Escapar hacia Jesucristo

Santa Clara nació en una casa noble de Asís. Muy pronto mostró su personalidad y cuando quisieron casarla, teniendo ella alrededor de dieciocho años, se había encontrado ya algunas veces con San Francisco, doce años mayor que ella, y había escuchado su predicación y abierto el corazón a la causa de Cristo.

En la noche del Domingo de Ramos de 1212, Clara forzó la puerta de su casa, no la entrada principal, sino un postigo retirado, obstruido por vigas y piedras. Abierta así la salida y junto con una compañera, acudió deprisa a Francisco que, con sus hermanos, las esperaba en la pobrecilla capilla de la Porciúncula, abajo en el valle.

Un Domingo de Ramos, en el marco de la celebración de la Jornada Mundial de la Juventud, Benedicto XVI propuso a los jóvenes una «escapada» como la que Santa Clara hizo en esta festividad. Ella escapó de su familia, que tenía otros planes, pero los jóvenes de hoy tienen impedimentos más habituales para seguir a Cristo. Deben escapar del ambiente agnóstico y consumista que les rodea, siguiendo la llamada de su corazón generoso.

La escapada, después de una lucha de vacilaciones, la experimentaron muchas personas santas. San Juan de la Cruz la inmortalizó con sus famosos versos:

«En una noche oscura
con ansias, en amores inflamada,
¡oh dichosa ventura!
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada».


Este domingo, en las celebraciones litúrgicas, llevaremos ramas de olivo y palmas recordando a aquellos pobladores de Jerusalén que acogieron con tanta alegría la llegada del «Hijo de David», rey de Israel. Pero fijémonos que después de esta manifestación espontánea, se producirá otra, quizá menos espontánea pero igualmente cierta, de personas que pidieron la muerte de Jesús cuando Pilatos ofreció amnistiarle.

Jesús sabe, cuando entra en la Ciudad Santa a lomos de un asno y es aclamado por la muchedumbre, que va al encuentro de la muerte, de su entrega en el sacrificio de la cruz. A nosotros, nos puede servir esta consideración para hacer el propósito firme de recibir siempre a Jesucristo con alegría, no rechazarle nunca con el pecado y, si tenemos esta desgracia, arrepentirnos y confesarnos, como Pedro, piedra angular de la Iglesia.

Este gozo de encontrar a Jesús y vivir con él viene por la decisión personal de corresponder a su amor, pero no lo experimentaremos solos, sino con nuestros hermanos, nuestras familias y amigos. Las campanas del Domingo de Ramos suenan para todos.



† Jaume Pujol Balcells
Arzobispo metropolitano de Tarragona y primado
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