Ser un don para los demás

Los tres senderos que nos propone la Iglesia durante la Cuaresma para adentrarnos en el misterio pascual son: la oración, el ayuno y la limosna. En domingos anteriores os he escrito sobre la oración y el ayuno. Me gustaría ahora deciros unas palabras sobre la limosna: ser un don para los demás.

Limosna es caridad. Y vivir en la caridad es vivir el mandato del Señor: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado» (Jn 13, 34). Hoy os propongo la lectura de este relato que leí hace un tiempo y que creo que nos puede ayudar a mirar nuestra vida bajo la mirada atenta y amorosa de Dios.

«Una mujer alemana va a mediodía a almorzar a un autoservicio. Toma un plato de sopa y se dirige a una de esas mesas en las que se come de pie. Deja el plato y cuelga el bolso debajo de la mesa. Entonces cae en la cuenta de que ha olvidado la cuchara. Vuelve, pues, al mostrador, toma una cuchara y, de paso, una servilleta, que también ha olvidado. Regresa a su mesa y ve con gran sorpresa que un hombre se está comiendo su sopa. No es alemán, no es rubio ni tiene los ojos azules, sino moreno, quizá italiano, griego o tal vez turco. Al momento se pone de manifiesto que el hombre no habla alemán, por lo que la mujer no puede entenderse con él. ¡Pero se está comiendo su sopa! En un primer momento, la mujer permanece atónita, incapaz de pronunciar palabra. ¡Esto es inconcebible! La mujer está furiosa. Pero al cabo de diez segundos ya se ha dominado y se ha puesto a pensar: “Este hombre es realmente un desvergonzado, pero yo también”. Con la cuchara en la mano, la mujer se dirige al otro lado de la mesa y empieza a comer del mismo plato. Alguien pensará que en este momento el desconocido se va a disculpar. ¡Ni mucho menos! Sigue comiendo tranquilamente y sonríe -ésta es su arma; sonríe y se muestra amable, pero no afectado. Y ahora viene lo más grande: le da a ella la mitad de su salchicha. Así termina la comida en común. Al final, él le da la mano, y ella, que mientras tanto se ha calmado, se la estrecha.

»El hombre se va, y ella se dispone a recoger su bolso, pero ha desaparecido. Desde el primer momento se lo había imaginado: este individuo es un maleante, un caradura y un ladrón; y además le ha robado el bolso. La mujer corre hacia la puerta, pero él se ha esfumado. La cosa parece realmente grave, pues en el bolso tiene el carné de conducir, dinero, la tarjeta de crédito, etcétera. Todo ha desaparecido. Al cabo de un rato, la mujer repasa la escena. En la mesa contigua hay un plato de sopa. Ahora está fría. ¡Debajo de ella cuelga su bolso! No se le había pasado en ningún momento por la imaginación que era ella, y no él, quien se había equivocado. Sencillamente no se le había ocurrido». (Piet van Breemen, Lo que importa es el Amor, Sal Terrae, 1999, pág. 110)

¿No nos pasan habitualmente algunas situaciones parecidas a la escena descrita? Vale la pena reírnos un rato de nosotros mismos. Vale la pena reconocer que somos limitados. La limosna parte de un reconocerse frágil y limitado. Y es este reconocimiento de nuestra miseria el que nos acerca a la necesidad del otro y hace posible una auténtica limosna.

Os invito a regalar una mirada libre de prejuicios al que se acerca a nosotros; a percibir al prójimo no como una amenaza y un rival, sino como una oportunidad de encuentro. La limosna, hecha con amor, humaniza a quien la da y a quien la recibe. Y no olvidemos que lo más grande que podemos dar es a nosotros mismos, nuestro tiempo.

En Jesús hallamos un ejemplo perfecto de cómo vivir el amor, la caridad: en Él todo es don, limosna de sí, entrega generosa:

Nos ha entregado el amor del Padre. Nos ha hecho hijos en Él. Todo lo que le ha revelado el Padre nos lo ha dado a conocer ( Jn 15, 16). Nos ha dado a su propio Padre y a su propia madre, la Virgen María.
Nos ha entregado sin medida su Espíritu Santo, no excluye a nadie de su amistad: “Ya no os llamo siervos: a vosotros os llamo amigos” (Jn 15, 15).
Nos entrega siempre el perdón sin humillarnos, lo excusa todo: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34).
Ha dado su vida por nosotros.

Queridos hermanos, ojalá esta Cuaresma sea oportunidad para avanzar en el camino de imitación de Cristo.

† Cardenal Juan José Omella
Arzobispo de Barcelona
Volver arriba