De Pablo VI a Francisco
Pablo VI fue el primer Papa que visitó América Latina (1968), convocó e instaló la reunión de Medellín para que el episcopado le diera rostro propio según la cultura de nuestros pueblos, a las decisiones del Concilio Vaticano II, en el que prevaleció el pensamiento y las propuestas de las iglesias europeas. A dichos documentos hay que añadir los documentos estelares del Papa, relativos al diálogo dentro y fuera de la Iglesia (Ecclesiam suam 1964) y al tema de los caminos para superar la pobreza e injusticias en el mundo (Populorum progressio 1967). Dichos documentos y la ebullición social mundial de aquellos años, sirvieron de marco para las inquietudes que pululaban en comunidades cristianas de nuestros pueblos.
Medellín se convirtió en la carta de navegación según las exigencias sociopolíticas, culturales y religiosas, siendo sus protagonistas e impulsores de una presencia eclesial más viva y comprometida con los anhelos de nuestra gente, un grupo notable de obispos visionarios. De tal manera que podemos afirmar que Pablo VI está ligado de muchas formas con la realidad integral de América Latina. Una obra que me llamó la atención, escrita por un sacerdote francés, está dedicada a señalar que el magisterio del Papa Francisco hunde sus raíces en las enseñanzas y mensajes del Papa Pablo VI. En el coloquio que sostuvimos con el actual pontífice nos recalcó que su exhortación “la alegría del evangelio” está plagada de citas del Papa Montini y de Aparecida.
Francisco es el primer Papa que no intervino en el Concilio Vaticano II. En aquel entonces, Bergoglio era estudiante jesuita en Argentina y Europa. Se corrobora así lo que a lo largo de la historia ha sido una constante. Los que mayor impulso le han dado a las decisiones de los concilios ecuménicos desde Trento (s. XVI), Vaticano I (s. XIX), y ahora Vaticano II (s. XX), han sido los sacerdotes, religiosas, obispos y papas, hijos primerizos de lo que allí se trató, y con coraje y creatividad hicieron y hacen suyas las intuiciones conciliares, con una entrega y espiritualidad dignas del mayor de los reconocimientos.
El Papa Francisco escribió al inicio de su pontificado su carta programática, titulada “la alegría del evangelio”. A ella se suman las relativas a la familia (Amoris Laetitia) y al cuidado de la casa común (Laudato si). Todas ellas están llenas de referencias a los documentos conciliares y a las intervenciones de Pablo VI. A los gestos novedosos de Montini, no siempre bien recibidos por algunos, se unen los gestos y testimonios de sencillez y de denunia, palpables en Francisco, que causan escozor y hasta rechazos y descalificaciones por quienes pretenden quedarse en el inmovilismo en un mundo que cambia vertiginosamente. Vale la pena leer y rumiar este libro que explica con sensatez que muchas de las cosas que vemos como escándalos no son más que los pataleos de quienes no son fieles al evangelio sino a sus propios intereses poco santos.
Cardenal Baltazar Porras Cardozo