Para dar fruto abundante

La alegoría de la vid y los sarmientos, propuesta por Jesús, en el marco de la Última Cena, es una invitación a dos cosas importantes: a permanecer unidos a Él y a dar fruto abundante. El evangelista Juan relata, al presentar dicha alegoría, cómo la vid produce los sarmientos. Éstos no pueden crecer ni madurar si no están unidos y nutridos por la vid. Este ejemplo le sirve al Maestro para hablar de la necesaria y estrecha comunión que ha de existir entre sus discípulos y Él. Sólo así, ellos podrán dar fruto abundante: YO SOY LA VID Y USTEDES LOS SARMIENTOS, QUIEN PERMANECE EN MI Y YO EN EL, ESE DA FRUTO ABUNDANTE.

Esta enseñanza, ofrecida ya antes de la Pasión, no sólo es una invitación a los discípulos, sino una seria advertencia para ellos: están llamados a dar fruto, pero esto exige la comunión con Él. Quien no permanece unido a Él será echado fuera. Para los discípulos que van a experimentar la tragedia de la Pasión y luego el gozo de la Resurrección, esta enseñanza conlleva un desafío que ser vivido, sobre todo, luego de la Ascensión. Entonces podrán pedir al Padre lo que necesiten y les será concedido, pues permanecen unidos a Él.

Es necesario tener muy en cuenta la gran conclusión de esta alegoría: el creyente en Cristo, si lo es auténticamente, debe ser una persona que permanezca de manera permanente unido a Él; en comunión con Él. Entonces producirá el fruto abundante. Este fruto es la salvación que recibe del mismo Señor y que influirá en la conducta y testimonio del mismo creyente. En este sentido, la comunión, simbolizada en la unión de la vid y los sarmientos, no puede reducirse a un mero acto intelectual o a una que otra manifestación religiosa. Va mucho más allá, pues se trata de una opción de vida pedida por el mismo Señor que alimenta la vida del creyente. Entonces, no sólo podrá mantenerse en vida, sino que producirá el fruto requerido. La salvación, que es como la savia de la vid transmitida a los sarmientos, se expresa en la santidad del creyente. Es lógico, pues está recibiendo del gran Santo la santidad que orienta toda su existencia, como creyente.

Todo bautizado, cualquiera que sea su condición y responsabilidad dentro de la Iglesia, está llamado a ser santo. Para serlo recibe la gracia del mismo Dios. Y esa santidad se nutre en el encuentro continuo y vivo con su Señor. Aún con las deficiencias que pueda tener, el creyente en su vida cotidiana ha de vivir santamente. Así manifiesta de manera testimonial la unión con Cristo y la santidad a la que ha sido llamado. Dará fruto abundante, pues todo lo que haga lo hará en el nombre del Señor y lo hará impulsado por la fuerza del amor de Dios mismo presente en él.

Una de las exigencias de esta enseñanza es la urgencia que se le presenta al creyente de permanecer siempre unido al Señor. Ser cristiano no es sólo decirlo, sino darlo a conocer, precisamente con los frutos en abundancia que va produciendo. Por eso, los cristianos mediocres, los que no se terminan de arriesgar a estar en comunión con Cristo, no darán fruto abundante. Su sarmiento será débil y casi listo para caerse de la vid. La mediocridad hace que la vida del creyente no dé fruto, aunque pueda tener la apariencia de santidad.

Peor sucederá con quienes de una manera radical optan por la oscuridad y por la muerte. El Papa Francisco advierte que hay quienes pueden caer en este campo: quien se dedica a la corrupción como estilo de vida. Aparenta tener mucho poder y muchas cosas y en el fondo termina siendo un “anti-sarmiento”, porque desde hace tiempo rompió la comunión con el señor. El pecador puede convertirse. Al corrupto le cuesta mucho más, porque se ha olvidado de la vid y se ha convertido en su propio dios o ídolo. Y hay corruptos de muchos tipos: no hay que pensar sólo en los de la política. Los hay de toda clase en la sociedad: sencillamente son quienes prefieren realizar obras de oscuridad y creerse que ellos son la vid que produce sus sarmientos.

El evangelista Juan concluye la alegoría presentada por el Maestro con un indicativo muy directo: quien permanece unido al Señor da gloria a Dios Padre. Y, por dar fruto abundante, dice Jesús: USTEDES ASI SERÁN MIS DISCIPULOS. Es un desafío para todos y cada uno de nosotros.


+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal.
Volver arriba