Testigo de la justicia y del amor de Dios

a historia de la iglesia latinoamericana está marcada por el sello de muchos que dieron su vida, su saber y su fe, por el bien de los desposeídos y marginados de todos los tiempos. Hay quienes se solazan en presentar los puntos negativos de la institución, -que los hubo y los hay-, pero sin duda son mucho más las luminarias que han acompañado hasta con sus vidas la causa de los más débiles y excluidos.

En fecha reciente el Papa Francisco declaró beato y mártir al arzobispo de San Salvador Oscar Arnulfo Romero. Le tocó estar al frente de la arquidiócesis salvadoreña en los crueles años de una dictadura y una guerrilla que cegaron la vida a miles de personas, la mayor parte gente humilde y sencilla que solo reclamaba el derecho a vivir humanamente. Junto a él, en este último medio siglo posterior al concilio Vaticano II (1962-1965), son numerosas las figuras episcopales sensibles a la opción preferencial por los pobres.

Manuel Larraín de Chile, Helder Cámara y Luciano Mendes de Almeida de Brasil, el Tata Obispo Leonidas Proaño de Río Bamba Ecuador, Julio Terrazas cardenal boliviano fallecido recientemente, Marcos Mc Grath en Panamá, Enrique Pérez Serantes intrépido arzobispo de Santiago de Cuba, Jesús Emilio Jaramillo en Arauca Colombia, beatificado en su viaje a Colombia por el Papa Francisco. Críspulo Benítez Fonturvel y Mariano Parra León en Venezuela. Y en Argentina el cardenal Eduardo Pironio y Mons. Angelelli, ambos en proceso de beatificación…Y bastantes más que se escapan a mi memoria en esta crónica viajera.

Participando en el centenario del nacimiento de Mons Romero, los 50 años de la promulgación de la encíclica Populorum Progressio y la asamblea latinoamericana de Caritas, obsequié a los obispos asistentes de las veintidós conferencias episcopales del subcontinente, las biografías de Mons. Salvador Montes de Oca y de Mons. Miguel Antonio Salas, ambos en proceso de elevación a los altares por el testimonio heroico de las virtudes humanas y cristianas distintivas de todo buen bautizado. Uno de los participantes, Mons. Carlos José Tisssera, Obispo de Quilmes, Argentina, puso en mis manos dos lindos folletos del primer obispo de esa diócesis austral, también en inicio de su causa de santidad.

Se trata de Mons. Jorge Novak (1928-2001), cuyo nombre me resultaba familiar por haberlo oído nombrar en diversas ocasiones, pero de quien desconocía su vida y trayectoria. Verdadero modelo de obispo del Vaticano II. De origen humilde, hijo de emigrantes alemanes que encontraron cobijo en Argentina, aprendió en su hogar el sentido del duro trabajo, de las limitaciones de la pobreza, pero a la vez, la reciedumbre de la fe de sus padres Ingresó muy joven al noviciado de los Padres del Verbo Divino, en su natal Argentina, descolló en los estudios y fue enviado a Roma a doctorarse en historia eclesiástica en la Pontificia Universidad Gregoriana.

Formador, profesor, superior y provincial de su congregación, el Papa Pablo Vi lo nombre obispo fundador de la diócesis de Quilmes. Corría el año de 1976 y arreciaba la férrea y absurda dictadura militar que privó a la población de las libertades más elementales, y cegó la vida de miles de personas. Desde los inicios de su pontificado, el clamor de las madres y familiares de los desaparecidos, lo llevó a hacer suya la causa que agobiaba a tantos. La opción preferencial por los pobres, la misión evangelizadora, la defensa de los derechos humanos y el trabajo por la unidad de los cristianos, fueron los ejes de su ministerio episcopal. Su voz resonó en medio de aquella dictadura con firmeza, sin estridencias, pero señalando el camino correcto a propios y extraños.

Su vida se caracterizó por una gran austeridad, sobrio en gustos y necesidades. El síndrome de Guillain Barré que contrajo en Costa Rica en 1984, limitó su actividad, purificó su alma que no abandonó su total entrega. El ejemplo que dio en su enfermedad fue prueba de su gran fe, esperanza y tenacidad, reconociendo que esa limitación la asumía como una gracia extraordinaria.

Para su querida diócesis de Quilmes, y desde allí para toda América Latina, este pastor de las periferias de la historia, es una bocanada de aire fresco, de alegría evangélica, norte a seguir para las generaciones actuales. Gracias a Dios por tener testigos cercanos que nos animan a seguir sus huellas.

Cardenal Baltazar Porras Cardozo, arzobispo de Mérida (Venezuela)
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