Quo vadis Ecclesiologia?

La gran diferencia entre la Iglesia del Concilio Vaticano II y la anterior radica en la propuesta de Pueblo de Dios como clave interpretativa de la Iglesia. La expresión tenía como función superar el juridicismo apologético y el reduccionismo societario en el que había caído la eclesiología desde Trento. El llamado “giro copernicano” dentro de los debates en torno al esquema de la Iglesia, supuso la expresión definitiva de la ruptura con la Iglesia tridentina, una Iglesia basada en la jerarquía y en el sacramento del Orden, fuente de toda sacramentalidad en la Iglesia preconciliar. La precedencia del capítulo sobre la Iglesia Pueblo de Dios al de la Iglesia jerárquica no es un giro copernicano, es en realidad volver a poner de pie una eclesiología que había estado boca abajo durante el segundo milenio de la historia de la Iglesia, pues durante el primer milenio se consideró la realidad mistérica y sacramental la estructura eclesial por esencia. El Cuerpo real de Cristo identificaba la Iglesia en tanto pueblo y estructura visible, mientras la realidad sacramental de la Eucaristía era considerada Cuerpo místico de Cristo. Con Jaime de Viterbo se llega a la expresión definitiva del cambio radical por el que el Cuerpo real pasa a ser la Eucaristía y el Cuerpo místico la Iglesia en cuanto estructura. El Cuerpo real de Cristo, la Eucaristía, está sujeta a los ministros ordenados, que son quienes realizan la Eucaristía in persona Christi, mientras el pueblo fiel apenas cumple ninguna función en la Iglesia, quedando el término “laico” manchado durante siglos por el afán de poder de aquellos poderosos que no pertenecían al orden sagrado.

El Vaticano II viene a poner las cosas en su sitio. No modifica la terminología sobre el Cuerpo real o místico de Cristo, pero sí pone cada cosa en su lugar: lo primero en la Iglesia es su función instrumental respecto al Reino de Dios, proyecto de amor de Dios para la humanidad; este proyecto se lleva a cabo por medio de la Iglesia, sacramento universal de salvación; la Iglesia es el Pueblo de Dios nacido de la presencia del Espíritu en el bautismo, por el que todos somos hijos en el Hijo y hermanos; nada mengua la igualdad ontológica de todos los cristianos, convertidos por el bautismo en sacerdotes, profetas y reyes en Cristo Jesús. Sin embargo, a la hora de llevar a cabo la misión eclesial del Reino, existen distintas funciones dentro de la Iglesia, distintos servicios, distintos ministerios; es aquí, en el nivel diaconal, donde están las diferencias, diferencias que están en función de una adecuada realización de la misión; algunos entre los bautizados tienen el servicio de la mesa, o de la palabra, o de la enseñanza, o de la caridad; todos son servicios diferentes, como el del ministro ordenado para el sacramento del altar. Esto último no está dicho tal cual por el Concilio, aunque pertenece a su espíritu, espíritu que es la clave hermenéutica del mismo. Para contentar a una parte pequeña de los padres conciliares se introdujo la expresión de que la diferencia entre sacerdocio común y el sacerdocio ministerial es esencial y no solo de grado (LG 10), contraviniendo el principio de no contradicción, pues una cosa no puede ser y no ser a la vez, es decir, no puede darse una igualdad ontológica de todos los fieles por el sacramento del bautismo y una diferencia esencial por el sacramento del Orden; diferencia esencial es lo opuesto a igualdad ontológica. La única diferencia que puede existir entre los bautizados deriva de las distintas funciones, servicios o ministerios que desempeñen, no de algo que cambie su ser de forma radical.

Tras este proemio pasamos a recensionar propiamente la obra de Pérez Martínez*, una tesis doctoral brillante defendida en la Universidad San Dámaso y publicada con mucho acierto por la editorial de este centro universitario. Se trata de una tesis que dice abordar el aporte fundamental del Vaticano II: la teología sobre el christifidelis. Según se deduce de la propuesta, el Concilio Vaticano II vendría a complementar los anteriores concilios en lo referente a la eclesiología. Si la realidad jerárquica había quedado perfectamente asentada desde Trento al Vaticano I, el Vaticano II cerraría el círculo con la teología del fiel cristiano, de los laicos, una laguna que quedaba en la teología y que vino a cubrir el último Concilio. Esta perspectiva supone que el Vaticano II no aporta ninguna novedad radical, no supone ninguna ruptura respecto a la concepción eclesiológica precedente. Es más, la idea que subyace a la tesis es que en la recepción de la enseñanza conciliar sobre el fiel cristiano en España ha habido una perfecta y armoniosa evolución del dogma que ha permitido sacar a relucir elementos que estaban ocultos en las posiciones dogmáticas previas. El magisterio eclesial, de forma progresiva, va elaborando las verdades de la fe y las propone a la Iglesia para su asentimiento.

