Y Dios, ¿qué?
Los cristianos tenemos todo un acervo doctrinal acerca de la divinidad. Para nosotros, el concepto de Dios no ha sido inventado por los seres humanos, aunque se emplee el lenguaje y cultural de cada época para tratar de explicarlo o difundirlo. Para los discípulos de Jesús, la idea y el concepto de Dios nos han sido revelados por Él mismo, quien se presenta como comunión trinitaria: un Dios en tres Personas. Una de esas Personas se hizo hombre y así nos dio a conocer al Padre y nos concedió la gracia del Espíritu Santo. Aquí nos conseguimos con la principal diferencia frente a las demás expresiones religiosas: la imagen que tenemos de Dios no ha sido inventada por los creyentes, como sí sucede en otras religiones, las cuales han fabricado su idea y hasta la figura (imagen) de Dios. Es lo que denominamos los ídolos.
Jesús, el Hijo de Dios Padre, Dios humanado, nos ha dado a conocer la profundidad de la divinidad. Quien lo ve con ojos de fe puede acceder también al Padre. Más aún, por su acción redentora y salvífica, ha dado un paso inédito en la historia de las religiones: nos ha permitido llegar a ser “hijos de Dios Padre”. Y el Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Trinidad Santa, nos concede la luz y la fuerza para reconocer, desde nuestra experiencia humana y de creyentes, que somos eso, hijos de Dios Padre. Es importante tener en cuenta todo esto: somos seguidores de una Persona que nos da a conocer el misterio de Dios y nos introduce en él, para que podamos alcanzar la plenitud. Los mandamientos que nos pide cumplir Dios, se centran en algo importante que deviene en su definición como ser trascendente: el Amor.
No deja de presentarse la tentación de querer manipular y convertir al Dios Uno y Trino en una especie de ídolo: cuando no actuamos en su nombre, cuando le exigimos que haga lo que queremos, cuando reducimos la práctica de fe a meros elementos formales… Hay muchos que se dicen creyentes en Dios, pero a su manera… y no a la de Dios. La única manera de tener fe en el Dios Uno y Trino es la que Él nos pide: con la fuerza del amor. Por eso, un cristiano, creyente y testigo de Dios, debe distinguirse por el amor; nunca puede permitir que el odio, o la maldad, o la corrupción, o el pecado, o la mediocridad… se hagan presentes como estilo de vida. Un creyente en el Dios Uno y Trino manifiesta en su vida que está en comunión con Él. Y así mismo, al hacer vida cotidiana su fe, se convierte en una página viva de la Palabra de Dios… sencillamente, permite que quien lo vea como un creyente, pueda conocer quién es el Dios que refleja con su actuación y su existencia.
El mundo de hoy trata de separarse de Dios. O, si no, también busca someter a Dios a sus criterios. No deja de hacerse presente la acción y tentación del maligno, quien siempre ha querido destruir y desplazar a Dios. Por eso, la pregunta: Y Dios ¿qué? Diera la impresión que no es una pregunta para ser respondida sino para someter a los criterios egoístas y secularizantes la idea o el tema de Dios. Pero, para un creyente cristiano, esa pregunta tiene una sola respuesta; la misma de Pedro ante la interrogante de Jesús luego del discurso acerca del pan de vida: “Y ¿a quién iremos si sólo Tú tienes palabras de vida eterna?”
Se ha repetido últimamente que la gente prefiere seguir a los testigos. Es el desafío de los creyentes en el mundo de hoy. Y Dios ¿qué?... Sencilla y claramente, es el Dios de la vida, que nos ha introducido en su mundo y nos ha hecho participar de su naturaleza divina, para alcanzar la única y verdadera plenitud que eleva nuestra dignidad humana al rango de ser hijos de Dios.
+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal.