Testigos de Jesús

Este domingo celebramos en la basílica de la Sagrada Familia la ordenación de cuatro sacerdotes de la archidiócesis de Barcelona. Damos gracias a Dios por habernos regalado estos cuatro nuevos sacerdotes. Sin sacerdotes, la Iglesia no podría vivir la misión fundamental recibida del Señor.

Quisiera expresar también mi agradecimiento a estos cuatro jóvenes que han respondido generosamente a la llamada de Dios. Mn. Pere Alavedra, Mn. Iñaki Marro, Mn. Alberto Moreno-Palancas y Mn. Josep Roca son jóvenes con estudios universitarios civiles -Mn. Josep los acabó durante el tiempo de seminario-, y algunos de ellos tienen también experiencia laboral. Hace unos siete años dijeron sí a la llamada del Señor a seguirlo en el camino del sacerdocio y entraron en el Seminario. Esta experiencia humana previa ha sido una base sólida antes de iniciar su preparación para el ministerio presbiteral.

Hoy parece que la figura del sacerdote no tiene tanta relevancia social como tenía años atrás. Sin embargo, a la luz de la fe, la grandeza de la vocación sacerdotal sigue siendo la misma. La grandeza del sacerdocio ministerial no proviene del reconocimiento social, sino del don de Dios, que transforma al hombre en otro Cristo y lo convierte en un signo de su presencia en medio del mundo. El ministerio ordenado es indispensable para la Iglesia. Y, aunque hagan falta más sacerdotes, sobre todo en los países europeos, debemos tener la certeza y confianza que Dios sigue llamando a hombres que, como testigos de Jesucristo, se consagran totalmente a Dios en la celebración de los sacramentos, en la atención a los más pobres y en la predicación del Evangelio, manteniendo viva la llama de la fe en las comunidades cristianas.

Una auténtica y eficaz pastoral vocacional debe contar con el apoyo de las familias cristianas. La familia cristiana siempre ha sido, es y debe ser la cuna de las vocaciones. Aprovecho la ocasión para felicitar a las familias de estos cuatro nuevos sacerdotes. Gracias por su acompañamiento y su oración por ellos. El Concilio Vaticano II nos recuerda que las familias, animadas por un espíritu de fe, de caridad y de piedad, sois una especie de primer seminario. Por ello, si trabajamos pastoralmente en bien de la familia, estamos preparando la tierra para que la semilla de una posible vocación al sacerdocio, plantada por Dios en nuestros hijos, pueda germinar.

En la pastoral vocacional es necesario que todos colaboremos. Las familias acompañando a sus hijos al encuentro personal con Jesucristo. La Iglesia ayudando a las familias en su misión. Y los ministros ordenados (diáconos, presbíteros y obispos), con nuestro testimonio de autenticidad, de amor y agradecimiento por la vocación recibida, desvelando en los jóvenes llamados por Dios el deseo profundo de ser un día como nosotros. Es necesaria la colaboración y la oración de todos (familias, laicos, ministros ordenados, religiosos y religiosas) para que la acción pastoral vocacional disponga el corazón de los jóvenes para acoger la vocación recibida.

Los sacerdotes de hoy debemos conocer la realidad de nuestra sociedad, sus desafíos y sus retos, a fin de encontrar nuevas maneras de presentar a Jesús y su Evangelio a los hombres y las mujeres de nuestro tiempo. Nosotros os necesitamos, a los laicos, para poder llevar a cabo con firmeza, fidelidad y alegría la misión que nos ha sido confiada. No nos dejéis solos.


† Cardenal Juan José Omella
Arzobispo de Barcelona
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