Con cinco panes y dos peces

Hace unos días, junto con varios sacerdotes de la Diócesis de San Cristóbal, unido al Obispo de Cúcuta, pude visitar de nuevo la “Casa de Paso de la Misericordia”, que funciona en la parroquia de San Pedro, en La Parada. Es uno de los diversos sitios donde se atienden a los venezolanos migrantes y pasantes. Se les brinda en esta casa a unos 2400 hombres y mujeres, con niños y ancianos, desayuno y almuerzo. La consigna es no dejar a nadie sin comida. Es una obra que se puede considerar como un milagro de la caridad de la Iglesia.

Hablando con el P. Cañas, su director y animador, me afirmaba que a ellos les pasaba lo del evangelio: con cinco panes y dos peces solían darle de comer a multitudes, y de manera diaria. No es algo esporádico. A la vez, me decía que algunas instituciones internacionales y ONGs tenían cinco mil panes y dos mil peces y sólo le dan alimento a cinco personas. Aunque pudiera resultar exagerado el número, sí refleja una realidad. Estas organizaciones suelen poner demasiados requisitos a los venezolanos que acuden a ellas: deben presentar pasaporte, billete de viaje y otros más. Mientras que en la casa de la Diócesis de Cúcuta, lo único que se pedía era la paciencia para que todos pudieran recibir su ración de muy buena comida. Diariamente en las diversas casas de la Diócesis de Cúcuta se reparte unos 8.000 almuerzos.

Aquí se hace realidad lo del evangelio. Ante la multitud que tenía en frente, Jesús pone en prueba a sus discípulos quienes ingenuamente responden que sólo disponen de cinco panes y dos peces para tanta gente. El Señor acepta el reto y los manda a acomodarse y, luego de dar gracias a Dios hizo el milagro de la multiplicación de panes y peces para dar de comer a quienes les acompañaban. Dice el evangelio que sobraron, al final, varios canastos de panes. Todos comieron y se saciaron.

Este milagro suele aplicarse al misterio de la eucaristía, mediante la cual se hace la multiplicación del pan de vida a tantísimas personas y a lo largo de los siglos. También es un relato que puede ayudar a entender lo que significa la fe de confianza en Dios. Y, por supuesto, una expresión del amor de caridad hacia quien menos tiene o está pasando necesidad. La Iglesia, también a lo largo de los tiempos, ha multiplicado el pan de la solidaridad hacia quienes lo necesitan: con cariño y sin pedir nada a cambio.

Esta es la hermosa experiencia de la frontera colombo-venezolana. Del lado colombiano, bajo la responsabilidad de la Diócesis de Cúcuta, se multiplican diariamente los panes y las atenciones a tantos hermanos nuestros venezolanos que pasan a comprar algunos insumos, o van de paso a otros lugares, o están sintiendo el hambre por la situación que se vive. A la vez, son atendidos por médicos y otro personal de apoyo. De las parroquias del lado venezolano van grupos de laicos para colaborar en algunos días a la semana. La multiplicación de esos panes se da todos los días y no es algo anecdótico, sino real. Del lado venezolano, las parroquias del eje fronterizo hacen lo mismo: de noche suelen dar alimento a tantas personas que están durmiendo en las calles y plazas esperando poder pasar al día siguiente la frontera. A esto se añade la atención en diversos campos, sobre todo de protección a tantas personas que son vulnerables de ser estafadas o manipuladas por mafias que actúan en la zona.

El evangelio se hace realidad. El evangelio no es una palabra vacía. Lo que hizo Jesús, al multiplicar el pan, se repite diariamente en esta zona fronteriza. Uno sólo es el objetivo: manifestar cómo nos urge la caridad de Cristo. Se acompaña esta labor con acciones evangelizadoras y atenciones de tipo espiritual para quienes lo necesiten. Quizás no sobren los canastos de comida, como en el relato evangélico. Los canastos que se recogen diariamente con la alegría y la generosidad del servicio por parte de quienes allí colaboran voluntariamente día a día; también los canastos de la gratitud y de la dignificación de quienes son atendidos. Con esos canastos comienza cada día la multiplicación de los panes. Son muchos los hombres y mujeres e instituciones que cooperan: hasta ahora no ha faltado nada; sencillamente porque es Dios quien hace el milagro a través de la acción de quienes allí demuestran que el amor todo lo puede.

Si los comensales del evangelio reconocieron en Jesús, por el milagro de la multiplicación de los panes, que era el verdadero profeta esperado, sin mayores pretensiones ni con el ánimo de creerse más que otras instituciones, la Iglesia lo que quiere es demostrar que es Madre de todos, sin fronteras de ningún tipo. Lo que se quiere es ver en cada hermano el rostro de un Cristo que sufre pero que también recibe el consuelo en el cumplimiento de lo que el evangelio nos enseña: “Tuve hambre y me diste de comer…”



+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal.
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