Reconoce el trabajo de Pérez Martínez que el Concilio aportó una verdad fundamental de la Iglesia que estaba oscurecida en los siglos precedentes: la radical igualdad ontológica de todos los cristianos en virtud del bautismo (347). Sin embargo, nada dice de la contradicción que hay en afirmar que la diferencia entre el sacerdocio común y el ministerial es esencial y no de grado. Más aún, el eje de la tesis está en demostrar que esta diferencia esencial forma parte de la estructura interna de la Iglesia por voluntad divina, sin entrar en contradicción con la “radical igualdad ontológica”. La tercera y última parte del trabajo El “christifidelis”, una clave para una eclesiología de comunión, es la que sostiene propiamente la tesis y la aportación fundamental de esta obra. En términos de téticos, resumiendo lo que propone el autor: 1. Dios llama a todos los fieles a la “deificación comunional”, participando sacramentalmente de la Vida divina; 2. Esta deificación comunional se inicia con el bautismo, pero tiene un carácter dinámico por el que el fiel cristiano llega a ser “tal de una forma plena cuando se une sacramentalmente al Misterio Pascual de Cristo” (385) en la Eucaristía; 3. Esta unidad eclesial es custodiada y actualizada por el principio petrino y el principio mariano, éste supone la acogida constante, como María, del don de Dios, aquél la actualización sacramental de aquella entrega amorosa; 4. Por tanto, solo hay incorporación plena a la salvación de Dios en la Iglesia si se profesa íntegramente la fe y se está en plena comunión con la sede de Roma.

Como puede colegirse con facilidad, la propuesta de Pérez Martínez supone la elevación de la contradicción original entre igualdad radical y diferencia esencial a la dinámica interna de la pertenencia eclesial. Todos somos iguales en la Iglesia a nivel ontológico, se nos dice, pero no lo somos en el mismo plano. Todos los fieles somos iguales porque hemos de acoger el don de Dios, principio mariano, pero algunos, además, deben actualizarlo en el sacramento de la Eucaristía, los sacerdotes ministros. Se ha procedido a salvar la aporía llevándola al terreno de la dinámica existencial, lo ontológico se ha transformado en procesual. Todos somos iguales, sí, pero algunos tienen una misión divina que los pone en un nivel distinto de plenitud comunional. Parece afirmarse que no es la Iglesia, toda la Iglesia, la plenitud de la Iglesia, la que hace la Eucaristía, sino unos varones consagrados para ello por medio de un sacramento complementario del bautismo que viene a dar plenitud a lo que quedaba como pura potencialidad.

Sin embargo, creemos que el eje del Concilio Vaticano II radica en que el sacramento del Orden, secundario respecto a los sacramentos de la Iniciación cristiana, está en el nivel del servicio y no en el nivel ontológico. El Orden es un servicio dentro de la Iglesia por la que unos fieles representan a Cristo cabeza en los sacramentos de la vida cristiana para la construcción del Reino de Dios. La división entre principio mariano y petrino, tiene su sentido en la reflexión de von Balthasar, autor al que sigue Pérez Martínez, como un medio para expresar la complementariedad de lo mistérico y lo institucional. Llevar esto al nivel de una especie de dualismo óntico por el que la Iglesia para ser comunión debe unir dos “perfiles”, el mariano y el petrino, parece caer en un neoagustinismo eclesial que confunde los medios con los fines y la realidad última con la experiencia concreta.

El autor propone los nuevos movimientos eclesiales como el lugar especial para la vivencia de la comunión eclesial. El sacerdote representa la actualización sacramental del don divino a la humanidad que es acogido por la comunidad cristiana. Sin el sacerdote Dios no se hace presente pues no es acogido, sin el ministro ordenado la salvación no puede ser vivida por la comunidad, ni en potencia ni en plenitud. Por tanto, es el sacerdote quien, al hacer la Eucaristía, permite a la comunidad eclesial a su mando vivir la experiencia de la salvación divina. Como resumen propio de la propuesta de Pérez Martínez diría que existe una igualdad ontológica en la Iglesia que de nada sirve si no se actualiza por la acción de los castos varones elegidos por Dios y consagrados mediante el sacramento del Orden, verdadera y última fuente de salvación en el mundo. No es la predicación del Evangelio, el bautismo y la construcción del Reino la misión de la Iglesia; es la construcción de una comunidad orgánica constituida mediante la ordenación sacerdotal que actualiza constantemente a Cristo en medio del mundo.

Con esta renovada eclesiología de comunión de los nuevos movimientos eclesiales se hace imposible a la vez el ecumenismo, el diálogo interreligioso y la pluralidad en el interior de la Iglesia. Se trata, en fin, de la reedición de la eclesiología societaria, juridicista y apologética pasada por el tamiz de la mística balthasariana. Nada tenemos que objetar a esta aportación, siempre y cuando se reconozca como una más entre las distintas eclesiologías, pero nos tememos que su propuesta es la de la eclesiología, no la de una eclesiología.

Por lo demás, la tesis está bien concebida, mejor realizada y óptimamente desarrollada. La bibliografía es completa, sin dejar ningún autor u obra del espectro propuesto para el trabajo: el ámbito español de recepción del Vaticano II en lo que hace a la Iglesia. Se trata de un trabajo excelente que dice mucho y bueno de un centro universitario y de quienes en él investigan y enseñan. Felicitamos al nuevo doctor y a su director por esta valiosa aportación a la reflexión eclesiológica postconciliar y al imprescindible debate para una correcta recepción del Concilio en su integridad y en el espíritu que lo hizo posible.

*Pérez Martínez, Antonio Jesús, El fiel cristiano en la enseñanza del Concilio Vaticano II y su recepción en la eclesiología española postconciliar, Ediciones Universidad San Dámaso, Madrid 2014, 409 pp, 16,5 x 23 cm. Recensión por publicar en Carthaginensia, Revista de estudios e investigación del Instituto Teológico de Murcia.
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