La economía, al servicio del hombre

Como ocurre con todas las profesiones, también se hacen chistes de los economistas, como el que dice: «Hay tres clases de economistas: los que saben sumar y los que no saben.» Los economistas deben soportar la carga de equivocarse en sus previsiones económicas, pero no habría que criticarles por ello, porque todos sin excepción nos manejamos en el mundo de la economía, desde un gran o pequeño empresario hasta la familia que cuenta sus ingresos y gastos para ver si puede llegar a fin de mes.

Se cuenta que Dalí sabía sacar provecho de sus dotes artísticas del modo más insospechado. Cuando salía a cenar, a la hora de abonar la cuenta al restaurante sacaba su cheque, escribía el montante, pero en el reverso hacía un dibujo y lo firmaba, asegurándose así de que el dueño preferiría guardarlo y enmarcarlo antes que entregarlo al banco.

Consideremos pues que hay excepciones, pero lo habitual es que nos manejemos con los conceptos básicos económicos como los ingresos, los gastos, los ahorros, impuestos, las inversiones, pérdidas y ganancias.

Nada de esto está reñido con el Evangelio. Los cristianos no vivimos del aire y hemos de estar familiarizados con las ideas elementales de la economía. Jesucristo no rechazó que alguien hiciera fructificar sus talentos, sino al contrario; ni condenó pagar impuestos o prestar dinero. Sí que condenó la avaricia, la usura, el almacenar bienes con el exclusivo afán de pasarlo bien, la injusticia y todas las demás desviaciones de un uso correcto del dinero.

La Doctrina Social de la Iglesia acepta «la propiedad individual lograda mediante el trabajo y el uso de su inteligencia y libertad» (Juan Pablo II); la actividad económica en la que predominen relaciones auténticamente humanas, de sociabilidad, solidaridad y reciprocidad (Benedicto XVI) y evitando «la adoración del antiguo becerro de oro, que ha encontrado su versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin rostro» (Francisco).

La economía ha de estar al servicio del hombre, no al revés. Por ejemplo, el «trabajo por objetivos» puede ser una fórmula de estímulo del trabajador siempre que no le lleve a decir medias verdades a los clientes o a caer en la ansiedad personal para lograr lo propuesto.

Como en tantos campos, no hay reglas fijas, pero sí un sustrato moral que debe impregnar las decisiones, dando prioridad en cada caso a la conciencia y al deber de solidaridad con los más necesitados.


† Jaume Pujol Balcells
Arzobispo metropolitano de Tarragona y primado
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