Cine católico Una "Casa Abierta" que visibiliza la diversidad en la Iglesia
Documental de la Pastoral Juvenil costarricense
| Hanzel J. Zúñiga Valerio
Hablar de "diversidad" en la sociedad es un reto, pero hablar de "diversidad" en la Iglesia Católica lo es aún más. No porque no sea evidente que vivimos en una sociedad plural, sino porque este discurso que reconoce y celebra las diferencias tiene "mala prensa" en muchos ámbitos. La palabra "diversidad", tal como se interpreta popularmente, es reducida en su significado hacia la exclusiva diversidad sexual. Pareciera una contradicción tomar una palabra con un campo semántico tan amplio como esta para encasillarla, adrede, en una única posibilidad. Pues bien, el documental "Casa Abierta" parte rompiendo este esquema.
Quisiera hacer un aporte sencillo, desde la pluma de un teólogo católico, a esta mini-serie documental del proyecto "Inclusión XTO" de la Pastoral Juvenil arquidiocesana. Por ende, mi reflexión debe leerse como "notas al pie" desde la perspectiva de la teología y no, evidentemente, como una crítica cinematográfica, la cual no me siento autorizado a hacer. Desde que recibimos la invitación a la "première", en la Facultad de Teología de la Universidad Bíblica Latinoamericana (UBL) nos sentimos, primeramente, honrados por la deferencia y, en un segundo momento, muy impresionados al saber que, "dentro" de la Iglesia Católica costarricense, se gestara un proyecto como este.
Cuando leí la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium resonaron en mi cabeza, especialmente, las palabras del Obispo de Roma Francisco cuando daba cuenta que "[...] en el seno de la Iglesia hay innumerables cuestiones acerca de las cuales se investiga y se reflexiona con amplia libertad" (n. 40). No obstante, estas palabras no siempre se reflejan en acciones, menos aún cuando hablas de temas de moral o doctrina (tensión ortodoxia-heterodoxia). Confieso con humildad que fui a ver el documental con la desconfianza de lo que he vivido en la Iglesia personalmente, pero también, lo confieso con alegría, no salí defraudado.
"Casa abierta", que alude al conocido tema del Dúo Guardabarranco, muestra lo que la Iglesia es y ha sido siempre: una casa donde conviven hermanos/as con pensamientos distintos, múltiples formas de sentir y condiciones diversas. La Iglesia no es una "sociedad perfecta" [sic] sino una comunidad de personas con múltiples virtudes y defectos. La Iglesia es mysterion en cuanto hace presente a Dios en la vida de personas imperfectas y en cuanto "[...] recibe toda su luminosidad del sol, Cristo, su esposo. Por sí misma es oscura; presenta un rostro doble, uno resplandeciente y puro, el que está iluminado por Cristo, y otro, oscuro" (Congar 2014, p. 80). Lo fundamentalmente sacramental aquí radica en que lo humano es vehículo por donde transita y se hace presente lo divino. Humanidad y divinidad no son principios ajenos u opuestos, sino implicados "porque el Hijo de Dios se hizo hombre para hacernos Dios" (Atanasio de Alejandría, De Incarnatione 54,3).
Es decir, hablamos acá de lo que yo llamo "la Iglesia real", es decir, el verdadero rostro de una Iglesia multiforme. La Iglesia de "carne y hueso" dista mucho de ser una comunidad de "santos perfectos" sino que es una comunidad de "santos pecadores". Dicho de otro modo, la Iglesia es, en su naturaleza, pecadora. Sé que esto tiene implicaciones eclesiológicas que son debatidas desde la época de los Padres, pero mi perspectiva se inscribe en lo que, no sin polémica, mantuvo K. Rahner: "Si creyéramos que el pecado de sus miembros no afecta a la Iglesia, ésta no sería realmente el Pueblo de Dios, sino una entidad meramente ideológica, con carácter casi mitológico" (1965, p. 446). La Iglesia idealizada, sustancia pura y casi "hipostasiada", no es la Iglesia de Jesucristo (cf. Küng 1986, p. 386). Tengo claridad de que esto es impactante, pero es profundamente liberador: nos libera de buscar estándares de pureza ajenos al Evangelio, nos impide colocar "pesados fardos" sobre los hombros de otros (cf. Mt 23,4) y nos hace reconocer que, en nuestra condición limitada, podemos lograr santidad.
Son varias las "diversidades" que nos expone el documental porque son múltiples las realidades que están sentadas en las bancas de los templos. Muchas de las historias que aparecen en el cortometraje han sido silenciadas por vergüenza. Son historias que han sido ocultadas muchas veces porque un/a "buen/a católico/a" no debe hablar de esto. Los sentimientos de culpa y condenación se han apoderado de muchas personas injustamente durante mucho tiempo. Esta culpabilidad responde a criterios de "normalidad" socialmente aceptados pero que, en realidad, son criterios impuestos. Lo "normal" es que existan las diferencias y las historias "atropelladas". Todas las personas que están sentadas en las iglesias han vivido y seguirán viviendo realidades complicadas. Nadie puede decir que desconoce un embarazo adolescente, que no porta un tatuaje, que no haya migrado o tenga amigos migrantes, que no tenga familiares sexualmente diversos, que no tenga una discapacidad mental o física... En fin, que no haya sido maltratado, excluido o discriminado por alguna razón. Esa idea de "normal" y "anormal" nos hace mucho daño. Una Iglesia empolvada, golpeada por el día a día, llena de limitaciones, esa es la Iglesia que se reúne frente al altar siempre. Una comunidad "maltrecha" es la comunidad de los seguidores de Jesús.
