Murcia, como España, is different.

Cada día que pasa se hace más evidente la presencia de la corrupción en la vida pública española. Podemos pensar que la corrupción ha permeado todos los estratos sociales y se ha instalado con profundas raíces en nuestra sociedad, especialmente en la sociedad murciana, a la que pertenezco y de la que me siento cada vez más abochornado, especialmente por el escaso acento que ponemos en limpiar nuestra sociedad de corrupción. Acabamos de contemplar, impávidos, cómo al fiscal jefe se le metía una cabeza de caballo en su cama, casi literalmente, tras imputar a un político, y el resultado ha sido, no la persecución de los delincuentes, sino la destitución del fiscal. Pero no pasa nada, nunca pasa nada en esta tierra murciana, y eso nos hace cómplices a todos de lo que está sucediendo. Esa es la peor de las corrupciones: que aceptemos que es normal que la corrupción campe a sus anchas. Llegados a este punto, la corrupción social es completa y su sanación extremadamente difícil. Habría que extirpar el mal social de raíz, lo que supone una catarsis colectiva. Para que esta catarsis llegue, deberá acontecer una crisis social descomunal que mueva los sólidos cimientos de una sociedad corrompida. Pero, como cada marrano tiene su San Martín, todo se andará y veremos que a la fuerza ahorcan.

Como dijo San Ambrosio "es la avaricia usurpadora la que ha establecido los derechos privados" (De Officiis, I. 28. 132), la avaricia lleva a la apropiación de los bienes comunes y esto es la corrupción. Así ha sucedido en estos últimos treinta años de neoliberalismo usurpador. Los bienes comunes han sido, sistemáticamente, privatizados para beneficio de unos pocos y sus allegados, familiares o amigos. El resultado es una sociedad putrefacta donde no es el mérito el que determina la posición, sino las relaciones personales y de amistad. Se ha creado una amplia red clientelar, de eso sabemos mucho en Murcia, que tiene apesebrados a una amplia capa social con prebendas y distintos beneficios especiales. Con el dinero público se pagan servicios privados que no aportan nada nuevo al bien común. Se destina mucho dinero a sostener sectores económicos que en una verdadera sociedad de libre mercado serían insostenibles, pero se hace bajo la égida de la libertad, en un claro exponente de lo que ahora llaman postverdad. Como explico en La corrupción no se perdona, la corrupción es un mal que atenaza a España desde, al menos, el franquismo, pero ha llegado a su punto álgido con la aplicación de las típicas políticas neoliberales desde los años noventa.

Efectivamente, el proceso de integración en Europa llevó al progresivo robo de los bienes comunes, puestos en manos privadas para su gestión. Esta es la causa de los grandes males vividos en los diez últimos años. Tras la privatización llegó la liberalización del suelo y de los préstamos bancarios. Junto a esto tuvimos la entrada de dinero sobrante de Alemania que recalentó la economía. Con estos elementos se montó la mayor burbuja especulativa de nuestra historia. Muchos se enriquecieron y algunos partidos políticos aprovecharon para el enriquecimiento de sus miembros. Sin embargo, lo peor de la corrupción estaba por llegar: cuando la burbuja especulativa se pincha, en lugar de pagar los que habían jugado a la ruleta rusa, la bala se disparó en la cabeza de los menos afortunados. Las empresas constructoras y sus asociadas descargaron sus balances sobre los bancos poco antes de la quiebra. Una vez quebrados los bancos, se los rescató con dinero común, es decir, el bien común se puso, con diría San Ambrosio hoy desde cualquier sede catedralicia, al servicio usurpador del bien privado. Los bancos salvaron a los empresarios corruptos y el Estado salvó a los bancos y sus gestores corruptos a costa de los bienes comunes.

Cuando todas estas cosas suceden en un país y sus ciudadanos no hacen nada por evitarlo, pues nada hicimos cuando se hinchó la burbuja y nada hicimos cuando se utilizó el bien común para salvar los intereses privados, esto deja una huella indeleble, imprime carácter se dice en teología, en el alma de la sociedad española. Ya no somos capaces de romper las cadenas de este mal y nos dejamos llevar por él, lo aceptamos como normal. Por eso, los políticos corruptos pueden seguir en el poder. Esto pasa en España, quizás no sucedería en Francia. Me decía un amigo que en Francia, los políticos saben que la democracia se construyó sobre una guillotina. Esa es la diferencia. Por eso, en Murcia sí se perdona la corrupción.
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