La opción preferencial por los pobres hoy, en Venezuela
Esto nos lleva a tomar conciencia de lo que debemos hacer. Ningún cristiano puede auto-eximirse de la opción preferencial por los pobres y excluidos. Hay un hecho que sustenta esto: somos hijos de Dios y, por ende, somos hermanos los unos de los otros. No significa esto caer en populismos ni en errados asistencialismos. La preocupación de quien hace esta opción –es decir, de todo cristiano- es reflejar en el hermano necesitado el rostro de Cristo; por tanto, se trata de llenarlo de la dignidad que le pertenece por ser imagen y semejanza de Dios. Lamentablemente existen muchas personas que reducen la opción preferencial por los pobres a una limosna o a una que otra acción de caridad; esto sin contar a quienes ni se preocupan o se muestran indiferentes ante el prójimo. Aquí se incluyen los que siguen sosteniendo que la pobreza es un hecho debido a las estructuras de la sociedad o que los pobres son pobres por su culpa. Se lavan las manos. Pero quien cree en Cristo busca hacer de verdad que sus hermanos, desde los que más tienen hasta los menos pudientes, sean considerados y lleguen a sentirse de verdad hijos de Dios. Y no hay excusa para nadie.
Tampoco la opción preferencial por los pobres se hace a ratos o se reduce a asociaciones y fundaciones que pueden dedicarse a algunos aspectos de la pastoral social o de la praxis de la caridad. No hay que fundar una asociación de cristianos para realizar dicha opción, como si se tratara de algo extraordinario. Toda instancia eclesial, por centrarse en Cristo, está llamada a ponerla en práctica. No se necesita crear asociaciones para demostrar que un grupito reducido de hombres y mujeres cristianos son los que de verdad ponen en práctica esta opción preferencial.
Tampoco puede dársele una connotación político-partidista: como si un grupo de determinada ideología o praxis política son quienes pueden y deben hablar de esa opción preferencial por los pobres. Todo cristiano y toda institución donde haya cristianos deben mostrar esta opción que constituye parte de su vocación de discípulos misioneros de Cristo. Y deben hacerlo, viviendo el espíritu de la bienaventuranza que habla de los pobres de espíritu, quienes podrán ver, edificar y participar del reino de Dios.
Hoy, como lo ha sido siempre, los cristianos en Venezuela debemos dar ejemplo de esa opción. Hoy vivimos circunstancias muy duras y difíciles, como bien lo sabemos. Ha crecido la pobreza material, espiritual y moral. De allí que, desde la Iglesia, todos estamos llamados a edificar la solidaridad y fraternidad, impulsando, ciertamente, la justicia y la lucha contra la impunidad. Esa solidaridad y fraternidad deben ir dirigidas a la promoción integral de todos los hombres y mujeres, en particular de quienes se sienten menospreciados, vejados, oprimidos y disminuidos en su condición de ciudadanos. Hay muchas causas que han llevado a un empobrecimiento material, espiritual y moral de la sociedad… ya las sabemos y hay que atacarlas. Pero no se solucionarán si no se fija la mirada en el verdadero centro de atención: la persona humana y su dignidad. La dura crisis que atraviesa el país y que golpea a todos los ciudadanos no se resolverá sólo con cambios en la dirección política, que son urgentes. Pero éstos de nada servirán si no hay una mirada y un compromiso con la promoción humana de todos.
Hoy la gente se siente indefensa y desprovista de atención. La crisis de la salud y el hambre campean por todas partes. A veces da la impresión en no pocos cristianos, que la transmisión de imágenes de personas desnutridas, o recogiendo alimentos de los basureros, o haciendo colas para comprar lo poquito que pueden adquirir ya es suficiente. Y vienen las laméntelas, pero poca acción de compromiso con los que sufren. Y más bien, se ha ido creando una especie de “pornografía” que da placer a quienes ven dichas imágenes porque hacen escupir insultos y maldiciones hacia el gobierno y quienes tienen la gran responsabilidad de atacar la situación y dar pasos ciertos para solventar la crisis.
La dirigencia política hace crecer la indefensión de los más pobres, sencillamente porque no se preocupan de ellos: su afán de poder y de poseer es lo que dirige sus acciones en pro de lo que ellos llaman la democracia. Pero los dirigentes políticos de todas las tendencias no hablan de su solidaridad con los que más sufren, ni mencionan los planes que podrían desarrollar. Lo que les interesa es o como permanecer en el poder o como llegar de nuevo a él. No les duele el dolor de la gente. Algunos visitan hospitales, la frontera, barrios, por pocos instantes, y ya se consideran “expertos” en eso. Pero ninguno de ellos es capaz de dar pasos para solucionar problemas concretos. Su preocupación es otra. Y muchos se dicen cristianos que le exigen cosas a la Iglesia, y se olvidan que la opción preferencial por los pobres también es parte constitutiva de su fe en el Señor Jesús.
La opción preferencial por los pobres incluye otra tarea no menos importante: al estar cerca de los más necesitados, hay que ayudarlos a abrir los ojos para no dejarse engañar por quienes les ofrecen dádivas, aparentemente grandes y jugosas, pero que en el fondo terminan por alienarlos y hundirlos en la profundidad de su pobreza y pequeñez. Hay que ayudarles a hacerlos protagonistas de su desarrollo: para ello es importante alentar la laboriosidad y corregir los desafueros y vicios creados por un populismo que viene de muchos años atrás y que se ha exacerbado en los últimos tiempos. No es con bolsas de comidas, ni con bonos especiales, ni con falsas ilusiones como se va a salir de la pobreza. Estas cosas alientan el clientelismo y agudizan la opresión de quienes sufren los embates de la crisis. Hay falsas promesas que no se han cumplido y que se ocultan detrás de una muralla de corrupción la cual separa de la dirigencia política a los pobres.
