Respeto por tus hermanos

Esta semana comienzo con un dato triste que afecta a muchas familias. La mortalidad por accidentes de tráfico aumentó cerca de un 8% durante el año 2017; un total de 248 personas perdieron la vida en Cataluña. Detrás de cada víctima hay una familia rota, unos padres o unos hijos que sufren, una amistad desgarrada y, en definitiva, mucho dolor.

La mayoría de siniestros se producen durante las vacaciones, cuando las carreteras se llenan de vehículos. Ahora que empieza el verano, tendríamos que ser más cívicos que nunca cuando vamos en coche, respetando las normas de tráfico y conduciendo con prudencia y con solidaridad respecto a los demás conductores.

Esta es la finalidad de la Jornada de Responsabilidad en el Tráfico que promueve la Iglesia católica el primer domingo de julio, en la proximidad de la fiesta de San Cristóbal, patrón de los automovilistas, que celebramos el próximo día 10. El lema elegido este año está inspirado en la frase final del Evangelio de San Mateo que Jesús resucitado dirige a sus discípulos en Galilea, antes de volver al Padre: «Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mt 28, 20). Esta afirmación nos tiene que llenar de confianza y de paz. Él está con nosotros cada día. Él también está con nosotros en nuestros viajes. Por eso os invito a iniciar cualquier desplazamiento con una oración y a hacer una acción de gracias al llegar a vuestro destino.

Este año el departamento de Pastoral de la Carretera, de la Comisión Episcopal de Migraciones de la Conferencia Episcopal Española, celebra 50 años. Durante este tiempo, nos ha ayudado a tomar conciencia de la responsabilidad que tenemos cuando conducimos, para que lo hagamos con la máxima prudencia y pensando en los demás.

La mayoría de accidentes de circulación se deben a errores humanos: manipulación del móvil, velocidad excesiva, adelantamientos prohibidos, incumplimiento de las señales de tráfico, falta de descanso, consumo de alcohol, consumo de drogas, etc. No hay duda que conducir mal, imprudentemente o en malas condiciones físicas es una patente de homicida o de suicida.

Es evidente que cuando conducimos no lo hacemos solos. Lo hacemos a la vez que otros conductores. Somos, pues, responsables de nuestra vida y también de la de los demás. Tanto nuestra vida como la del prójimo pertenecen a Dios. Por eso, conducir bien y con respeto es un deber cívico y de amor.

La vida y la salud son bienes preciosos confiados por Dios. El Catecismo de la Iglesia Católica (n. 2290), cuando habla del respeto a la vida corporal, afirma que «quienes en estado de embriaguez, o por afición inmoderada de velocidad, ponen en peligro la seguridad de los demás y la suya propia en las carreteras, en el mar o en el aire, se hacen gravemente culpables».

Es bueno que invoquemos la protección de san Cristóbal, pero a la vez conviene que seamos conductores (¡y peatones!) responsables y prudentes. Hacer camino con Jesús nos lleva a respetarnos y querernos como hermanos.

† Cardenal Juan José Omella
Arzobispo de Barcelona
Volver arriba