¿Entristecer al Espíritu Santo?
Cuando se lee el contexto de lo que escribe, se consigue la explicación al uso de esta expresión paulina. No es que el Espíritu se va a poner triste. Es un recurso que emplea el autor sagrado para hablar de cómo no hay que ofender al Espíritu Santo. De hecho, el Apóstol, al pedir que no se entristezca al Espíritu, hace referencia a las actitudes malas (anti-valores) que deben estar ausentes en la vida de un creyente: la aspereza, la ira, los insultos, la indignación, la maledicencia y toda clase de maldad. Esto es lo que ofende a Dios. Pablo, para mostrar la gravedad de esas cosas negativas y pecaminosas emplea la figura de la tristeza. No es que el Espíritu Santo se llene de tristeza, porque no puede.
Pero, cuando un creyente practica esas maldades ya mencionadas, sencillamente, ofende al Espíritu del Señor. Está ofendiendo de manera directa a quien da la fuerza para poder hacer las cosas buenas. Así entristecer, en este contexto, significa ofender, menospreciar, minusvalorar al Espíritu. En el fondo es como una burla hacia quien puede -y de verdad lo hace- fortalecer la vida de santidad de los creyentes. Nos dice Pablo, en la misma carta a los Efesios, que ese Espíritu Santo, es que nos ha marcado hasta el día de la liberación final, es decir hasta cuando alcancemos la liberación final, la salvación plena en la eternidad.
Por eso, cuando el que es marcado por el Espíritu actúa con maldad, se opone al designio de Dios y se burla de la gracia que le está otorgando gratuitamente. Por eso, Pablo recomienda lo que se debe hacer: “Sean buenos y comprensivos, perdónense los unos a los otros, como Dios los perdonó por medio de Cristo”. Es con el bien como podremos dejarnos guiar por la luz del Espíritu. Así podremos imitar a Dios: “amando como Cristo, que nos amó y se entregó por nosotros, como ofrenda y víctima de fragancia agradable a Dios”. Ya en la carta a los Romanos, Pablo había indicado el estilo de vida del creyente que tienen que ver con lo antes señalado: “ser ofrendas vivas”. Así es como podemos imitar a Dios-Amor.
El mismo Dios nos brinda los medios para ser fieles y no entristecer al Espíritu Santo. La Palabra de vida eterna y el Pan de vida, el Cuerpo y la sangre de Cristo. Juan nos lo reafirma al hablarnos en el capítulo 6 de su evangelio del pan de la vida, Cristo. Quien cree en Cristo –con todo lo que esto encierra- ya tiene la vida eterna. Creer en Cristo es actuar en su nombre. Para poder mantenernos fieles en esa opción de fe, el Señor nos brinda su pan eucarístico: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, el que coma de este pan vivirá para siempre”. El pan vivo de la Eucaristía y el de la Palabra son el alimento para nuestra propia existencia de creyentes y discípulos del Señor Jesús.
Con lo que el mismo Dios nos ofrece, y que contiene la fortaleza para permanecer fieles en todo momento, no sólo compartimos la alegría nacida del amor de Dios, sino que la podemos contagiar al hacer el bien a los demás. Así nunca pondremos triste al Espíritu Santo.
+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal.