¡Escucha, Israel...!

Quizás por curiosidad o quizás or tentarlo… ¡quién sabe! Lo cierto es que un escriba le pregunta a Jesús Maestro cuál es el mandamiento más importante y primero de todos. Jesús le responde y recuerda lo que enseña la Palabra: “Escucha Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor: amarás a tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. Añadió Jesús como segundo mandamiento: “Amarás al prójimo como a ti mismo” El escriba lo reconoce y le dice al Maestro que era correcto, a lo cual añade, repitiendo el mandamiento en los mismos términos de Jesús, que amar al prójimo “vale más que todos los holocaustos”. Jesús lo gratifica al decirle: ”no estás lejos del Reino de Dios”.

Jesús enseña sin romper con la Tradición israelita y afirma el “credo” del pueblo de Dios enseñado por Moisés. De hecho, en el libro del Deuteronomio se narra cuando Moisés le propone al pueblo de Dios la síntesis de su fe y el credo que debían recitar de manera contínua: son las mismas palabras pronunciadas por Jesús, ante la pregunta del escriba. Y añade el guía de Israel:”Las palabras que yo te digo quedarán en tu memoria”. A lo largo de la historia de Israel, se recordaba este mandamiento y se empleaba siempre la fórmula ya citada: con ello se podía sentir la profesión de fe en el único Dios, que había convertido a su pueblo en propiedad por la alianza.

En esta fórmula podemos encontrar varios elementos que nos permitan profundizar también nosotros en la fe. En primer lugar, nos conseguimos con un imperativo: “¡”Escucha Israel!”. Imperativo dirigido al pueblo de Dios y que va en una doble dirección: invitar y recordar. Invitar a hacer el acto de la fe, y recordar que allí está el núcleo de lo que todo creyente ha de vivir y experimentar: amar al único Dios. Por otro lado, el verbo que se emplea no se reduce sólo al mero acto de oír o prestar atención. Va a significar, ante todo: “¡Cree!” Esto es, el escuchar no sólo significa saber lo que se le está diciendo, sino asumirlo como un acto de fe. De allí que Moisés pida al pueblo guardar esas palabras en la memoria. Memoria no es simple recuerdo: es hacer presente a lo largo de toda la vida la fe, y con actos que tienen que ver con ella, como lo es el amor al prójimo. Por tanto, podemos deducir que esta fórmula no se queda en el mero enunciado, sino que también es la síntesis de la fe del creyente. Jesús asimismo lo señala a sus discípulos de manera continua, al invitar a la práctica del amor.

Este es uno de los contenidos más importantes de la fe: no se trata sólo de aceptar intelectualmente la existencia de un único Dios. Siempre será la tentación del pueblo de Israel ante las tentaciones ofrecidas por los pueblos paganos. Aceptar que Dios es único conlleva amarlo. Es un paso importantísimo para la fe. Creer es identificarse con Dios en el amor. Amarlo es dejar a un lado todo ídolo y toda tentación de irse tras otros dioses. El amor a Dios es esencial, porque no se puede renunciar a él. Y, también, existencial, pues se realiza con todo el corazón, con toda la mente, con toda el alma y con todas las fuerzas del creyente. Así pues, no se trata de un acto de fe que se queda en lo meramente formulativo, sino que exige el paso de la comunión en el amor con Dios.

Junto a esto, el mandamiento principal, implica una segunda parte. El amor a Dios exige ser demostrado en el amor al prójimo como a uno mismo. Con ello, ya se habla de la perfección de la fe, en la que se va caminando. El amor al prójimo, como bien lo enseñaba el escriba, es mayor que todos los holocaustos. Con esto se asume también lo expresado por las Escrituras: “misericordia quiero y no sacrificios”. Esto es, el amor de Dios se expresa de manera testimonial en el amor al prójimo. Tiene su lógica bíblica, ya que todos somos imagen y semejanza de Dios. Así pues, cada ser humano refleja la presencia de Dios, al que se ama sobre todas las cosas.

La profesión de fe del pueblo de Israel es garantía de estar cerca del reino de Dios si se pone en práctica el mandamiento del amor. Más adelante, durante la Última Cena, Jesús va a señalarlo de otro modo: “En esto van a conocer que son mis discípulos: en que se aman los unos a los otros como Yo los he amado”. Esta misma situación debe acontecer en los cristianos mismos: el amor a Dios se manifiesta en el amor al prójimo. En el Libro de los Hechos de los Apóstoles se da un reflejo de esto, al hablar de la vida de comunión y caridad de los primeros cristianos…Tanto que gracias a su testimonio de alegría y amor iba aumentando el número de quienes deseaban salvarse.

Hoy como ayer, si queremos estar cerca del Reino de Dios y si queremos que muchos se animen a seguir a Jesús, hemos de ser testigos convincentes y decididos de ese mandamiento: “¡Escucha Israel…!”

+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal.
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