Hay que estar preparados
Eso acontece también en la vida espiritual y religiosa. Mucha gente está súper-confiada en sus propias fuerzas y desconoce la gracia de Dios, amén de olvidar que se debe estar preparado. Un ejemplo de ello lo vemos cuando suceden tragedias naturales o de otro tipo (terremotos, huracanes, inundaciones, explosiones…). Es cuando muchos católicos se acuerdan de Dios y salen corriendo a buscar sacerdotes para confesarse y pedir ayuda espiritual. Curiosamente no lo hacen antes y, luego de pasada la emergencia se regresa a la mediocridad de una vida sin mayores compromisos de fe.
El Evangelio nos habla de ello en la parábola de las vírgenes prudentes. Ellas tomaron previsiones de aceite para sus lámparas por si acaso el novio de la boda, a quien esperaban para acompañarlo pudiera llegar tarde en la noche. Ante ellas, se encontraban las necias, que se confiaron y pensaron que las prudentes podrían solventar su descuido. La cosa no fue así, pues cuando el novio llegó, sencillamente no disponían las prudentes sino del aceite necesario para acompañar a quien esperaban. Las necias perdieron la oportunidad de acompañar al novio, pues tuvieron que ir a buscar el aceite para sus lámparas a altas horas de la noche. Si lo conseguían llegarían tarde y les tocaba quedarse fuera.
¿Cuál es la clave para actuar como las vírgenes prudentes de la parábola? La misma Palabra de Dios nos lo indica: la sabiduría. Esta no cosiste tanto en tener amplitud de conocimientos sino una mente abierta y un corazón dispuesto a sintonizar con Dios. Quien tiene la sabiduría no se deja llevar por los criterios del mundo, sino que sabe ser previsivo en las cosas que son de Dios. Es decir, la sabiduría permite estar debidamente preparados para el encuentro con Dios en todo momento y en cualquier circunstancia. Quienes se confían pensando más bien en sus fuerzas propias y capacidades personales, sin contar con la gracia, terminan como las vírgenes necias. Quien tiene la sabiduría es capaz de tomar las previsiones y mirar siempre en el horizonte del futuro, sin anquilosarse ni anclarse en el pasado o en sus propias maneras de ver las cosas.
La misma Sagrada Escritura, por otro lado, advierte que quien tiene sabiduría es incapaz de dejarse llevar por la corrupción “La sabiduría es radiante e incorruptible”. Quienes se dejan dominar por la corrupción terminan pensando que tienen poder o que logran grandezas… para luego andar escondidos y negociando para no ser castigados. La sabiduría incorruptible impulsa al creyente a estar preparados para el encuentro permanente con Jesús, antesala del encuentro definitivo con Dios en la eternidad. Quien practica la corrupción se olvida de sí mismo, se olvida de su condición de hijo de Dios, se olvida de que un día tendrá que rendir cuentas ante la justicia divina… se olvida de que hay que estar siempre listos para Dios.