Mensaje de Pascua 2018



Del sufrimiento a la luz: Celebrando la transformación de la Historia

"Todo aquel que luche desde la resurrección del gran libertador, sólo ese es auténtico cristiano".
- Beato Mons. Romero


Hermanas y hermanos, que esta Pascua 2018 alcancemos a conocer el proyecto del Hijo de Dios en la tierra, que comprendamos juntas y juntos el poder que se nos ofrece por ser hermanos de un mismo Padre creador, y que no temamos optar por la vida y la justicia de nuestras comunidades y nuestro país. Reflexiono sobre algunas lecturas y comparto con ustedes algunas ideas del mensaje de salvación que hay para nuestro diario actuar.

En el libro del profeta Isaías existen cuatro poemas conocidos como los Cantos del Siervo de Yahvé (nombre de Dios en una de las tradiciones religiosas hebreas), que hacen referencia a un personaje peculiar que se ha identificado con la figura del Mesías. De manera especial la Iglesia pone de relieve dichos textos durante las celebraciones litúrgicas con que durante la Semana Santa conmemora cada año de forma solemne la Pascua del Señor Jesús, es decir, su muerte, resurrección y ascensión gloriosa al cielo, desde donde, sentado a la Derecha de Dios, su padre, reina glorioso sobre el mundo y el universo. Mediante estos misterios Jesús perdonó el pecado del mundo, y venció a su autor Satanás, junto con la consecuencia más nefasta del pecado que es la muerte eterna. Jesús obtiene para nosotras y nosotros el perdón del pecado y, con ello, nuestra reincorporación a la amistad con Dios, mediante el envío a la tierra del Espíritu Santo.

El Hijo de Dios nació de la Virgen María como Hombre Verdadero, permaneciendo Dios Verdadero, por lo que es perfecto Dios y perfecto Hombre. De esta manera Él es el Nuevo Adán que enfrenta a Satanás, mediante su obediencia a Dios su Padre, con su voluntad humana que forma parte de la Persona Divina del Hijo y que tiene en todas sus acciones el valor y la grandeza infinita de la Dignidad divina. Así, la libertad humana del Hijo de Dios se ciñe en su obediencia a Dios su Padre hasta las últimas consecuencias, que llevan consigo el sufrimiento y la muerte. Dice la Carta a los Hebreos, hablando de Cristo, que: "Después de haber ofrecido durante su vida terrena súplicas y plegarias, con fuertes gritos y lágrimas, a aquel que podía salvarlo de la muerte, fue escuchado por su humilde sumisión. Y, aunque era Hijo de Dios, aprendió por medio de sus propios sufrimientos que significa obedecer. De este modo, él alcanzó la perfección y llegó a ser causa de salvación eterna para todos los que le obedecen" (Heb. 5,7-9).

Siendo inocente y sin merecer castigo alguno, el Hijo de Dios hecho hombre padeció sufrimientos e injusticias que trajo consigo el pecado y se convirtieron en causa de perfección para Él mismo en su condición mortal y, por medio de Él, en causa de perfección para todas y todos quienes le obedecen. Dicho en otras palabras: Los sufrimientos que el pecado del mundo infringió al Hijo de Dios hecho hombre a su paso por esta tierra, y la misma muerte que el mundo le impuso a través de los judíos integrantes del Sanedrín y del Procurador del Imperio Romano Poncio Pilato, se convirtieron en el precio de nuestro rescate.

El Cuarto Canto del Siervo de Yahvé que está en el libro del profeta Isaías lo expresa así: "El soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el Señor cargo sobre él todos nuestros crímenes. Maltratado, voluntariamente se humilló y no abría la boca; como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca" (Is. 53,4-7).

La causa del trato que recibió el Siervo de Yahvé es expresada en el Tercer Canto: "Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los sabios. El Señor me abrió el oído; y yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado" (Is. 50,4-7). Él muestra una especial compasión por los abatidos y desalentados del pueblo, los excluídos, lo cual no agrada a quienes organizan las instituciones políticas y económicas para su propio beneficio y que les convienen, sin fuerza y sin dignidad. El profeta anuncia que este personaje no será bien recibido en el ambiente del poder, como sucedió con Jesús.

