Petición al papa Francisco

Querido hermano Francisco, me atrevo a dirigirme a ti como sustentador del ministerio petrino al ser elegido obispo de Roma por el colegio cardenalicio. De entrada te manifiesto mi más sincera adhesión como hermano en la fe y como fiel dedicado al quehacer teológico, quehacer que tú mismo has indicado como experiencia abierta al mundo y no encerrada en un miserable narcisismo que mata a la misma teología. Mi adhesión es plena, tanto por tu misión como por el ejercicio de la misma. Es este ejercicio el que nos ha devuelto la esperanza en que la Iglesia sea la expresión temporal del cuerpo real de Cristo, la semilla del Reino de Dios por el que Jesús fue clavado en la cruz, el sacramento universal de salvación. Pero, para que esto sea así, todos deben ver que la Iglesia se abre a las preocupaciones del mundo presente, a las preocupaciones de todos y cada uno en medio de un mundo, este mundo, que no sabe exactamente hacia donde va.

Querido hermano Francisco, llevo muchos años de investigación en el ámbito de la economía, la política y la ecología en el mundo globalizado que surge en los años noventa y fruto de ello he llegado a una constatación que me produce preocupación e inquietud. El mundo que vivimos está en quiebra y su discurrir nos lleva directamente hacia un final previsible de lo que hemos conocido como humanidad en los últimos 10.000 años. Son muchas las señales que vemos de esto que digo. Por un lado tenemos la crisis económica que asola a los países occidentales, fruto de la maldad intrínseca de un modelo económico que mata, como tú mismo has dicho en Evangelii Gaudium. El capitalismo, al punto en el que ya no puede permitir que una pequeña parte de la humanidad viva con dignidad, hasta esa riqueza la necesita para subsistir, de ahí que esté extendiendo el modelo de injusticia presente en los países denominados del sur hacia los hasta ahora llamados del norte. El mundo entero se ha convertido en una enorme máquina de generar riqueza para pocos y pobreza, miseria y exclusión para el 90% de los hijos de Dios. A esto se une que el proceso productivista y consumista del capitalismo ha llevado a la naturaleza hasta un límite insostenible: el planeta Tierra, este hermoso don de Dios para la humanidad, corre el riesgo de no poder sostener más a nuestra especie. El cambio climático producido por los gases de efecto invernadero se acelera. Se prevé que en 2018 no quede hielo en el Ártico en verano, eso aumentará la emisión del metano sumido en el fondo Ártico y la cadena no parará hasta hacer inhabitable el planeta. La depredación de los mares, la contaminación de las aguas, la desturcción de los hábitats y la codicia sin fin conseguirán que en muy pocas décadas la Tierra no sea ya el lugar para la vida de los hijos de Dios.


Hermano Francisco, bien sabes que la tradición cristiana se enraíza en la judía y que esta tiene el punto fundante en el Éxodo. Allí, un grupo de esclavos es liberado de la esclavitud de uno de los mayores imperios de la historia para constituir un pueblo que viviera según los principios del amor, la misericordia y la justicia. El pueblo Hebreo es constituido como tal para vivir en el amor social. Con los años, esto mismo parecía ponerse en cuestión, de ahí que el legislador del Levítico, Dios mismo, diera leyes para impedir que la ideología imperial se adueñara del pueblo elegido. El año sabático y el año jubilar son las pruebas de esta intención. Bien sabía Dios que el egoísmo y la codicia podían hacerse dueños del alma del pueblo, sólo la ley puede liberarnos de esto, de ahí que se dicte la norma de restitución de bienes, liberación de esclavos, perdón de deudas y vuelta a las tierras originarias. Ayer, como hoy, la deuda es el mecanismo por el que unos pocos se adueñan de las posesiones y hasta de las vidas del resto, de sus hermanos. Toda legislación justa debe tender a impedir y prevenir esto. Cuando así no se ha hecho se ha caído en la creación de imperios. El control de la deuda es fundamental para que la lógica imperial, ayer y hoy, sea contenida y el hombre pueda vivir en armonía, consigo mismo, con los demás y con el medio natural.

Querido Francisco, mi petición, aprovechando el comienzo de la semana en que celebramos el triunfo definitivo del amor entregado de Dios a la humanidad, es que hagamos un gesto definitivo para el mundo. Todos los días elevamos oraciones a Dios atreviéndonos a llamarlo Padre y pidiendo el perdón de las deudas, así está en el original griego y así lo rezábamos antes de la modificación. El perdón de las deudas es la única manera de crear un grupo de seguidores de Jesús, de personas que no pretenden hacer del otro un esclavo, un sirviente, un objeto, sino que ven en el otro un hermano. El perdón de la deuda, la condonación de la misma, es el medio para permitir una vida humana plena en sociedad. Todas las revueltas sociales a lo largo de la historia tenían un componente de lucha contra la deuda, como cuando se quemaron los registros de deuda en Israel. La deuda es el medio para la extensión de la injusticia; el perdón de la deuda es el instrumento para la transformación de la realidad social, para que el mundo se convierta en el Reino de Dios.

Creo que decretar un año jubilar real en el que se perdonen las deudas, se restituyan las tierras y posesiones y se liberen los esclavos de todo tipo, es el medio querido por Dios para que el Reino empiece a hacerse efectivo hoy entre nosotros. La Iglesia entera, y estoy seguro que los hermanos separados, pero también millones de hombres de buena voluntad, se sumarán a esta petición si somos capaces de llevarla a cabo. No se trata de una idea peregrina, no. La condonación de deudas es un medio para salir de las crisis del capitalismo. Lo que pido es que se utilice la condonación para salir, no de la crisis del capitalismo, sino del capitalismo mismo. La deuda está hoy matando a millones de seres humanos en el mundo. En África, en América, pero también en España. Con la deuda se esclaviza a pueblos enteros condenados a servir los intereses de corporaciones y países, pero también se excluye y margina a personas que pierden sus casas y todo cuanto han conseguido para tener una vida digna.

Como servus servorum Dei, está en tu mano, hermano Francisco, decretar este año Jubilar real de aplicación en todos los lugares católicos y de extensión a todo el orbe. La Iglesia puede ser la que lidera esta metanoia colectiva que necesita la humanidad para subsistir, es más, para llegar a ser lo que Jesús mismo nos comminó a ser: hermanos capaces de vivir en solidaridad y justicia. El Reino de Dios es hoy la alternativa viable a este mundo que se autodestruye indefectiblemente. El perdón de las deudas, el perdón en sí mismo, nos salvará, apliquémoslo.
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