Última llamada
La civilización productivista, con base en el lucro, el beneficio y el goce físico y momentáneo de los bienes, sea esta capitalista, comunista o cualquiera de sus variantes, ha despilfarrado un planeta entero solo para su supervivencia como tal civilización. Hemos sido capaces de destruir los océanos, las montañas, los ríos y hasta la atmósfera con el único fin de aplazar un año más la transformación necesaria. Por supuesto, no todos lo hemos hecho igual y no todos con la misma intensidad. Muchos seres humanos, la inmensa mayoría, sólo han sido meras piezas de reproducción del sistema, incluso deshechos del mismo. Otros, muy pocos, han creído beneficiarse porque disfrutaban de bienes y servicios que estaban vetados a la mayoría. Sin embargo, llegada esta hora, de poco sirven estas distinciones. Las consecuencias son para todos y la consecuencia final es la misma para cualquiera. Sin embargo, algunos, los que siguen gozando del poder económico y el control político y militar, se creen protegidos de lo que viene. ¡Ilusos!
Cuando se inicie el proceso de no retorno, nadie quedará fuera de las consecuencias, nadie. Por eso, lo único que puede salvarnos es ser conscientes de nuestra responsabilidad y adoptar las medidas que debamos, aunque estas no puedan ya parar lo que se nos avecina. Con cierto sentido kantiano, ahora toca hacer lo adecuado, aunque eso no sea más útil que lo inadecuado, al menos así salvaremos nuestras almas, nuestras conciencias, nuestra propia memoria, y salvaremos a nuestros hijos, pues si una lección podemos enseñarles con esto es que es injusto el que comete injusticia, no el que la padece, y que el bien debe hacerse por sí mismo, no por sus consecuencias.