¡Queremos ver a Jesús!

Narra Juan en su evangelio, que un grupo de griegos peregrinos en Jerusalén para la fiesta de la Pascua se encontraron con Felipe. A este discípulo de Jesús le hicieron una petición: “Señor, quisiéramos ver a Jesús”. Felipe, en compañía de Andrés, fue a decírselo a Jesús. Este respondió diciendo que había llegado su hora. Y, añadió: “El que quiera servirme, que me siga, para que donde yo esté, esté también mi servidor”. Surgió, además, una voz proveniente del cielo para referirse a Jesús: “Lo he glorificado y volveré a glorificarlo”.

Parece extraño que en vez de decirles a Felipe y Andrés que invitara a los griegos del relato a venir a su encuentro, Jesús hizo una presentación de su Persona y de su pasión, pronta a realizarse. Si leemos con atención la intencionalidad del autor sagrado, sin duda podemos intuir que los griegos sí llegaron donde Jesús. Pero éste aprovechó la ocasión para auto-presentarse. Lo hizo indicando que ya había llegado su hora. Estos griegos llegaron en el momento preciso, cuando Jesús iba a ser glorificado, como lo expresó la voz venida de lo alto. Y les indicó cuál era la condición para estar con Él: servirle y seguirlo.

Hoy, en el mundo, hay mucha gente que quiere “ver a Jesús”: esto implica conocerle y dar el paso para creer en Él. En estos días de cuaresma se producen muchos programas de radio y televisión, películas, comentarios, análisis que se refieren a Jesús. En las redes sociales y en los medios de comunicación se habla de Jesús. A veces de una manera contraria a lo que nos presentan los evangelios y la Palabra de Dios. Hay quienes osan dar una especie de explicación científica de su Persona y doctrina, pero acaban por desvirtuar su verdadera figura. De todos modos, sea por esos medios o por las enseñanzas de la Iglesia, o por algún otro motivo, no deja de haber personas que “quieren ver a Jesús”.

Los cristianos, hoy, tenemos el deber de llevarlas donde Jesús. Para ello, con nuestro testimonio de vida y con la enseñanza que podamos ofrecerles podrán ir conociendo al Señor y, a la vez, hasta decidirse a seguirlo. Es uno de los objetivos del testimonio de vida. Gracias a la acción decidida de tantos discípulos misioneros, seguidores de Jesús, son muchos los que se van acercando a conocer y a optar por Jesucristo. Se animan a profundizar en su Palabra y a identificarse con Él por el bautismo. Incluso muchos que estaban alejados, retoman el camino de la novedad de vida, gracias a la acción de tantos cristianos.

Pero también se corre el riesgo de alejar a muchos que querían “ver” a Jesús, o que ya lo estaban viendo y conociendo, debido al mal testimonio y a los escándalos existentes entre los creyentes. ¡Cuánto mal ha hecho la serie de escándalos dentro de la Iglesia! Muchos han preferido o irse a otros pastos, o a encerrarse en sí mismos o dejar a un lado a la Iglesia y al mismo Dios. ¡Cuánto mal ha hecho el mal trato, la regañadera, las falsas exigencias de sacerdotes y agentes de pastoral! Predican el amor que no viven y así impiden la llegada a Jesús o propician el alejamiento de tantos que tenían una fe débil. ¡Cuánto mal ha hecho el no predicar del evangelio sino dedicarse a cosas profanas por parte de algunos en la Iglesia! Así no acogen a quienes buscan un rayo de luz y de misericordia, pues muestran a la Iglesia y el seguimiento de Jesús como si se tratara de una asociación profana o de un dirigente con el cual se simpatiza.

Nos corresponde la tarea de mostrar a Jesús a quienes lo andan buscando o desean conocerlo. Lo primero que hay que hacer es haber optado por el Señor: haberlo visto y creído en Él, para así tomar la decisión de seguirlo en el servicio de la caridad a los hermanos. Con ello, además de cumplir con una tarea propuesta por el mismo Jesús a sus discípulos podemos decir que somos testigos convincentes del Señor y de su Palabra.

+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal.
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