Todo es mentira la verdad

Hace ya más de 11 años que EE.UU, saltándose la legalidad internacional nacida de las cruentas guerras de religión que concluyeron con la Paz de Westfalia en 1648, invadió un país soberano, destruyó su organización social, quebró el orden internacional y dio inicio a una era de guerra infinita, no contra el terror, sino del terror. Desde que los neocon americanos implementaran su Proyecto para una Nuevo Siglo Americano a finales de los años noventa, el mundo es un lugar mucho más inseguro y menos apto para la vida humana. Los presupuestos del proyecto neocon son dos: que el mundo es un lugar de guerra, puesto que el hombre es malo por naturaleza, herencia hobbsiana, y que América (USA), debe regir los destinos de ese mundo por designio divino. Con estos presupuestos se lanzaron a la conquista del mundo, a la reconquista, dicen ellos, pues los comunistas y liberales (así los llaman), se han adueñado del mundo y lo conducen al caos. Sólo una fuerza capaz de subyugar al mundo lo llevará por la senda de la paz global, la pax americana.

Para cumplir su proyecto de una centuria americana necesitaban un shock social enorme, un impacto sobre la masa social global que la deje sin respuesta posible. Especialmente, necesitaban un impacto sobre el pueblo americano, debilitado, entienden, por decenios de amaneramiento progresista y liberal. La ocasión se dio, o se procuró, con el 11 de septiembre de 2001. El impacto social fue aprovechado con premura para recortar las libertades en EE.UU y llevar al pueblo americano a una guerra suicida contra los enemigos de los neocon. Con mentiras, creímos entonces, fueron a dos guerras. Una en Afganistán, la otra en Irak. Con mentiras, porque era falso que Ben Laden estuviera en Afganistán y ellos lo sabían muy bien, tanto como para atacar allí donde no estaba. Con mentiras, porque bien sabían que en Irak no había esas armas que ellos mismos les habían proporcionado, quedaron obsoletas hacía tiempo. Con mentiras, porque los motivos reales no fueron explicitados, aunque la verdad tras las mentiras era otra.


Los neocon no atacaron Afganistán e Irak buscando el control del petróleo, abundante en la zona, como creímos entonces. Por supuesto, tampoco fue por derrocar unas dictaduras que ellos pusieron y tutelaron. La verdad detrás de todo ese complot orquestado a finales de los noventa y puesto en práctica a partir de 2001 es que los neocon saben muy bien que lo que sostiene a EE.UU como gran potencia global no es el control del petróleo, no es su industria armamentística, no es su poderosos ejército, no es su 25% del PIB mundial. No, todo eso son los medios que sostienen al verdadero sostén de la hegemonía americana: la posesión de la moneda de reserva mundial, el dólar. Sin el dólar como moneda de reserva, el imperio americano duraría lo que un helado a pleno sol. Es un gigante con pies de barro y debe hacer todo lo posible por mantenerse en pie, pisando cuanto haya a su paso.

La historia del dólar como moneda de reserva empieza en Bretton Woods. En 1944, poco antes de finalizar la guerra, las potencias unidas bajo EE.UU acuerdan dar estabilidad a la economía mundial con un sistema que asegura el dólar como moneda de reserva y comercio mundial, pero que obliga a EE.UU a garantizar el cambio de 35 dólares por una onza de oro. A los efectos es como si el oro fuera la moneda mundial, puesto que el dólar está sujeto a un cambio fijo y cualquiera puede solicitar el cambio de los dólares por oro. Esto fue lo que sucedió en 1971, cuando tanto el Banco de Inglaterra como el de Francia pidieron el cambio de sus reservas en dólares por oro. Nixon, que sabía que EE.UU había estado imprimiendo dólares sin respaldo en oro desde los años cincuenta para financieras sus guerras y la carrera espacial, si vio ante un dilema. Si devolvía el oro América perdería su hegemonía sobre él y el dólar se devaluaría hasta crear un problema mortal a su economía. Por eso, el 15 de agosto de 1971, Nixon cerró el cambio de dólar por oro, produciendo el mayor latrocinio histórico, puesto que fue una quiebra encubierta de EE.UU. El día de la Asunción de María al cielo, Nixon acabó con la realidad física del dólar. Como en el dogma mariano, fue asumido en cuerpo y alma al cielo de la economía real, quedando sólo su imagen reproducida hasta la saciedad en una mímesis falaz.

Desde 1971, la política americana estuvo dirigida a asegurar que el dólar siguiera siendo la moneda de reserva y solo podía conseguirlo si sustituía el oro por otra mercancía codiciada que se contratara en dólares. El petróleo fue la apuesta. Con acuerdos de protección con las monarquías árabes del Golfo, EE.UU aseguró que todo el comercio mundial de petróleo se comerciara en dólares. El país que imprime el dólar es el que controla el petróleo y, por tanto, la economía mundial, que tiene su base en la energía abundante y barata, hasta hace poco, del petróleo. Se trata, por tanto, de una base débil, pues si un grupo de países deciden utilizar otras monedas para el comercio de petróleo, el dólar ya no sería moneda de reserva. Todo el mundo necesita dólares para comprar petróleo, de ahí que EE.UU exporte su crisis produciendo dólares. La mayor industria americana no es la armamentista, ni la tecnológica, es la producción y exportación de dólares. EE.UU debe hacer cuanto sea menester para asegurar que eso siga siendo así.

Pues bien, los neocon vieron, frente a los melifluos liberales, que si América quiere ser un imperio debe asegurar su moneda. Eso fue puesto en riesgo a finales de los noventa, cuando Sadam Husein planteó la posibilidad de dejar de vender su petróleo, entonces abundante y fácil de extraer, en dólares, pasando a utilizar una cesta de monedas. El dólar entraba así en peligro, pues eso produciría un efecto contagio. Otros lo han propuesto e intentado: Libia, Irán, Venezuela; pero ninguno lo ha conseguido. Libia fue arrasada, Venezuela asustada e Irán ha "entrado en razón". Toda la política exterior americana está destinada a conservar el dólar como moneda de reserva e intercambio golbal. No le importa el petróleo físicamente, le importa que el comercio se haga en dólares. Por eso, hoy, EE.UU no tiene ningún interés en intervenir en el infierno iraquí, pues es un infierno donde habita el dólar.

Estados Unidos es un gigante con pies de barro, su punto débil es su moneda. Destruyamos la moneda y acabará este imperio, así de sencillo, un simple punto de apoyo y cambiaremos el mundo. El principio de este fin puede ser, en España, salir del euro (amarrado a la política americana) y crear una comunidad global libre del dólar. No podemos servir a Dios y al dinero, sino que debemos servirnos del dinero para servir a Dios, es decir, para construir el Reino de Dios en este mundo, un reino de humanidad plena para los hombres.


*Dedicado a Desiderio Parrilla, que sabe que la fe sin obras es fe muerta.
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