La Iglesia dialoga con el mundo, sirve a la humanidad y a los más pobres
Con motivo de la Jornada Mundial de los Pobres, es bueno recordar que no podemos ponernos de espaldas a esta realidad que tantos hombres, en tantas partes de la tierra, sufren. San Pablo VI, a quien hace muy pocos días canonizó el Papa Francisco, subrayó al iniciar su pontificado que uno de los temas centrales que deseaba vivir con toda la Iglesia y con todos los hombres era el diálogo y, más en concreto, el diálogo entre la Iglesia y el mundo moderno. Bien sabía él, y así nos lo comunica, que para que exista diálogo ha de haber escucha. Siempre quiso hacer suyos ideales nobles del mundo contemporáneo, como los deseos de justicia, de paz, de desarrollo, de cooperación y de eliminación de la pobreza; los tuvo en su corazón y se propuso poner a la Iglesia como servidora de la humanidad y, muy especialmente, de los que más necesitan.
Este programa de diálogo lo diseñó de una manera excepcional en la encíclica Ecclesiam suam, promulgada el 6 de agosto de 1964. En ella, san Pablo VI se dirigía a toda la humanidad: a ateos y creyentes de todas las religiones, a los miembros de otras confesiones cristianas y a los hijos de la Iglesia católica, a todos los hombres sin excepción. ¡Qué hondura tenía aquella encíclica y qué pasión por anunciar el Evangelio engendraba en el corazón de quienes la meditábamos! Fue clave en mi vida y en los pasos que di después de un discernimiento acompañado. El Papa Pablo VI tenía la gracia, la virtud y la inteligencia de presentar la salvación del hombre en el contexto de un diálogo entre Dios y la criatura humana, proponiéndonos la misión de la Iglesia desde una mística que atraía y nos hacía querer más y más a la Iglesia contemplándola en su misión. Una Iglesia que se hacía diálogo con todos los hombres.
Hoy este Papa santo y sus enseñanzas tienen una vigencia quizá aún más fuerte por las situaciones que viven los hombres en este mundo. Como nos recordaba, Dios nos amó primero, nos quiere a todos, somos hijos de Dios. Y amó de tal manera al mundo que le dio a su Hijo, pero buscando otros resultados –«No necesitan de médico los sanos»–, de ahí que nuestro amor ha de ser sin límites y sin cálculos, a todos, para todos y buscando entre todos lo mejor para los hombres. En este diálogo, Dios no obligó físicamente a nadie a acogerlo, pero hay que recibirlo con espontaneidad. Cuando te haces consciente de que, si amas al mundo y no discriminas a nadie de tu vida, amas a todos los hombres, es una responsabilidad con todos y, de modo especial, con los más pobres. Es cierto, somos libres para acogerlo o rechazarlo. Además, se trata de una misión de anuncio, que se hace sin coacción externa pero por los legítimos caminos de la educación humana, de la persuasión interior, de la conversación y de la conversión. El diálogo de la salvación está destinado a todos, es católico. Y para hacerlo hay que entrar en el mundo, estar dentro del mundo, no se puede realizar desde fuera.
Con estas premisas, en este diálogo al servicio de la humanidad, os propongo realizar tres conquistas en esta Jornada Mundial de los Pobres:
1. Vive con estas seguridades: las bienaventuranzas, las obras de caridad y la oración. Hemos de vivir en el camino de la vida y en el camino donde encontramos a los hombres. Hay que meterse en el espíritu de las bienaventuranzas, de la dicha, de la felicidad, como aquellos a los que se dirigía Jesús. ¿Por qué eran dichosos? La dicha les venía porque, a pesar de las situaciones que vivían, se habían encontrado con Cristo y, con su amor, podían cambiar todo y dar valor a todos (cfr. Mt 5 1-12,Lc 6,20-23). Hay que vivir la caridad hasta el extremo, tal y como nos lo comunica el Evangelio de Mateo en el capítulo 25: estuviste a mi lado y me diste lo que necesitaba en todas las situaciones de necesidad que padecían los hombres. Y hay que vivir hablando con Dios, de uno, de los demás; orar como Jesús nos enseñó, orar los unos por los otros: por los que están en camino, los que no quieren caminar, los que no pueden caminar o los que están lejos.
2. Apuesta por tener siempre a la Iglesia como madre y maestra, y entra en diálogo con ella. A pesar de las debilidades humanas, a pesar de la infinidad de dificultades que puede tener en el camino, es capaz siempre de brillar, de trasmitir el mensaje siempre nuevo de Jesucristo. ¿Has conocido algún mensaje más novedoso? ¿Has conocido mensaje tan atrevido que te pida que pongas tu vida en Él y lo demás te viene dado? ¿Conoces otro mensaje que, con tanta claridad, se haga presente en todas las partes de la tierra llevando a los hombres paz, fraternidad, libertad, invitación a la donación de sí para que los otros sean más y más? Sé atrevido y aférrate a la barca de la Iglesia; tiene y atraviesa las tempestades que vienen del mundo, pero sigue ofreciendo a todos los hombres, sean quienes sean, refugio y hospitalidad. Ten valentía para participar y valentía para hablar, que es mayor cuanto más vivas en la humildad de la escucha.
3. Vive con el coraje apostólico que caracteriza a los discípulos de Cristo que tienen en el corazón a todos los hombres y a todo el hombre. Releamos las encíclicas Populorum progressio (n 14 y 42) de san Pablo VI y Caritas in veritate (n. 55 y 79) de Benedicto XVI, así como la exhortación Evangelii gaudium (n. 181) de Francisco. Os advierto que, más que un trabajo, es un estilo eclesial. Asume el discernimiento: has de estar atento y a la escucha auténtica, no dejes escapar ningún signo de los cambios en curso que hay en el mundo, evalúa a la luz de la fe lo que sucede en nuestros corazones, en la vida del mundo y en la Iglesia. Has de saber detenerte en las heridas de la historia y de los hombres con misericordia y bondad; mantén siempre las puertas abiertas para Dios, que se manifiesta de muchas maneras, pero de un modo singular en los pequeños y pobres.
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos Card. Osoro, arzobispo de Madrid