La 'autosuficiencia' de la fe

Si la fe es auténtica siempre tendrá la característica de la humildad y sencillez: apertura de mente y corazón de quien la recibe y la pone en práctica de manera testimonial. Por eso, puede resultar incómodo hablar de la “autosuficiencia” de la fe. Queremos referir esta expresión más bien a quienes, en nombre de una fe que no se hace vida, se quedan en los planteamientos teóricos de la misma, en las seguridades exclusivas de preceptos y en opiniones que no aceptan las propuestas de la Verdad Evangélica. Fue lo que le pasó a los fariseos en muchas ocasiones al confrontarse con Jesús. Es la actitud que vemos contrastada en la parábola del fariseo y el publicano. Aquél rechazaba al pobre publicano porque se anclaba en las seguridades de su fe y en el cumplimiento externo de los preceptos rituales: “Yo no soy como ese publicano…” En cambio, éste, con toda humildad, abría su corazón a Dios en la oración para reconocer su pequeñez. No era ni autosuficiente ni se creía más que los demás.

La “autosuficiencia” de la fe supone y encierra la cerrazón de espíritu. Es creer que se es más que los demás, es pensar que sólo si se cumple –por cumplir- ya se está salvado. No quiere nada de riesgos ni de opiniones nacidas de la Palabra de Dios: lo que cuenta es la forma con que se `piensa y las opiniones propias de tipo religioso son las que se quieren imponer. Quien tiene la “autosuficiencia de la fe” no es capaz ni de escuchar ni de entender la Palabra del Maestro. Fue lo que aconteció con Jesús al final del discurso del pan de vida. El Señor lo sabía: sus palabras que eran de vida no eran totalmente aceptadas. Los que habían escuchado el discurso y la nueva propuesta de Jesús, en vez de arriesgarse a descubrir su sentido profundo y a caminar por las nuevas sendas que Él ofrecía, se encerraron en sus posturas. Nada puede cambiar. Por eso, el evangelista Juan refiere el hecho con las siguientes palabras: “Al oír sus palabras, muchos discípulos de Jesús dijeron: Este modo de hablar es intolerable. ¿Quién puede admitir esto?”.

Jesús mismo los enfrenta y los desafía “¿Esto los escandaliza? ¿Qué sería si vieran al Hijo del Hombre subir donde estaba antes? El Espíritu es quien da la vida; la carne para nada aprovecha”. La reacción fue clara: “Desde entonces, muchos de sus discípulos se echaron para atrás y ya no querían andar con él”. Esto mismo acontece con no pocos creyentes que se han encerrado en posturas contrarias al Evangelio; o ante, también, nuevas propuestas camufladas de modernidad y hasta justificadas como si se tratara de “nuevos derechos humanos”. Es la postura de quien sólo vive anclado en sus propias seguridades. Creen tener la razón y hasta se atreven a corregir al mismo Jesús, o a rechazar lo que el Evangelio proclama escondiéndose en artimañas de carácter filosófico.

¿Cuál debe ser la actitud? Cuando Jesús se siente desolado por la reacción de algunos de sus seguidores, se dirige a Pedro y los compañeros: “¿También ustedes quieren dejarme?” Pero la sencillez y humildad de los más cercanos discípulos, les permitió arriesgarse a dar la respuesta correcta: “¿A quién iremos, si sólo Tú tienes palabras de vida eterna?”. En esa respuesta-interrogante se siente la verdadera actitud de quien tiene fe auténtica: la humildad y la apertura de corazón para reconocer que sólo el Señor tiene las verdaderas palabras de vida. Por eso, aún en medio de las dificultades, ellos seguirán… luego de la Resurrección y con la fuerza de Pentecostés, van a adquirir la audacia del testimonio de fe.

Hoy nos seguimos encontrando a muchos que se han venido encerrando en las posturas de dureza de corazón y de cerviz. No se arriesgan a ver enn las palabras de Jesús y en la enseñanza de la Iglesia los caminos hacia la plenitud. Es más fácil quedarse en la orilla del mar y no ir a pescar en las profundidades del mismo. Es la actitud de prepotencia que se manifiesta de muchas maneras: “A mí que no me cambien las costumbres, o las directrices… A mí que no me vengan con las adecuadas interpretaciones de la catequesis… a mí que no me pidan seguir yendo a misa los domingos…yo creo a mi manera… yo no soy como los demás…. Yo ni robo ni mato, pero estoy con Dios… yo me confieso directamente con Dios….” La prepotencia que hace ver a muchos que son mejores que los demás y no son capaces de perdonar o promover la reconciliación.

Contra la “autosuficiencia” de la fe sólo hay un remedio, muy bien expresado en la interrogante-respuesta de Pedro: “¿A quién iremos, Señor, si sólo Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros creemos y sabemos que eres el Santo de Dios?”


+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal.
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