paso y que es la comunidad, la sociedad entera quien, en debate serio y profundo, decide qué hacer; no un grupo de iluminados que han visto la luz de la verdad. Mandar obedeciendo es la única manera de gobierno verdaderamente democrático, donde el que está al frente acata lo que han decidido todos, incluido él mismo, como un instrumento de la voluntad popular, no como un peluche o un actor. La disyuntiva que plantea Iglesias es falsa: "yo solo puedo liderar con mis ideas". No, tú eres líder porque te eligen y solo por eso debes llevar a cabo el mandato del pueblo. El pueblo manda, los líderes obedecen.
Pablo Iglesias debe aplicarse a sí mismo lo que dijo en su día de Felipe González sobre el pulso al aparato del PSOE por la eliminación del marxismo como referencia. Si amenazas con irte si no se aplica tu política, ahí tienes la puerta. Pablo Iglesias se ha convertido en líder iluminado que quiere guiar al pueblo hasta la salvación, pero no hay salvación mediante el uso del poder que no sea un servicio, y solo es un servicio si las ideas, las personas y las decisiones se toman entre todos, por consenso, en debate franco y abierto. Tras esto, los líderes aplican las decisiones. Creo que ha llegado el momento de que Podemos, como Abraham, sacrifique al hijo predilecto, el hijo de la promesa, a Pablo Iglesias. Y aunque en el último momento el cuchillo sea detenido por el ángel del Señor, el hijo ya habrá muerto en el corazón y será uno más, un hermano entre hermanos, un igual entre iguales.