La Tradición: una receta de pan.

Uno de los conceptos más importantes en cualquier religión es el de Tradición, con mayúscula. Es imposible, como nos enseñaron Berger y Luckmann en 1968, que nada humano pueda permanecer si no se institucionaliza, ahora bien, la mera y simple institucionalización no asegura que permanezca una realidad originaria, pues la tendencia de toda institución es a su perpetuación y al control de sus miembros, creando redes clientelares que den apariencia a la institución de eternidad. Para evitar este mal inherente a toda institución está la Tradición. La Tradición nos enseña qué se hizo y cómo se hizo para saber qué hacer y cómo hacerlo. La Tradición es el alma de la institución, sin ella no sería otra cosa que una mera estructura de poder en manos de unos pocos. Por eso es tan importante la Tradición en cualquier religión, pero más importante aún en el cristianismo.

Sin la Tradición, el cristianismo degenera en lo mismo que llevó a una institución tan venerable en el pueblo judío como el Templo a instigar el ajusticiamiento de Jesús, porque toda institución, aun siendo necesaria para dar estabilidad a las relaciones sociales, tiene como estructura básica la permanencia, lo que le lleva a expulsar todo lo que la ponga en riesgo. La actitud profética, como la de Jesús, pone en riesgo la institución y esta tiende a expulsarla. La Tradición, en nombre de la que habla siempre la actitud profética, asegura que la institución está al servicio de algo superior a ella, al servicio de la sociedad, su estructura moral y su continuidad. Es como una receta de pan. Quien hace el pan necesita saber los ingredientes, sus proporciones, y el modo de elaboración para hacer un determinado pan. Necesita saber qué cantidad de agua y qué proporción de creciente necesita, así como la sal. También requiere el conocimiento, explicitado en la receta, del procedimiento, del modo y tiempo de masado, de los tiempos de espera de fermentación y de la temperatura y tiempo de cocción. Una buena receta permite hacer pan a cualquiera, aunque no sea panadero; permite, con un poco de práctica, hacer el mismo pan que hicieron los antepasados, pues lo que se requiere es conocer las cantidades y el procedimiento. La Tradición nos da las cantidades y el procedimiento para que la sociedad viva de acuerdo a los antepasados, presuponiendo que aquellos sabían cómo vivir en sociedad. En el caso del judeocristianismo, la Tradición nos da los parámetros que permitieron crear una estructura social de justicia y misericordia.

El Éxodo es el origen de la Tradición judeocristiana. Un no-pueblo sometido a un imperio que experimenta la liberación de la opresión como creación de un pueblo donde vivir relaciones sociales antitéticas al imperio: gratuidad, misericordia y justicia. Aquí arranca la Tradición judeocristiana, que tiene como hitos sobresalientes la fusión con la cultura cananea y la unión de la Tradición del Éxodo con la Tradición de los Patriarcas. Esta fusión da prioridad a la estructura societaria de un pueblo que vive la justicia y la misericordia, de ahí que cuando esta Tradición es torcida por la institución monárquica y sacerdotal centrada en el Templo, surgirán las voces de los profetas como garantes de la Tradición frenta a la tra(d)ición de Jerusalén. Jesús de Nazaret recoge la Tradición para relativizar las tradiciones y las instituciones que no la respetan. En nombre de la Tradición proclama la Buena Noticia del Reino de Dios, que es la puesta en vigencia de la Tradición frente a las estructuras que han roto la propuesta de un pueblo de misericordia, gratuidad y justicia.

La Iglesia es garante de la Tradición dentro de la institución que la acoge, pero el riesgo de confundir la Tradición con las tradiciones (traiciones en ocasiones) es el mismo que en cualquier otra institución. Por eso hay que establecer criterios que nos permitan distinguir la Tradición, que nada tiene que ver con el tiempo durante el que se lleva haciendo algo. Como toda receta, la Tradición permite innovar como forma de mantener viva la realidad que la vio nacer. Si cambian las circunstancias es necesario cambiar los procedimientos y los contenidos. Si no disponemos del número y cantidad de ingredientes de la receta, podemos innovar, de modo que el pan puede ser distinto, pero seguirá alimentando, que es lo que le da el ser. Del mismo modo, si es necesario adaptar la Tradición para que siga alimentando la justicia, la gratuidad y la misericordia, que es lo que le da el ser a la Tradición cristiana, habrá que hacerlo, pues lo importante es asegurar ese origen del que bebe la Tradición. El problema está cuando la institución adapta la Tradición a sus necesidades de control, entonces es una pura y simple Traición. En muchas ocasiones, los que hablan de Tradición en realidad expresan una necesidad de control de la institución. Mientras que los que adoptan una actitud profética denostan la Tradición por confundirla con cierta depravación institucional. La Tradición nace en el Éxodo, tiene en los profetas sus valedores y en Jesús de Nazaret un punto de inflexión. Tras Jesús, la Tradición sigue siendo la caja de herramientas que permite construir una realidad humana desde la gratuidad, la justicia y la misericordia.

La Tradición es una receta, una caja de herramientas, un método, un procedimiento, pero también es un antídoto contra la perversión institucional y el clericalismo. Solo desde la Tradición se pueden rebatir las traiciones que han impedido a la Iglesia ser siempre el lugar de la pura experiencia de la gratuidad. Estas traiciones han llegado de la mano, unas veces, de hombres hambrientos de poder que han visto en la institución un lugar para medrar y saciar sus apetitos. Otras, nacieron del miedo que lleva a justificar la pérdida de las estructuras originarias de servicio y su sustitución por estructuras de poder que se legitiman en una falsa cadena de reparto del mismo. Cristo habría legado su poder a los Apóstoles, en especial a Pedro. Los obispos reciben el poder de los Apóstoles, en especial el Papa, como sucesor de Pedro y vicario de Cristo. Esta falacia histórica, pues nunca hubo un poder que legar, ni Cristo legó nada a Pedro, ni los obispos surgieron como sucesores de los Apóstoles, ni el Papa es vicario en exclusiva de Cristo (esta función está reservada a toda la Iglesia en el Espíritu Santo), se utiliza como base para la creación de una tradición que sustituye a la Tradición.

La Tradición cristiana es una receta para hacer un pan que alimente a toda criatura que puebla la faz de la tierra. Es un pan amasado con el trabajo humano y el gozo de la Creación que da gratuitamente sus dones para que los seres humanos podamos vivir la gracia de nuestra existencia. Es un pan gustoso que nos construye como humanidad diversa que encuentra en la experiencia de la comunión su ser más profundo. Nuestra Tradición hunde sus raíces en el origen amoroso del Universo y surge de esa experiencia de gratuidad oblativa que ve en todo lo creado un don amoroso de Dios. Por eso, la constitución de un pueblo a partir de la comunión de los oprimidos bajo la realidad imperial es la nota característica del cristianismo y su ser más íntimo, ser que entrará en conflicto con cualquier injusticia desde la misericordia. Esto es lo que nos trae la Tradición cristiana.
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