Equidad de género



VER
Dedicamos a este tema el curso anual que tenemos en la diócesis para la formación permanente de religiosas, sacerdotes y laicas comprometidas a tiempo completo en la pastoral. No fue sobre ideología de género, como si hubiera tantos géneros cuantas tendencias sexuales, sino sobre la relación, el trato, la comunicación, la interacción entre varones y mujeres, para que en la vida y en la pastoral cada quien ocupe su lugar conforme al plan de Dios.

Recordamos que a ambos géneros Dios nos hizo a su imagen y semejanza, con la misma dignidad; no idénticos, sino diferenciados, y no sólo biológicamente, sino en todos los demás aspectos de la persona.

Es hermoso y fecundo contar, en la diócesis, con equipos pastorales integrados por ellas y ellos, pues ni los presbíteros podemos aportar lo que es muy femenino y que enriquece mucho a la Iglesia, ni las mujeres han de prescindir de la jerarquía eclesial, sólo por ser varones. Nos complementamos y nos necesitamos. Persisten, sin embargo, desconfianzas y rechazos que no corresponden al estilo de Jesús, y nuestro curso nos ayudó a avanzar en esta interrelación madura y fecunda.

En la sociedad, aún hay subculturas que no dan a la mujer la dignidad que le corresponde. Hay también mujeres que intentan perder su femineidad y equipararse en todo a los varones, como si con ello valieran más.

En algunos pueblos originarios, permanece el criterio de que las mujeres no pueden tener los mismos derechos que los varones para poseer tierras. No les permiten casarse con personas de otras culturas. No les dan iguales oportunidades para estudiar. Son discriminadas a la hora de repartir herencias. No las toman en cuenta para vender una gallina o un cerdo, siendo que ellas son las que cuidan los animales de casa. Persiste la violencia intrafamiliar. Antes, el varón escogía a la mujer que quería como esposa, sin ser novios, ni conocerse siquiera, y los papás hacían los tratos matrimoniales sin consultar a la mujer.

Esto ha cambiado mucho, porque ahora las adolescentes y jóvenes salen a estudiar y a trabajar, exponiéndose a múltiples peligros. Se han liberado de unas esclavitudes familiares, pero pueden caer en otras esclavitudes morales y sociales.

PENSAR
El Papa Francisco nos dijo, en Bogotá, a los obispos miembros del CELAM:

“La esperanza en América Latina tiene un rostro femenino No es necesario que me alargue para hablar del rol de la mujer en nuestro continente y en nuestra Iglesia. De sus labios hemos aprendido la fe; casi con la leche de sus senos hemos adquirido los rasgos de nuestra alma mestiza y la inmunidad frente a cualquier desesperación. Pienso en las madres indígenas o morenas, pienso en las mujeres de la ciudad con su triple turno de trabajo, pienso en las abuelas catequistas, pienso en las consagradas y en las tan discretas artesanas del bien. Sin las mujeres la Iglesia del continente perdería la fuerza de renacer continuamente. Son las mujeres que, con meticulosa paciencia, encienden y reencienden la llama de la fe. Es un serio deber comprender, respetar, valorizar, promover la fuerza eclesial y social de cuanto realizan. Acompañaron a Jesús misionero; no se retiraron del pie de la cruz; en soledad esperaron que la noche de la muerte devolviese al Señor de la vida; inundaron el mundo con su presencia resucitada. Si queremos una nueva y vivaz etapa de la fe en este continente, no la obtendremos sin las mujeres. Por favor, no pueden ser reducidas a siervas de nuestro recalcitrante clericalismo; ellas son, en cambio, protagonistas en la Iglesia latinoamericana; en su salir con Jesús; en su perseverar, aun en el sufrimiento de su Pueblo; en su aferrarse a la esperanza que vence a la muerte; en su alegre modo de anunciar al mundo que Cristo está vivo, y ha resucitado.

La esperanza en América Latina pasa a través del corazón, la mente y los brazos de los laicos. Quisiera reiterar: Es un imperativo superar el clericalismo que infantiliza a los fieles laicos y empobrece la identidad de los ministros ordenados” (7-IX-2017).


ACTUAR
Hemos de superar los residuos de machismo que nos quedan, así como los feminismos extremistas, y no excluirnos ni rechazarnos entre nosotros mismos por luchas mundanas de poder. Apreciemos el aporte específico de hombres y mujeres, sin perder nuestra identidad, para que seamos la sociedad y la Iglesia que Dios quiere.
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