He aquí el punto de quiebre, el quid, que el documental presenta de forma novedosa, a mi modo de ver: la visibilización. Ninguna de estas realidades es desconocida por nosotros/as pero, lo que sí es nuevo, es que se presenten estas realidades como formas de ser Iglesia. Lo que no es visible difícilmente podrá ser reconocido y lo que no es reconocido jamás podrá será celebrado. La transparencia del documental es maravillosa para mí.
Ahora bien, debemos reconocer también que falta camino. Muchas otras iglesias han dado pasos agigantados en términos de inclusión pero la Iglesia Católica sigue tensándose por el conflicto entre "lo pastoral" y la "fidelidad a la doctrina". Quisiera solamente mencionar un ejemplo, tal vez el más sensible y que más reticencia provocará en los foros que se desarrollen en las parroquias: la aceptación de la diversidad sexual en la Iglesia. El documental presenta dos casos de jóvenes homosexuales que son católicos "practicantes" y que hablan con valentía de su integración en la Iglesia. No obstante, no profundiza en las contradicciones que esto lleva consigo cuando, por ejemplo, la misma Conferencia Episcopal de Costa Rica (CECOR) convoca marchas para defender el "modelo original" de familia, o cuando los mismos documentos oficiales (Catecismo de la Iglesia Católica, documentos varios de la Congregación para la Doctrina de la Fe, la misma Exhortación Amoris Laetitia, entre otros) niegan la posibilidad de un vínculo complementario entre dos personas del mismo sexo, acudiendo a estructuras antropológicas escolásticas. Es aquí donde se tensa el hilo entre "atención pastoral" y "doctrina". Es evidente que la intención del documental no es entrar en este debate, pero deben saber que el fondo del asunto va más allá de la visibilización. Para llegar a la aceptación plena, es decir, para no crear católicos de primera o segunda categoría, el vocabulario, pero, sobre todo, los moldes de pensamiento de la oficialidad magisterial, deben cambiar.
No soy el primero en señalarlo. Desde hace años el jesuita norteamericano James Martin, así como muchos otros laicos y sacerdotes en la Iglesia, viene abogando por estas transformaciones. Debemos dirigirnos a las personas con "delicadeza", dice el Catecismo (n. 2358), pues bien, "Una manera de ser delicado consiste en prestar atención al lenguaje que utilizamos [...] Calificar la sexualidad de una persona de 'objetivamente desordenada' es una manera de decirle que todo su amor, aún el más casto, es desordenado. Esto, de forma evidente, es un juicio inútilmente cruel" (Martin 2018, p. 102 y 104). Cuidarnos en el lenguaje, llamar a las personas como gustan ser llamadas, hablar con ternura. Hasta aquí Martin porque, aunque avanza más allá de Francisco, inclusive más allá de "lo permitido", aún falta. Cambiar el Catecismo en estos aspectos no es solo un juego de palabras, un juego de lenguaje, es, más bien, ampliar la estructura antropológica de la que hablábamos en el párrafo anterior. Se trata de aceptar que las ciencias biológicas y sociales nos han dicho más (y lo seguirán haciendo) de nuestra sexualidad de que lo que sabíamos hace apenas unas décadas. La Iglesia no puede seguir en su mediocre tradición que reconoce, siglos después y pidiendo perdón, lo que puede cambiar ahora. No es que la Iglesia pueda cambiar la Biblia, es que quienes leemos la Biblia debemos ubicarla en su contexto, un contexto que desconocía múltiples realidades que hoy damos por sentadas, desde que la tierra no es plana hasta que las orientaciones e identidades sexuales son plurales. La Biblia no es un libro de biología, esto ya es digerido sin problemas (cf. Constitución Dei Verbum 11-12), pero debemos ampliar estas conclusiones para hallar, entonces, el mensaje profundo de los textos, la Palabra de Dios que ellos encierran: "La célebre frase de Galileo Galilei: 'La Biblia nos enseña cómo se va al cielo, no cómo va el cielo' se puede análogamente aplicar a la gran cuestión de la sexualidad: 'La Biblia nos enseña cómo se vive la sexualidad, no cómo va (cómo está construida, formada) nuestra sexualidad'. Este conocimiento racional exige el continuo progreso de la comprensión humana, y debe ser seriamente considerado en los análisis y las competentes conclusiones de la razón teológica y religiosa" (Charamsa 2017).
