Emaús en Mondoñedo–Ferrol: dando vida a algo nuevo

La paciencia pascual que da hondura a este hermoso tiempo litúrgico de descubrimientos nos trae muchos regalos en formato de encuentros. Las sendas que recorremos hoy camino de Emaús son tan parecidas a las de los discípulos tras la muerte del Maestro que iluminan nuestra experiencia, afortunadamente compartida con la suya. Tenemos la gracia de experimentar nuestro particular Emaús en Mondoñedo-Ferrol.

Como aquellos dos discípulos, no acabamos de entender del todo. Nuestra mente y nuestro corazón se nublan. Pero el Señor lo comprende y nos sale al paso como siempre. Él nos sondea y nos conoce, penetra nuestros pensamientos y todas nuestras sendas le son familiares (cf Salmo 138). Con su palabra de sabiduría, pone claridad en la sombra de nuestras dudas. Lo hace en medio de nosotros. Camina con nosotros, a nuestro ritmo. Así, como podemos y debemos caminar: juntos. Con una misma meta. La de la vida, donde está, y donde hace falta llevarla. Caminar juntos con Jesús es edificar su Iglesia en marcha, “en salida”, con impulso evangelizador. Hemos comprobado que “no es lo mismo caminar con Él que caminar a tientas, no es lo mismo poder escucharlo que ignorar su Palabra” (EG 266).

Caminar juntos con Jesús nos conduce a un momento privilegiado de relación con Dios y con nuestros hermanos: el momento de partir el pan. Cuando Él lo hace ante nosotros, descubrimos su presencia nueva, la del Resucitado. Por eso partir el pan en cada Eucaristía es reconocer a Cristo en su muerte y resurrección. En las heridas de Jesús, crucificado y atravesado, tocamos las de los hombres y mujeres de nuestro mundo clamando justicia, amor, paz y esa vida nueva y abundante que Él nos regala ahora y siempre (cf Jn 10,10). Caminar juntos con el Resucitado, a quien reconocemos al partir el pan, nos urge a partirnos, repartirnos y multiplicarnos yendo de camino.

La Iglesia que peregrina en Mondoñedo-Ferrol está recorriendo —y ha de recorrer aún más— un camino sinodal para crecer y avanzar. Caminar juntos con Jesús tiene que ir siendo nuestro modo normal de caminar, superando personalismos, distanciamientos, aislamientos y cualquier reticencia. Estamos llamados a dar a este caminar eclesial un cariz clarificador y de acompañamiento mutuo con “el ritmo sanador de projimidad, con una mirada respetuosa y llena de compasión pero que al mismo tiempo sane, libere y aliente a madurar en la vida cristiana” (EG 169).

Más aún, hemos de dotar a este camino sinodal de una mirada de largo alcance, en el tiempo y en el espacio, sin perder de vista lo local, pero creciendo en la conciencia de universalidad. Somos Iglesia particular que peregrina con otras Iglesias hermanas y con la Iglesia universal. Este modo de caminar es el que hará que nuestra diócesis sea cada vez más misionera, con fuerza evangelizadora para alumbrar algo nuevo, como el mismo Resucitado nos asegura y nos invita a creer confiadamente: “Yo hago nuevas todas las cosas” (Ap 21,5).

Así pues, el caminar diocesano de Emaús nos lleva a reconocer al Señor cuando parte el pan con gesto misericordioso y samaritano. Un gesto que procura y exige sanación y maduración en la vida diocesana de cada hermano que peregrina en ella. Un gesto que alumbra la alegría comunitaria de quienes caminan juntos con Él, reconociendo su amor en cada uno y arriesgando el regreso a “Jerusalén” para poner luz en las sombras propias y ajenas. En medio de este camino eclesial, con la fuerza del pan partido, acontece el gozo verdadero y renovador que solo puede brotar en el encuentro con el Señor Resucitado.

Mons. Luis Ángel de las Heras Berzal, CMF,
Obispo de Mondoñedo-Ferrol
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