Posglobalización, Sociedad del escándalo y America first.

La toma efectiva del poder por parte de Trump deberá ser considerada en un futuro cercano como el momento preciso de la transformación de la globalización en posglobalización. Este término viene a designar los tiempos en los que el proceso neoliberal desregulador ha llegado a un punto de inflexión, pues su máximo exponente, Estados Unidos, abandona el liderazgo del proyecto y China, por fin China, se aúpa al primer puesto mundial de los liberalizadores de la economía. Resulta paradójico que el mayor país que se llama a sí mismo oficialmente "comunista" sea el que lidere la aplicación de las políticas neoliberales capitalista globalizadoras, pero son las contradicciones de la historia que un Hegel explicaría a la perfección y como nosotros lo hemos contado en el epígrafe "Capicomunismo", de La Sociedad del escándalo. Riesgo y oportunidad para la civilización.

Veamos. China empezó a abrir su economía al capitalismo a finales de los setenta, pero sobre todo en la década de los noventa, cuando empezó a inundar de productos baratos el mundo entero. Las grandes empresas de manufacturas aprovecharon la liberalización global de la economía para deslocalizar su producción y llevarla al gigante asiático, con más de 600 millones de trabajadores listos para ser explotados. Y así lo hicieron, a conciencia. El gobierno chino aplicó la máxima de Mao: "las personas no importan, solo las máquinas y las armas" y consiguió, mediante la explotación de su población, que la tecnología y el conocimiento de Occidente entrara gratis al país, a cambio de unos salarios de miseria y unas condiciones legales absolutamente permisivas. Con esta fórmula, China ha ido ganando posiciones dentro de la economía global. Una clase capitalista compuesta por 100 millones de chinos se dedica al enriquecimiento a costa de sus conciudadanos, del medio natural y de las condiciones de la globalización neoliberal. Poco a poco han conseguido posicionarse en todos los ámbitos financieros y en el sistema productivo global, de modo que ya son primera potencia en telecomunicaciones y en producción industrial pesada. China tiene el segundo mayor PIB mundial, a muy poco de superar a USA y concentra la mayor mano de obra dócil y preparada del mundo: más de 200 millones de personas concentradas en el sureste chino para asaltar la era de la robótica y el conocimiento. China es, hoy, el país puntero del capitalismo neoliberal.

Estados Unidos ha sido desbancado del primer puesto mundial del capitalismo neoliberal. Y no lo ha sido mediante una guerra, sino con sus mismas armas: la desregulación y la privatización. Como una especie de astucia de la razón capitalista, China lleva adelante el proyecto neoliberal, sí, la China comunista. Mientras, Estados Unidos ve cómo debe dedicar el 20% de su presupuesto a sostener un ejército que le permita defender el dólar como moneda de intercambio mundial asociada al petróleo. Esto le produce un desgaste considerable de energías que ya no puede dedicar al enriquecimiento porque los tratados de libre comercio son, y lo han aprendido duramente, un arma de doble filo: los demás también pueden jugar y ganar con esas reglas y la economía es un juego de suma cero, lo que gana China lo pierde Estados Unidos. Las élites americanas saben (así lo he oído a Villacañas y eso me basta) que Estados Unidos necesita reafirmar su proyecto de liderazgo si no quiere ser sobrepasado por China y también Rusia en el gobierno global. Para ese liderazgo necesitan recrear el proyecto tradicional americano, de ahí el lema de Trump: America first.

El proyecto de Trump y las élites tradicionales americanas se enfrenta al de los nuevos ricos de Silicon Valley y las empresas digitales, un proyecto de cara amable, de integración de minorías y respeto por la mujer, un proyecto de neoliberalismo progresista con rostro amable. Este proyecto ya no sirve, pues otros han podido superarles en él. Ahora se trata de volver a las supuestas esencias americanas y reconstruir América, así lo dicen, con los de siempre: blancos protestantes. De ahí el discurso populista de derechas y demagógico de Trump que les vende la ilusión a los trabajadores blancos de que recuperarán el esplendor del capitalismo de los setenta y ochenta, justo antes de la liberalización. Pero, a la vez, les da a las grandes empresas "masivas", así las ha llamado, reducciones de impuestos. Esto solo puede llevarse a término mediante el encerramiento de la economía americana en sí misma y la imposición por la fuerza militar de su hegemonía. Si el proyecto neoliberal globalizado capitalista era un intento de obtener mediante la política y la economía lo que se obtiene con la guerra, ahora volvemos al modo tradicional de obtener riqueza y poder: la guerra tout court.

En esta era que se abre ante nosotros, era posglobalizadora, la guerra es el medio natural, como siempre lo fue, de obtener riqueza mediante el expolio de otros, así fue durante los cinco mil años de los imperios tradicionales y así seguirá siendo de ahora en adelante, pero de forma palmaria. Trump ha abierto la puerta a una guerra global para sostener a América como la superpotencia mundial, pero esta guerra no puede ganarla, pues tiene minadas sus propias bases. Lo veremos otro día.
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