Con lo dicho solamente pretendo dar nuevas pistas para el trabajo que sigue y colaborar con las emergentes preguntas que salgan del público, preguntas no siempre bien intencionadas. Quiero recordar también, tanto a colegas teólogos/as y a representantes eclesiásticos, que la doctrina nace de la vida. Es la experiencia cristiana la que conforma los dogmas y no al revés. En los primeros cuatro siglos del cristianismo no existían verdades etéreas definidas, sino que éstas llegaron a cuajar producto de debates múltiples donde el delgado hilo que divide "ortodoxia" y "heterodoxia" no estaba siquiera tejido (cf. Aguirre 2017). Esto quiere decir que la historia es el locus fundamental donde nacieron las doctrinas y que la misma historia puede precisarlas y/o transformarlas. Es, entonces, la vida la que debe marcar la hoja de ruta de la Iglesia, así como lo hizo en los albores del movimiento de Jesús.
Tal vez no nos hemos percatado de lo dañinas que pueden ser nuestras posiciones monolíticas que defienden a las estructuras antes que a las personas. Pienso, particularmente, en un joven que preguntó a los panelistas el día del estreno sobre cómo hacían para, siendo abiertamente miembros de la comunidad LGBTI+ podían sentirse tranquilos a la hora de comulgar. Su voz entrecortada no disimulaba en nada la angustia con la que planteó su pregunta. Dicha pregunta no tenía solución abordada "pastoralmente". Requería un bisturí más incisivo hacia lo institucional y dogmático. Se seguía sintiendo "pecador" porque seguía resonando dentro sí, tal vez sin saberlo, el discurso del Catecismo que dicta que sus actos "no pueden recibir aprobación en ningún caso" (n. 2357). Una de las respuestas, inclusive, reforzó esta hipótesis: "vaya, confiésese y todo bien" [!]. Pero, me preguntaba yo, ¿por qué debe confesar algo que no decidió? ¿Por qué es "pecado" una dimensión intrínsecamente suya? No creo la engañosa distinción de "homosexualidad" vs. "actos homosexuales" como si, reprimiendo la condición, esta vaya a desaparecer. Las falacias que buscan esconder nuestras realidades terminarán explotándonos en la cara. La condición de "Imagen de Dios" se extiende a todos/as y esto incluye muy especialmente a quienes, como este joven, se sienten culpables de algo que no determinaron. Dios es tan creador suyo como lo es de toda la diversidad del universo y esto no es motivo de vergüenza, sino de orgullo [sic].
Me he extendido un poco en estas consideraciones. Tal vez he dejado de lado el papel que tiene la Iglesia en los procesos migratorios, en la no estigmatización de las madres adolescentes y en la importancia que tiene la promoción de una educación sexual sin tapujos para prevenir estas realidades, entre otras cosas. Pero estoy seguro que estas reflexiones algo aportarán a los paneles donde el tema recurrente y álgido será este. Sé que estoy tocando terrenos delicados, pero no temo avanzar junto con quienes quieran volver al Evangelio atrevido y osado de Jesús de Nazaret.
Mi sincera felicitación al equipo de producción de esta obra, a David Selva como director, a todo el equipo que está tras estas iniciativas tan humanizantes y, por ende, profundamente cristianas. Para quienes deseen formar parte de este proyecto acá les dejo la página web (https://casaabiertadocumental.wordpress.com/) para contactos (a través de redes sociales también) y así pueda llevarse este mensaje, tanto dentro como fuera de Costa Rica. Deseo que la visibilización propuesta en el documental sea un camino hacia la conformación de una Iglesia sin puertas, sin ventanas, totalmente abierta. Pienso en una Iglesia donde quepan todos/as, donde no hayan élites, sino que responda al mensaje de Reino predicado por nuestro hermano Jesús.
Bibliografía citada
Aguirre, R. (ed.), Así vivían los primeros cristianos, Verbo Divino: Estella, 2017.
Atanasio de Alejandría, De Incarnatione 54,3: PG 25, 192B.
Charamsa, K., "Identidades sexuales y cristianismo". Conferencia pronunciada en XXXVII Congreso de Teología de la Asociación de teólogos y teólogas Juan XXIII (Madrid 2017). Consultado en línea: http://www.redescristianas.net/xxxvii-congreso-de-teologia-identidades-sexuales-y-cristianismodr-krzysztof-charamsa/
Congar, Y. M., Verdadera y falsa reforma en la Iglesia, Sígueme: Salamanca, 2014.
Francisco, "Exhortación apostólica postsinodal Evangelii Gaudium". Noviembre 2013. Consultado en línea: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20131124_evangelii-gaudium.html
Küng, H., La Iglesia, Herder: Barcelona, 1986.
Martin, J., Bâtir un pont. L'Église et la communauté LGBT, Cerf: París, 2018 (utilizo la edición francesa, las traducciones son mías, pero el texto castellano es de la editorial Sal Terrae: https://gcloyola.com/es/testimonios/3236-tender-un-puente.html).
Rahner, K., "El pecado en la Iglesia": Baraúna, G., La Iglesia del Vaticano II, tomo I, Flors: Barcelona, 1965.