Al César... a Dios...

Nuevamente nos encontramos ante una tentación presentada a Jesús por los fariseos y escribas mediante los discípulos de estos quienes le preguntan si es lícito o no pagar el tributo al César.

Al inquirirle sobre este asunto hay varios elementos a tener en cuenta. Si decía que no podía ser acusado de rebeldía o de rechazo a la autoridad romana. Si decía que sí, se enfrentaba a dos cosas: una primera, a ser acusado de colaboracionista con los romanos, lo cual no era bien visto por los judíos; la segunda era una malintencionada indicación de los mismos tentadores, pues el César, para los romanos era considerado como un dios. Entonces si decía que sí, también estaría aceptando Jesús la divinidad del emperador. Ese era el dilema de fondo de los judíos ante el pago del tributo al César.

Pero se toparon con la astucia y sabiduría de Jesús: al César se le da lo que hay que darle: respeto a su autoridad. Pero todo lo referente a adoración y aceptación como ser supremos, sólo a Dios. Así zanjaba Jesus ese asunto.

Esta enseñanza hay que aplicarla hoy. Al César, es decir, a la autoridad civil hay que darle lo que le corresponde. Respeto y aceptación de su papel. A los Cesares de hoy hay que acompañarlos en su papel de servidores de la sociedad. Pero a los Cesares de hoy no hay que endiosarlos ni considerarlos como sí fueran más que los demás y que tienen poderes, absolutos y sin que haya quien los controles.

A los Cesares de hoy no se les debe considerar como si no se les pudiera exigir el cumplimiento de sus obligaciones. A los Cesares de hoy no se les puede permitir ansias totalitarias. A los Cesares de hoy hay que darles no sumisión irracional sino la exigencia de que estén al lado del pueblo y no de sus proyectos ni intereses particulares. Por eso, al César lo que es del César.

Y, ¿a Dios? Pues lo que es de Dios. Desde el reconocimiento por la fe de su omnipotencia hasta la comunión con El por el amor. Pero ¡cuidado! A Dios no hay que darle un culto superficial ni una manifestación de fe divorciada de la vida.

La fe en Dios debe ser testimoniada con actos de caridad y esperanza. Pensar que la fe es algo que se reduce a lo privado e individualista es no darle a Dios el reconocimiento de ser sus hijos. Le damos a Dios la adoración en espíritu y verdad que no se reduce a ritos externos sino que conlleva el amor fraterno a los hermanos: con este amor fraterno nos damos a conocer como sus hijos y discípulos de Jesus... Entonces seremos solidarios y practicantes de la justicia; seremos capaces de perdonar y promover la reconciliación; manifestaremos con nuestros actos vinculados a la fe que somos hostias vivas para darle honor y gloria a Dios.

Hoy en el mundo se nos presenta la misma tentación que le plantearon a Jesus. Nos toca a nosotros responder con sabiduría Cristiana: al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.

+ Mario Moronta R, obispo de San Cristóbal
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