Del infantilismo a la madurez humana: Amoris Laetitia.
Sin embargo, en el tema de la familia, preocupaba a un amplio sector del episcopado, no así a los fieles, que Francisco tomara decisiones por su cuenta y que estas pudieran modificar lo que hasta ahora se venía haciendo. Muchos de estos obispos toleran la manga ancha en las nulidades matrimoniales, que se han convertido en una forma de suavizar una ley que no tiene ningún sentido evangélico. En lugar de tomar el toro por los cuernos, prefieren seguir manteniendo un sistema que somete a las personas a una situación de infantilismo moral insoportable. Algunos prefieren vivir fuera de los cánones eclesiales antes que sufrir la indignidad de pasar por un proceso de nulidad en el que deben mentir, pues han de asegurar que lo que hicieron fue falso o por desconocimiento. Lo verdaderamente maduro es ayudar a las personas que sufren un proceso de divorcio a asumir el proceso para madurar en él, no ha resolverlo sin asumir las circunstancias. Sí, Francisco lo ha dejado como estaba, pero si los obispos y los sacerdotes son valientes, Francisco ha dejado la puerta entreabierta para que el que quiera pase por ella. No podía hacer más sin forzar el paso lento de la iglesia, pero ha hecho justo lo que se podía. Más adelante, otros, deberán dar otros pasos.
En lo que respecta a los métodos anticonceptivos, el documento sitúa la cuestión en la paternidad responsable y el amor conyugal, como hizo Gaudium et Spes y Familiaris Consortio. La pareja vive su amor como una proyección que va más allá de ellos mismos, se proyecta hacia la sociedad, la iglesia, el futuro. Tener los hijos no es algo meramente instrumental, sino que forma parte intrínseca del proyecto amoroso, de ahí que los actos sexuales de la pareja están abiertos a esa vida que han recibido y que transmiten en su existencia como pareja. El hijo no es un premio ni un objeto, es un don que plenifica ese amor que viven. Ahora bien, aunque se diga esto, lo que todo el mundo entiende es que no se pueden utilizar métodos anticonceptivos artificiales. La justificación para no utilizarlos, hasta ahora, había sido que van contra la apertura a la vida de la sexualidad matrimonial. En el fondo está resonando la prevención contra la sexualidad, y contra la mujer, que ha existido en la iglesia desde el siglo IV. La misma concepción del pecado original en Agustín tiene esta connotación. Decía el de Hipona que cuando se usa del sexo en el matrimonio, se usa bien de un mal. Y esto ha marcado la conciencia eclesial durante muchos siglos. La sexualidad solo es buena si tiene finalidad procreadora. He aquí el problema, porque la sexualidad, como se reconoce en varios documentos magisteriales, es un bien en sí misma, pero su práctica en el matrimonio, si no hay dificultades, lleva a la pareja a no poder vivir una paternidad responsables, pues tendrían más hijos de los que pueden atender debidamente. La iglesia ha permitido y permite métodos anticonceptivos naturales que no tienen ninguna utilidad, por eso, el 95% de los matrimonios católicos, según las encuestas, no hacen caso en esto a la iglesia. El sensus fidelium está contra el sentir de los pastores. Mantener una doctrina que no es seguida y que no tiene justificación evangélica vuelve a situarnos en el infantilismo que tanto daño hace hoy en la iglesia.
Creo que lo que más molesta a muchos de este documento es el lenguaje, cercano y humano, alejado del dogmatismo tradicional, que Francisco utiliza. Se trata, en verdad, de una exhortación al amor en la familia, superando las concepciones tradicionalistas de familia, matrimonio y pareja y llevando la cuestión al núcleo del evangelio. La verdadera familia, no la que está organizada según patrones patriarcales y machistas, sino la familia de Nazaret, es el modelo. Se trata de un modelo muy extraño: una madre virgen, un padre putativo y un hijo... de Dios. No es el modelo tradicional, es una familia que rompe los moldes y en la que Jesús aprende a vivir otros modelos de familia. La familia que Jesús promueve nada tiene que ver con la tradicional, sus palabras destruyen esa familia y sus acciones crean una nueva familia, una familia queer, muy rara, una familia extraña compuesta de niños, prostitutas, marginados y eunucos. Es una familia que está unida por vínculos afectivo-sociales, no por la sangre. En ella no hay un paterfamilias que la genere y la domine, no hay un padre, sino que todos somos hermanos y hermanas unidos en un proyecto de transformación social.
Vivir en familia supone vivir la alegría del amor, esta alegría, este gozo, es la buena noticia y ante ella de nada sirven actitudes dogmáticas de qué se puede o no hacer. Para salir del infantilismo hemos de considerarnos adultos que toman su vida en sus manos y toman decisiones que están más allá del blanco y negro, de lo objetivo o lo subjetivo moral. Cuando dos personas deben vivir una vida en el amor, los dogmas morales no tienen ningún valor. Acoger a un hijo con deficiencias, tener hijos, vivir el erotismo matrimonial son decisiones que solo pueden tomarse en la conciencia de cada uno en diálogo de amor con su pareja. Respetar la conciencia, como quiso Gaudium et Spes, es respetar el proyecto de Dios para la humanidad al encarnarse de María. María dijo sí, pero podía haber dicho no. Dios respetó su conciencia porque la conciencia es nuestra propia mismidad. Si la doctrina eclesial no respeta la conciencia viola la mismidad humana y no sigue la acción de Dios en la historia.