El Primer Canto del Siervo de Yahvé expresa de manera más específica su tarea: "No vociferará ni alzará el tono. No partirá la caña quebrada ni apagará la mecha humeante; proclamará la justicia con lealtad. No desmayará ni se quebrará hasta implantar en la tierra el derecho... Yo, Yahvé te he llamado en nombre de la justicia, te tengo asido de la mano, te formé y te he destinado a ser alianza de un pueblo, a ser luz de las naciones" (Is. 42,2a.3-4.6). Esta tarea del Mesías consiste en abrirle camino al proyecto restaurador de la historia humana según estuvo pensada desde el corazón de Dios creador, por eso la obra que el Mesías realizará, anunciada en estos Cantos por Isaías, tiene matices sorprendentes y llenos de esperanza.

Estos textos de Isaías manifiestan su éxito esperanzador para bien de la historia humana. El Segundo Canto dice: "Y ahora, ha hablado el Señor, el que me formó desde el seno materno para que yo sea su Servidor, para hacer que Jacob vuelva a él y se le reúna Israel. Yo soy valioso a los ojos del Señor y mi Dios ha sido mi fortaleza. Él dice: «Es demasiado poco que seas mi Servidor para restaurar a las tribus de Jacob y hacer volver a los sobrevivientes de Israel; yo te destino a ser la luz de las naciones, para que llegue mi salvación hasta los confines de la tierra>>. Así habla el Señor, el redentor y el Santo de Israel, al que es despreciado, al abominado de la gente, al esclavo de los déspotas: Al verte, los reyes se pondrán de pie, los príncipes se postrarán, a causa del Señor, que es fiel, y del Santo de Israel, que te eligió" (Is. 49,5-7).

Estos textos del Siervo de Yahvé anuncian el triunfo de Cristo sobre la muerte y el cambio extraordinario que esto significa para bien de la familia humana en esta tierra. De modo que la Iglesia entiende el camino de Jesús hacia el Calvario, su crucifixión y muerte, como el medio por el cual Jesús entró de manera definitiva en su Gloria, pues ese cuerpo que fue bajado de la Cruz, para colocarlo en un sepulcro que había cerca del lugar donde lo crucificaron (Cf. Jn. 20,28-42), no sufrió corrupción alguna, sino que al tercer día, como el mismo Jesús lo había anunciado (Cf. Jn.2,18-22), resucitó de entre los muertos (Jn. 20,1-18; Lc. 24,1-8; Mc.16,1-8; Mt. 28,1-10).

La comprensión de cómo se prolonga esta fuerza transformadora de la Pascua de Jesús, tanto en el tiempo, en la sucesión de todas las etapas de la historia humana, como en el espacio, a lo largo y ancho del horizonte geográfico del planeta, no se puede abarcar sin la incorporación de quienes somos los pobladores del planeta en esta obra que Jesús vino a iniciar, de restauración del proyecto creador del mundo y del universo, como está en la mente y el corazón de Dios nuestro Padre. Dicho proyecto Jesús nos lo comunica en su Evangelio y lo sintetiza en el término Reino de Dios.

Las palabras clave para entender cómo Cristo incorpora a las mujeres y a los hombres pobladores de esta tierra en su proyecto de restauración de la historia humana, son ofrecidas por el Apóstol San Pablo en su Carta a los Romanos: "Sabemos además, que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman, de aquellos que él llamó según su designio. En efecto, a los que Dios conoció de antemano, los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que el fuera el Primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, también los llamó; y a los que llamó, también los justificó; y a los que justificó, también los glorificó" (Rm. 8,28-30). De manera muy peculiar el texto de San Pablo nos compromete a quienes nos confesamos seguidores y discípulos de Jesús, quienes recibimos su bautismo, nos alimentamos de su palabra, de su cuerpo y de su sangre, y somos signados con la fuerza del Espíritu Santo. Jesús es el primogénito de todas y todos, hermanas y hermanos suyos. Invitadas e invitados a vivir de la misma Gloria de Dios.

