Los ateos hoy
Un día pregunté yo: Abuelo, ¿dónde está Dios?
Mi abuelo se puso triste y nada me respondió.
Mi abuelo murió en los campos, sin rezo ni confesión
y lo enterraron los indios, flauta de caña y tambor.
Al tiempo pregunte yo padre, ¿qué sabes de Dios?
Mi padre se puso serio y nada me respondió.
Mi padre murió en la mina sin doctor ni protección.
Mi hermano vive en los montes y no conoce una flor:
Sudor malaria, serpientes, la vida del leñador.
Y que nadie le pregunte si sabe dónde está Dios.
Por su casa no ha pasado tan importante señor.
Yo canto por los caminos y cuando estoy en prisión
oigo las voces del pueblo que canta mejor que yo.
Hay un asunto en la tierra más importante que Dios
Y es que nadie escupa sangre para que otro viva mejor.
¿Qué Dios vela por los pobres? Tal vez si y tal vez no.
Pero seguro que almuerza en la mesa del patrón.
Las preguntas desgarradoras, los gritos desesperados de Atahualpa Yupanqui es la aplicación clara y sin rodeos del dicho del Evangelio: “No podéis servir a Dios y al dinero" (Mt.6, 24).
Por lo tanto, enriquecerse algunos a costa del sufrimiento de otros, como dice Yupanqui, quiere decir dos cosas para ellos su fe, su "dios" es el dinero. Y por otra parte, es la declaración más descarnada y cruel del ateísmo más evidente. Mientras unos pocos se enriquecen escandalosamente, la mayoría sufren la máxima pobreza y exclusión. Es ese ateísmo voraz que le hace gritar: “que nadie escupa sangre para que otro viva mejor". Eso es lo que producen tantas estructuras injustas de pecado en la sociedad. El mayor escándalo es que los ricos insolidarios no realicen la conversión a la justicia social para que todo pobre tenga lo suficiente para vivir con dignidad.
Tanto sufrimiento se podía evitar si nuestro si nuestro "dios" no fuese el dinero. Con todo, el dolor, el sufrimiento, existe y acompaña la condición humana. Jesús desde la cruz, sin duda, gritaba sumido en el desamparo, en la oscuridad, en la soledad, al despedirse de este mundo. Jesús seguía buscando a Dios cuando estaba al límite de sus fuerzas, al final de su vida. Ahí podemos encontrar sentido a la vida cuando hemos practicado la justicia, como Jesús.
Y concluyó con José Maria Castillo, “No hay derecho. ¡Basta ya! ¿Hasta cuándo tendremos que estar danzando en esta macabra danza de los ateos, cuyo ateísmo no es una cuestión de ideas o argumentos, sino el festín de la codicia que se alimenta y se mantiene con el dolor, la vergüenza y la muerte de los más desgraciados?
Nicolás Castellanos Franco osa