Teología y compromiso sociopolítico
Hablar de compromiso sociopolítico de la Teología puede llegar a sonar hoy como a algo del pasado. Después del Concilio Vaticano II, antes también, pero especialmente después, se abrió en la Teología la senda del compromiso con el mundo, como esa categoría que había sido denostada en la teología oficial que arrastrábamos desde mucho antes de Trento, desde Constantino si apuramos. Se trata de un conjunto de teologías que recuperan la experiencia humana, la carne, en medio del mundo social y natural. Hablo de las teologías de la historia que tienen en Cullmann y Pannenberg, dos protestantes, a sus más insignes representantes. Hablo de las teologías de la esperanza con Moltman a la cabeza. Y también hablo de las dos principales teologías comprometidas con la realidad social y política del momento: las teologías políticas y las teologías de la liberación.
Para estas teologías, la categoría de compromiso está bien asentada, pues la Teología no puede desentenderse de la realidad humana compleja que incluye tanto lo natural como lo social, especialmente esto último. En la sociedad se hacen los hombres tales, de ahí que el compromiso sociopolítico sea una parte fundamental del propio quehacer teológico. No es que el teólogo deba comprometerse como tal, eso también, sino que la misma Teología debe adoptar un compromiso sociopolítico. En el caso de las teologías políticas, por la emancipación de los hombres de las cadenas que lo atenazan en la sociedad moderna. En el caso de las teologías de la liberación se trata de liberar al hombre en tanto que pobre oprimido por una organización social específica. Por eso, la Teología debe comprometerse con las realidades concretas a fin de destapar, función crítica, las ataduras sociales del hombre y crear, función práxica, las condiciones para la liberación/emancipación de los hombres. Pues existe un «hilo invisible» que une todas las injusticias y exclusiones de este mundo, como dijo Francisco a los Movimientos Populares en Bolivia[1]. Este hilo es la injusticia estructural que compone un sistema que debe ser modificado de forma estructural, de ahí que la Teología tenga la labor de pensarlo y realizar las propuestas para su transformación.
Estas teologías han tenido muchas variantes, desde la teología de la negritud, pasando por la teología de la mujer o la teología del tercer mundo[2], pero hoy, después de los largos 35 años de era juanpablista, se ha conseguido volver a reducir a la Teología dentro del reducto académico oficial en el que siempre estuvo apresada. Desde ahí es más fácil tener controlada la Teología, sin que apenas pueda hacer daño alguno al orden establecido. Lejos queda la Teología comprometida que dio origen a los escritos evangélicos, sean los mismos evangelios, las cartas de Pablo o las de Juan. También estamos lejos de la literatura de compromiso de los apologetas y de los Santos Padres, que casi siempre se leen desde una perspectiva edificante sin tener presente el contexto de persecución que había en muchos casos, solo pensemos en Juan Crisóstomo y cómo sus escritos le costaron casi la vida.
La Teología tiene hoy una misión que cumplir, la misma que tuvo siempre y a veces olvidó o le hicieron olvidar: hacer viable el Reino de Dios en medio del mundo. Sí, ya sé que esto es poco académico, pero si la Teología no es la expresión concreta de un pensamiento emancipador, liberador o redentor, que es el término clásico, la Teología no es cristiana, será otra cosa, será ciencia de la fe, será intellectus fidei, pero no será intellectus amoris o, como me gusta llamarla intellectus teneritatis. Como he expresado en otro lugar: «la teología debe ser un intellectus teneritatis, un pensamiento de la ternura como clave de comprensión de la fe y la vida de los cristianos. Toda la acción teológica puede encontrar en esta expresión su unidad íntima. Si la teología no es la expresión de lo esencial de la fe, y si esta esencialidad se halla en la Encarnación de Dios hasta el extremo de la cruz, entonces no hablamos de teología cristiana, sino de un recurso ideológico al servicio de una concepción del poder»[3].
La ternura de Dios se expresa en los dos elementos centrales del cristianismo: Encarnación y Cruz. Dios se compromete con el mundo y con los hombres en la Encarnación, no de su Hijo únicamente, sino de Dios mismo. La Creación es ya un acto de Encarnación. La evolución biológica y la aparición del ser humano es la continuación de ese proyecto encarnacional. La Encarnación del Hijo de Dios es la culminación del proyecto, pero Dios se compromete hasta el final, de ahí que la ternura divina llegue hasta la Cruz en respuesta al desorden del mundo, al pecado estructural que lleva a unos hombres a oprimir a otros. Dios no hace Teología, Dios se compromete con el mundo y con los hombres. Nosotros sí debemos hacer Teología, pero esta Teología deberá ser comprometida, una Teología de Encarnación y Cruz, una Teología desde la ternura de Dios.
Vemos, pues, que el concepto de compromiso debe volver a la Teología, no solo al teólogo. Este compromiso tendrá que analizar la realidad concreta en la que viven los hombres y en la que se expresa la fe para hacer análisis que desenmascaren las falacias del pecado, instancia crítica, y propongan caminos de acción, instancia práxica, para construir el Reino de Dios, máxima expresión de la ternura divina en el mundo, según lo vivió y expresó Jesús de Nazaret, el Hijo encarnado, el siervo sufriente, el Logos crucificado.
En lo que sigue vamos a desarrollar nuestro argumento en tres pasos consecutivos. En el primer paso debemos constatar la realidad de un mundo donde la Cruz es la realidad predominante, es la sociedad del escándalo. En el segundo dirijimos la mirada hacia el quehacer de una Teología crucificada en las realidades de este mundo, donde debe encarnar la ternura divina. En el último paso haremos una propuesta arriesgada, como todas lo deben ser, de compromiso sociopolítico hoy, en este mundo que vivimos, a partir de lo que el mismo Francisco hizo suyo de los movimientos populares reunidos en Bolivia y en el Vaticano.
[1] Papa Francisco, Discurso a los participantes del encuentro mundial de movimientos populares, Aula Pablo VI, 5 de noviembre de 2016, [http://w2.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2016/november/documents/papa-francesco_20161105_movimenti-popolari.html].
[2] Puede consultarse con gran provecho la magnífica obra de Rosino Gibellini, La teología del siglo XX, Sal Terrae, Santander 1998.
[3] Bernardo Pérez Andreo, «La teología de Iglesia Viva para un tiempo nuevo. Para una teología como intellectus teneritatis», Iglesia Viva 264 (2015), 79.