Todas y todos nosotros, al ser personas humanas revestidas de Cristo, tenemos poder sobre Satanás, el pecado y la muerte. Por eso Pablo dice que a los que predestino, los santificó y a los que santifico también los glorifico. Cristo cuenta con nuestra acción para que el Reino de Dios con su justicia, su paz y su amor, crezca y se instaure en la historia humana en el tiempo y lugar donde se desarrolla nuestra vida.

Cristo no solamente cuenta con quienes nos confesamos cristianos, también cuenta con las personas que luchan por los valores universales que deben caracterizar la vida humana, personal y social en todos sus aspectos. Cuando personas que no tienen nuestra fe trabajan por la convivencia entre las personas, dentro de los valores y derechos fundamentales reconocidos universalmente, ellas y ellos colaboran en la restauración del proyecto creador que emana del corazón del Padre y, por lo tanto, son obreros que construyen el mundo según lo enseña Jesús y tendrán la recompensa de los justos.

La transformación y la vida que llegan con la Pascua de Resurrección, son apreciadas por quienes comprenden el mensaje del Señor Jesús, y son éstas y estos discípulos de Jesús quienes no sólo nos llenan de esperanza, sino que nos demuestran que construir una historia diferente es posible. Como estuvimos reflexionando esta cuaresma al interior de nuestra diócesis, la violencia, la indiferencia, la exclusión, el recelo, la confrontación, la condena y otras terribles acciones que nos invaden cada vez con más fuerza y proximidad, deben dar un giro. Monseñor Oscar Arnulfo Romero "San Romero de América, pastor y mártir nuestro", a quien tenemos presente ya que hace un par de semanas el Papa Francisco ha anunciado su próxima canonización, además de ser uno de los Padres de la Iglesia Latinoamericana de mayor actualidad, es una referencia del compromiso entre la Palabra de Dios y la vida del pueblo, que implica el cambio que debemos promover en torno a la aceptación, la confianza, el diálogo, la corrección fraterna y la inclusión que se dan con la Pascua.

Ultimado a tiros hace 38 años mientras celebraba la Eucaristía, el beato Monseñor Romero afirmaba que la Iglesia encontraba su salvación identificándose con los pobres, acción que para él, era misión de la casa de Dios. Y esa casa la integramos todas y todos, tanto pastores como ovejas, los unos que debemos estar más cerca de los conflictos y temores que sufre el pueblo, y éste, que debe organizarse con urgencia para guiar el rumbo de la comunidad en general; los campesinos dicen que las ovejas siempre encuentran una salida. La claridad de Monseñor Romero es absoluta y en muchas ocasiones parafraseó a San Irineo al afirmar: "La gloria de Dios es que el pobre viva". Sus últimos años Romero estuvo decididamente junto a Cristo y los crucificados de la historia, buscando su liberación y Pascua, y soportando críticas, calumnias y persecución como el pueblo que resiste. Él decía: "En el conflicto que hay entre el Gobierno y el pueblo, yo, como pastor de Dios, debo estar con el pueblo". No temamos hacer lo mismo. Y lo pido igual a mis hermanos presbíteros, que a las y los miembros de la vida consagrada, como a personas laicas.

Tan contundente, como iluminador, cito las palabras que Romero proclamó al pueblo salvadoreño en la Pascua de 1978: "Por eso, hermanos, la Iglesia no puede ser sorda ni muda ante el clamor de millones de hombres que gritan liberación, oprimidos de mil esclavitudes; pero les dice cuál es la verdadera libertad que debe de buscarse: la que Cristo ya inauguró en esta tierra al resucitar y romper las cadenas del pecado, de la muerte y del infierno. Ser como Cristo, libres del pecado, es ser verdaderamente libres con la verdadera liberación. Y aquél que con esta fe puesta en el resucitado trabaje por un mundo más justo, reclame contra las injusticias del sistema actual, contra los atropellos de una autoridad abusiva, contra los desórdenes de los hombres explotando a los hombres, todo aquel que luche desde la resurrección del gran libertador, sólo ése es auténtico cristiano".

Que la Pascua de Resurección nos acompañe y seamos reflejo de la Vida Nueva que nace en nuestros corazones para bien de la humanidad.

Saltillo, Coahuila, México a 28 de marzo del 2018

Fr. Raúl Vera López, O.P.
Obispo de Saltillo
Volver arriba