Alégrense y regocíjense

La última exhortación del Papa Francisco está dedicada a la santidad, tema que puede parecer extraño a muchos, pensando que es asunto de gente pacata y sin mayores oficios. Como todos los documentos del Papa Bergoglio tienen un estilo directo, cercano y en un lenguaje que interpela a propios y extraños. ¿Quién quiere ser o aparecer como santo en un mundo que propicia más bien el figurar, mostrar fachada, sacarle partido a cualquier situación en beneficio propio? Sin embargo, una sociedad sin norte, sin valores trascendentes, sin pensar primero en el otro que en uno mismo, construye un infierno porque privilegia el egoísmo del placer efímero que produce el adquirir y acumular riquezas o el detentar el poder por el simple gusto de saberse dominador y conductor de la conducta de los demás.

Acota el Papa que la santidad no es algo extraño ni reservado a unos privilegiados. Ni siquiera es asunto de quienes pisan a diario un templo. “Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante. Esa es muchas veces la santidad «de la puerta de al lado», de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios, o, para usar otra expresión, «la clase media de la santidad»” (n.7).

Más allá de los métodos y medios tradicionales que el catolicismo ofrece para fomentar una vida piadosa, el Papa pone énfasis en señalar algunas “notas que quiero destacar no son todas las que pueden conformar un modelo de santidad, pero son cinco grandes manifestaciones del amor a Dios y al prójimo que considero de particular importancia, debido a algunos riesgos y límites de la cultura de hoy. En ella se manifiestan: la ansiedad nerviosa y violenta que nos dispersa y nos debilita; la negatividad y la tristeza; la acedia cómoda, consumista y egoísta; el individualismo, y tantas formas de falsa espiritualidad sin encuentro con Dios que reinan en el mercado religioso actual” (n.111).

Son éstas: la primera, “aguante, paciencia y mansedumbre: estar centrado, firme en torno a Dios que ama y que sostiene. Desde esa firmeza interior es posible aguantar, soportar las contrariedades, los vaivenes de la vida, y también las agresiones de los demás, sus infidelidades y defectos: «Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?» (Rm 8,31) (n.112). En segundo lugar, el buen humor: “no se puede tener un espíritu apocado, tristón, agriado, melancólico, o un bajo perfil sin energía. El santo es capaz de vivir con alegría y sentido del humor. Sin perder el realismo, ilumina a los demás con un espíritu positivo (n.122). “El mal humor no es un signo de santidad: «Aparta de tu corazón la tristeza» (Qo 11,10)” (n.126).

En tercer lugar, “la santidad es parresía: es audacia, es empuje evangelizador que deja una marca en este mundo. Para que sea posible, el mismo Jesús viene a nuestro encuentro y nos repite con serenidad y firmeza: «No tengáis miedo» (Mc 6,50). «Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mt 28,20)” (n.129). En cuarto lugar, las virtudes se acrisolan en comunidad, con los otros: “Es muy difícil luchar contra la propia concupiscencia y contra las asechanzas y tentaciones del demonio y del mundo egoísta si estamos aislados. Es tal el bombardeo que nos seduce que, si estamos demasiado solos, fácilmente perdemos el sentido de la realidad, la claridad interior, y sucumbimos” (n.140). “Finalmente, aunque parezca obvio, recordemos que la santidad está hecha de una apertura habitual a la trascendencia, que se expresa en la oración y en la adoración” (n.147).

Vale la pena leer con atención esta exhortación. Es buen alimento para los tiempos recios que vivimos, en el que nos quieren esclavizar y mantener desesperanzados para manipularnos como marionetas. Estamos llamados a la libertad, la fraternidad y la alegría.

Cardenal Baltazar Porras Cardozo
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