Hacer posible lo imposible
El profeta Isaías, siglos antes, alentaba la esperanza pidiéndole al pueblo que reconociera que ella, la esperanza, podría hacer posible lo que aparecía como imposible: se atreve a decir que en el desierto había que preparar el camino del Mesías. ¿No es realmente imposible hacer un camino en medio de las dunas del desierto? Y en el camino de la incertidumbre y de la utopía, en el desierto de las debilidades y de la opresión a la que era sometida en varias ocasiones… el pueblo debía construir el camino para que llegara el Mesías. Así, la esperanza se debía convertir en una acción prácticamente descabellada: no sólo construir sino mantener el camino para que pudiera cumplirse la promesa. Eso implicaba otra actitud, como es la fe.
El Bautista, al presentarse, asume este encargo y su voz comienza a clamar que en el desierto había que preparar el camino del Señor. No se refería tanto al desierto geográfico, sino al desierto existencial que estaba golpeando la serenidad y convivencia de los miembros del pueblo de Israel. Eso le convirtió en testigo de la luz y en precursor, cuyo encargo no sólo fue terminar de prepara ese camino sino presentar al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Y se cumplió la Escritura y se hizo posible lo imposible: se abrió el camino en el desierto y apareció la luz, la persona del redentor, Dios hecho hombre en el seno de una mujer sencilla elegida por Dios Padre para ello.
Durante el Adviento, se alienta la esperanza. Se recuerda, entre otras cosas, la profecía y la invitación que se les hizo a los padres antiguos: preparar el camino del Señor en el desierto. Luego del evento Cristo, con su encarnación, muerte y resurrección, la humanidad ha emprendido un largo camino hacia la nueva tierra prometida en la plenitud del encuentro definitivo con Dios. Ello supone momentos de estabilidad y de crecimiento, pero sin olvidar que debe atravesar por un desierto particular: no es tanto de carácter geográfico, sino más bien de otro tipo; el desierto materialista del cual nos hablaba Benedicto XVI. Es el desierto del anti-evangelio y, por tanto, del anti-Dios. Es un desierto que puede resecar la vida y el sentido humano de los mismos hombres. Es un desierto muy peligroso que con tiene los espejismos de muchas tentaciones. Incluso, para los creyentes que podrían pensar que están bien encaminados. El Papa Francisco nos describe con una expresión la forma como el mencionado desierto puede atacar a los creyentes: la mundanidad espiritual.
El Adviento permite a los creyentes fortalecer su esperanza. Entonces, acrecentar también su compromiso de hacer posible lo imposible. Y una de las tareas que conlleva todo esto es seguir preparando en el desierto existencial y materialista que nos envuelve, el camino del Señor. La esperanza va a ayudar a los creyentes no sólo a ir hacia adelante, sino a ayudar a que otros puedan entender que Jesús viene continuamente al encuentro de su gente, es decir toda la humanidad. La esperanza encierra, desde esta perspectiva, algunos desafíos y compromisos: primero que nada hacer sentir la presencia continua de un Dios cercano que siempre está “llegando” a todos; la certeza de que vivimos en un nuevo tiempo de gracia, para ir alcanzando la plenitud; de que caminamos en la novedad de vida, es decir en las sendas de la liberación plena… Pero, a la vez, ello conlleva que se actúe en la edificación y preparación del camino del señor. Ello se manifiesta con el testimonio de vida, con acciones de una caridad actuante, con el acercamiento a todos los que están o alejados o desviados del verdadero camino… y bridarles la seguridad y confianza de la auténtica luz que ilumina el único camino enel desierto, precisamente Cristo.
Pero no nos debemos quedar sólo en al Adviento como tiempo de esperanza. Somos llamados a dar razón de nuestra esperanza en todo momento. Y en un mundo que prefiere antivalores y la oscuridad, como Abraham esperar contra toda esperanza. Lo podemos hacer con el don recibido del Espíritu Santo y con el entusiasmo que nos da la fe. Entonces, sin temores y con una gran confianza en Dios, manifestaremos con actos concretos de solidaridad, de reconciliación, de fraternidad, que por nuestra esperanza, aún hoy podemos hacer posible lo imposible.
+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal.