¿Desde dónde intuimos a Dios?
Ante el misterio de Dios, ponerse a hablar es hablar de lo que no conocemos. El ser de Dios no está en nuestro alcance. Por la fe podemos afirmar que siendo un solo Dios verdadero, sin embargo en Él hay tres personas. Pero ¿la fe puede decirnos a los humanos lo que es Dios en sí mismo?
La mente humana no puede tener acceso a lo que le trasciende, a lo que está fuera del ámbito del conocimiento. Si Dios es Dios, eso significa que Dios está por encima de lo humano. ¿Cómo podemos decir que en Dios hay tres personas, si sabemos que el concepto persona es una elaboración humana? ¿Qué podemos decir de Dios? ¿Qué podemos pensar? “Representamos” a Dios de acuerdo con lo que nos enseña la fe, que habla que en Dios hay tres personas realmente distintas y sin embargo son un mismo y único Dios.
El tema es vital, si no queremos caer en el peligro de deformar a Dios. ¿Desde qué lugar, con más objetividad, podemos comprender a Dios?
El camino correcto es Jesús, por ser la imagen visible del Dios invisible (Co. 1, 15). Según el Evangelio de San Juan (1, 18), Jesús es el que mejor conoce a Dios y nos lo dio a conocer. Jesús llega a decir quien me ve a mí, ve al Padre (Jn. 14, 9). Los dichos y los hechos de Jesús, nos revelan quién es Dios, cómo es Dios y lo que quiere para nosotros.
Y se pregunta José María Castillo, profeta y teólogo lucido e incomprendido: “¿Desde dónde realizó Jesús esta tarea y cumplió su misión? Jesús que nació en un establo, murió en una cruz, Jesús se situó en la marginalidad del sistema. Y desde ahí comprendió correctamente a Dios y reveló correctamente a Dios. Desde el lugar teológico de los pobres, pecadores, leprosos, miserables, y vagabundos de los caminos se nos revela a Dios” (Mt. 22,10).
La misión hoy, tanto en el mundo secularizado del NORTE, como en el empobrecido del SUR, despierta la necesidad de Dios y la capacidad de movernos ante las necesidades del otro, y provoca el compromiso transformador de aquellas realidades que no son “buena noticia” para todos, para los pobres.
Como desea Aparecida la vida a nuestros pueblos no llega con repetición de palabras, costumbres, doctrinas, rutinas cristianas, sino siendo críticos, despertando la conciencia y poniendo en acción el ejercicio de la solidaridad, siendo capaces de indignarnos ante la negación de la vida, en los desahucios…, o la ausencia de la “Buena Noticia”.
El referente es Jesús; no queda otra que mirar a Jesús que no se identifica con los grupos de poder, sino con las víctimas. Jesús es la víctima, que sufre con las víctimas. Pero no se queda en el victimismo. Y precisamente por ser solidario el sufrimiento le hace fecundo, fuente de vida y expresión del Espíritu Santo.