Hoy en Venezuela, urge que los creyentes y discípulos de Jesús tomemos conciencia de esa opción, pero de verdad verdad. No se trata sólo de hacer acciones de carácter asistencialista o mostrar gestos de solidaridad (que son necesarios y no se deben dejar en ningún momento), pero deben ir acompañados de una actitud de cercanía permanente, de acompañamiento y de una lucha por la justicia, sin violencia pero sí con decisión. Es importante que quienes tienen las capacidades, sea por sus trabajos o por sus condiciones económicas, se acerquen y den algunos pasos. Por ejemplo, ¡qué bueno sería que médicos dedicaran, sea visitando los sectores donde viven los pobres o en parroquias o en parroquias, dediquen espacios de tiempo para atender a tantas personas necesitadas! ¡Qué bonito sería que empresarios o especialistas puedan acercarse a las comunidades donde hay tantas necesidades para enseñarles a organizarse y a responder ante las dificultades que tienen! Estas y otras, son formas de concretar la opción por los pobres. Y, aunque parezca algo que puede llevar tiempo, va a producir frutos de hermandad que permitirán hacer sentir que todos somos el sujeto social de nuestro desarrollo.
En este sentido, la Iglesia, con todos sus miembros e instancias, debe jugar un papel predominante. No se trata de levantar el ánimo con discursos bonitos y con denuncias en contra de la situación, del gobierno y de los responsables. Es una hora particular para la Iglesia y las personas de buena voluntad que se quieran unir a ella: hacerse presente en todos los sectores con la dinámica de la encarnación. La Iglesia no es un partido político ni le corresponde hacer lo que a ese tipo de instituciones le corresponde. Pero con su mensaje y la práctica de una caridad operante, debe demostrar que, por ser fiel a Jesucristo, le interesa la situación de todo hombre y de todos los hombres.
En este sentido los católicos debemos hacer un gran esfuerzo: convertirnos todos en agentes de la caridad y de la justicia. Francisco habla de una Iglesia en salida que va a las periferias existenciales: la Iglesia debe hacerlo. Hoy, en Venezuela, los laicos, los religiosos y las religiosas, los sacerdotes y los obispos no podemos estar en la acera de enfrente viendo y lamentándonos de la situación: es allí, donde está la gente, especialmente la más sufrida, donde hemos de estar para jugárnosla con ella; es allí, donde están quienes tienen capacidad de ayudar, donde la Iglesia debe motivar su compromiso de caridad. En los barrios, en los hospitales, en las cárceles, en la frontera, en donde haya dolor…allí es el sitio de la Iglesia en Venezuela.
Optar por los pobres en Venezuela de modo preferencial es acompañar a nuestra gente que sufre, los que pasan hambre, los que no tienen cómo cuidar su salud, los que emigran, los que han perdido la esperanza y se sienten rebajados en la dignidad… pero sin sentimentalismos, sin pensar que es algo que hemos de hacer de vez en cuando. Optar por los pobres de modo preferencial, es ir al encuentro de quienes sufren una pobreza moral: los que han sido manipulados, los que son conducidos a la maldad, a la prostitución, a la droga, al robo y la delincuencia. Un campo urgente: y hay que hacerlo con la valentía y decisión que nos da el Espíritu. Y ello supone los riesgos de ser malentendidos, incomprendidos y hasta perseguidos: tocar los intereses de quienes manejan el narcotráfico, la trata de personas, la ideología de género, la corrupción… conlleva sus riesgos. Pero si la Iglesia actúa en nombre del buen Pastor, ha de tener conciencia que si lo hace correctamente ha de poner como garantía la propia vida.
La opción preferencial por los pobres hoy, en Venezuela, tiene muchas caracterizaciones. Existen muchos modos de realizarla y tiene muchos desafíos. Lo que sí es cierto es que no hay excusa. Si somos seguidores de Cristo y actuamos en su nombre, hemos de hacerlo. Y no hay tiempo que perder. Cada uno desde sus propias capacidades, cada instancia eclesial con su dinamismo evangelizador y toda la Iglesia si quiere ser fiel a la misión recibida por el Divino Maestro. Todos los ojos están fijos en la Iglesia. Es cierto que las encuestas le dan el primer lugar en medio de la gente… pero no es eso, lo que nos debe motivar.
Es nuestra fe en Cristo y sus consecuencias lo que nos debe llevar. Juan Pablo II dijo alguna vez que el camino de la Iglesia era el hombre. Y es fácil de entender si recordamos que en cada hombre, en especial los más pequeños, está presente Cristo, quien es el camino, la verdad y la vida. Pablo VI señaló que el pobre era sacramento de Cristo. Si somos seguidores de Cristo, si celebramos la eucaristía con el espíritu de comunión con Dios y los hermanos, si tenemos una Palabra liberadora qué proclamar… entonces nuestra tarea debe ser hoy, en Venezuela, la de sembrar esperanza, luchar por la justicia y hacer sentir el peso y la fortaleza de la dignidad humana de todos los seres humanos. Es un desafío no del momento sino de siempre, nacido de nuestra fe en el Cristo, Dios humanado que se hizo hombre para liberarnos del pecado y de sus consecuencias de muerte.
+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal.