Una nueva economía es posible

Cuando hace unos meses un periodista preguntó al cardenal Luis F. Ladaria cómo se sentía ocupando la responsabilidad de prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, cargo que había ocupado el cardenal Ratzinger, el jesuita mallorquín respondió que él sólo era «un modesto profesor de la Universidad Gregoriana, mientras que el cardenal Ratzinger era el autor de un cuerpo doctrinal y teológico mundialmente reconocido».

Pues bien, este «modesto profesor» -que, por cierto, pronunció una profunda lección de teología en el acto del 50 aniversario de la Facultad de Teología de Cataluña- ha tenido el coraje de atreverse no sólo a denunciar las injusticias financieras que provocaron la última crisis económica y que tanto daño ha causado y sigue causando a tanta gente; sino también a ofrecer algunas medidas de regulación del sistema financiero que promuevan un mayor bienestar a todos los ciudadanos y ciudadanas del mundo.

En efecto, el pasado día 17 de mayo de 2018 el cardenal Luis F. Ladaria y el cardenal Peter Turkson, prefecto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, presentaban a los medios de comunicación un documento de la Iglesia que lleva por título: «Oeconomicae et pecuniariae quaestiones. Consideraciones para un discernimiento ético sobre algunos aspectos del actual sistema económico-financiero». Este documento es la propuesta de la Iglesia para una nueva economía financiera que redunde en beneficio de todos y no sólo de unos pocos.

Precisamente, unos días después, salía a la luz un informe del Banco de España, «La desigualdad de la renta, el consumo y la riqueza en España», en el que se aborda cómo ha afectado la crisis económica a la renta y a la riqueza de las familias. Dicho informe concluye que la desigualdad creció de manera significativa durante la crisis, de manera que el 10% de los españoles más ricos han pasado de acumular el 44% de la riqueza a acumular el 53%.

Este no es un hecho exclusivo de España sino que el tema de la desigualdad tiene una dimensión mundial. El documento pontificio identifica las causas que han conducido a esta situación y muestra algunos aspectos del sistema financiero que siguen acentuando la desigualdad. Afortunadamente, no se queda en la denuncia, sino que propone algunas medidas de política fiscal y financiera que hagan posible la corrección de este creciente desequilibrio.

Para la Iglesia, es un deber clamar por una ética de los intercambios económicos y financieros, porque en ellos se juega la suerte no sólo de los más pobres, sino también de las clases medias. La Iglesia no puede nunca olvidarse de ellos, máxime teniendo en cuenta que son la gran mayoría de la población mundial. El documento reconoce que «el bienestar económico global ha aumentado en la segunda mitad del siglo XX en medidas y rapidez nunca antes experimentadas, pero al mismo tiempo han aumentado las desigualdades entre los distintos países y dentro de ellos. El número de personas que viven en pobreza extrema sigue siendo enorme».

Por todo ello, la Iglesia se atreve a proponer «una ética de ciertos aspectos de la intermediación financiera, porque esta, desvinculada de los fundamentos antropológicos y morales apropiados, no solo ha producido injusticias y abusos evidentes, sino que se ha demostrado también capaz de crear crisis sistémicas en todo el mundo».

Queridos hermanos y hermanas, ruego a Dios que este documento pontificio capte el interés de los agentes económicos, políticos y sociales que inciden en la marcha de la economía mundial. Que su lectura atenta lleve a un debate a nivel mundial que se concrete en la toma de decisiones que aseguren una digna y honrada distribución de la riqueza que evite el sufrimiento de tantas personas y los posibles conflictos sociales que dicha situación pueda provocar.

† Cardenal Juan José Omella
Arzobispo de Barcelona
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